Para quienes hemos crecido, bajo el cobijo de inmigrantes de la serranía de mi amado Perú, no será nada nuevo la historia que les voy a relatar. Cuentan los ancianos que hace mucho tiempo existía una aparición, allá por las zonas apartadas de las montañas. Un pequeño niño, de cabello radiante como el Sol, de gran sonrisa y ojos tiernos, desnudo de pies a cabeza, hermoso de orejas puntiagudas. Que se pasea por aquí y por allá.

Lo extraño es que no lo puede ver cualquiera, solo aquellos que nunca se les paso por la cabeza el encontrarse con él, han tenido la suerte de toparse con uno de estos seres. Los niños suelen mucho verlos, hablar con ellos, jugar y seguirlos a donde ellos los lleven. Allí está el problema que traen consigo los pequeños duendes: que los niños por un instante desaparecen, y segundos después aparecen en otros lugares próximos, a los cuales sin duda alguna no hubieran podido llegar solos.

Narran las historias que cuando los niños no pueden dormir y lloran y lloran es porque el duende los está llamando, se los quiere llevar; los entendidos de estos menesteres, tratan de impedírselo: lo ensucian un poquito al bebe, pensando que así el duende ya nos los querrá y dejará en paz. Otros más osados, toman en su mano una correa o chicote y golpean las paredes tratando de echarlo fuera; sólo así los bebes pueden dormir tranquilos.

Se afirma que vive en la Higuera y Platanal. Seguro que sí, una vez lo escuchamos hablar, saludarnos: un “HOLA” que nos dejó estupefactos. Fue una tarde de invierno, julio de 1997, ya casi anochecía, en el huerto de la casa de mi hermana, allá en la Provincia de Chachapoyas, al que fuimos a cumplir una tarea, ellas nos pidió que limpiáramos el huerto, que quitaremos la mala hierba, y dejáramos intactos los otras plantas, entre las que sobresalían, una higuera y un platanal. Debimos prevenir esta circunstancia, pero, por cuestiones del destino, nada nos hizo presagiar lo que nos pasaría. Cuando ya se oscurecía, de entre las hojas de la higuera, de lo alto de aquel árbol, escuchamos esa voz tan suavecita, que hasta ahora lo recuerdo, nos dijo: “Hola”, fue un sonido que acariciaba los oídos y que hizo que todo se silenciara, nos detuvimos mi hermano y yo, nos miramos y créanme que salimos corriendo del huerto, cerrando tras nosotros la vieja puerta de madera. Esa fue la única vez que tuve un encuentro casi directo con este famoso personaje EL DUENDE.

Nunca más lo volvimos a escuchar, repetidas veces ingresamos al huerto tratando de encontrarlo, en vano fue nuestra odisea, se había ido, o tal vez sigue allí, esperando que lo olvidemos que no pensemos en él. Entendí que no lo pueden encontrar, que él te encontrará a ti.