Tenía que hacer la tarea completa, como todas las tardes, antes de salir a jugar. Ese día iba a ser muy importante, haríamos un torneo para ganar más metras. Cada uno llevaría las suyas en una botella de vidrio para evitar que estuvieran regadas y nos confundiéramos. Así podíamos lucir todas nuestras canicas de diferentes colores. Yo tenía unas de cerámica, de cristal y de vidrio. Todas me gustaban mucho.

Estaba apurado por terminar, pero la maestra nos había dejado muchas actividades para corregir al día siguiente. Mientras más pensaba en que mis amigos ya estaban en la plaza, cada letra me salía más fea y mi mamá me la mandaba a borrar y a rehacer. Había quedado con Luis en que cuando fueran a comenzar, me avisara lanzando una piedrita a la ventana, así mi mamá no se daría cuenta del llamado al juego.

Al rato, sentí el sonido seco de la primera piedra. Levanté la cabeza y mi mamá volteó al darse cuenta de que yo me había distraído. Continué, pero no me daba la suma, era complicado llevando un número, ese segundo grado me estaba resultando difícil; borré y borré hasta que la página se rompió. Mi madre se enfureció y en ese preciso instante sonó la segunda piedrita en el vidrio de la ventana.

¡Yo ni me moví!

Ella, con mal gesto, se sentó a mi lado y me regañó porque había roto el cuaderno.

Pensé que si no lo hacía bien, mi tarde de juegos acabaría en ese instante.