La vieja gabarra hacía esa pequeña travesía dos veces al día desde casi ochenta años, cuarenta minutos de navegación para atravesar el Golfo. Si había mal tiempo, cincuenta minutos.

Pero esta vez no pudo más, su cansado corazón se detuvo y se quedó varada a mitad del Golfo.

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“No se preocupen” dijeron, ya pronto vendrán a remolcarnos; pero se acercaba la noche y no se veía venir a nadie en nuestro auxilio, y todos sabíamos que el Golfo era manso en el día, pero que en la noche la brisa soplaba con furia, y las corrientes marinas contaban historias de desaparecidos y remolinos infernales.

Al final nos dijeron que amaneceríamos allí, que estaban reparando la máquina, que al amanecer continuaríamos nuestro camino.

La oscuridad vino acompañada de estrellas fosforescentes, los delfines saltaban alrededor de nosotros y conversaban en voz alta como si quisieran decirnos algo. La brisa se hizo cada vez más fría y aguda; un llanto marino.

La gabarra comenzó a alejarse del Golfo, la gente caminaba nerviosa de un lado a otro. De repente, a estribor, se escucharon unos gritos:

–Ea, eeepa, somos nosotros, ayúdenmos, auxiliiiiooooo.

Casi a punto de chocar con nosotros estaba el “Don Nabé”, una barca pesquera que se había dado por desaparecida en el Golfo hacía muchos años. La halaron hasta la gabarra, la tripulación completa saltó a cubierta, contentos y llorosos, desesperados por comer y tomar agua.

–Es imposible –me dije– eso pasó hace más de treinta años, no pueden estar vivos, además están idénticos, como si el tiempo no hubiese pasado.

Todo el mundo los ayudó, nadie parecía sorprenderse de aquello. De entre los náufragos pude reconocer a un viejo amigo de la otra costa, que todos lloramos el día que suspendieron la búsqueda del “Don Nabé”; me dio un abrazo y me dijo:

–A nosotros siempre cruzándosenos el destino, yo sé que usted jamás me olvidó.

Caminamos un rato recordando viejos tiempos, me preguntó por su familia, por sus hijos, por los amigos del barrio. La noche nos envolvía en una atmósfera de nostalgia y de reencuentro.

Cuando me despertaron en el hospital, como único sobreviviente de la tragedia de la gabarra, me preguntaron si recordaba algo, dije que no.

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