Como cada mañana, Alma abrió sus ojos cegados por el plácido sueño, escuchando aquel ensordecedor y horroroso ruido que la despertaba cada madrugada para ir a aquel trabajo que ya no la hacía feliz. Tener que levantarse tan temprano a tomar el bus lleno de personas malolientes y ruidosas que la llevaría a aquel sitio que más que un empleo, se había convertido en su calvario personal, todo por aquel individuo malencarado y amargado que ella debía soportar como su autoridad inmediata. Entró aquel día con otro espíritu atrevido, osado, con ganas de soltarle en su cara a aquel individuo lo mal que le caía y como le hacia la vida cuadritos cada día en esa oficina. Allí estaba, sentado orondamente en su silla, mirando el reloj para restregarle en su cara, que había llegado cinco minutos tarde. No lo dejó hablar, lo miró con desprecio y le dijo: "¡Renuncio!. No sirves para nada y yo, sencillamente, me cansé de ti, jefe horrible!". Tan solo dio la media vuelta y salió de allí dejando el peso de sus frustraciones. El jefe simplemente, atónito, se quedó en su trono pensando: "no lo puedo creer".