¿Quién soy? ¿Qué? ¿Qué hay dentro de mí? Me miro en las aguas turbias y no me reconozco. Estoy borracha y húmeda. No sé el adónde de este barco que trata inútilmente, insensatamente, de modificar su rumbo. Estoy atracada en la soledad de una tarde-noche oscura de recuerdos, estancada en el astillero de un mar de escombros.
Alguna vez, yo fui el deleite de las islas. Mi cuerpo estaba lleno de oros y tesoros que todos codiciaban. La escultura de mi cuerpo era perfecta y la de mi alma era ardiente. Yo los había entrenado en el arte de la lujuria y el hechizo. En aquel tiempo yo movía mis caderas escasamente ataviadas con vaporosas telas, con pulseras de cascabeles enroscadas entre las piernas y los brazos que encantaban con su traqueteo y la mirada extática del reptil que se enrolla en la voluntad de sus víctimas hasta provocarles vértigo y locura.
A Los 4 vientos. Hombres y mujeres venían con sus deseos y envidias a verme bailar y cantar a Los 4 vientos. Venían a rendirse ante mí a Los 4 vientos. El lupanar quedaba en la embocadura del puerto y allí solían encontrarse especímenes de toda clase y ralea cuando el sol despeñaba y las nubes se cubrían de colores que parecían obras de sueños y pesadillas creadas por los hongos letales de las tardes.
Mas, todo sucede siempre. Siempre. Una noche después de la función, vino a mí un marinero del 7º regimiento que me cubrió con la sombra de un naufragio. Con los ojos de la tormenta me miró. Con la lengua del mar, como nadie nunca lo había hecho, me habló. Me tomó enérgicamente de la mano y con su puñal desenvainado me abordó. Me tuvo frente a todos en Los 4 vientos. Con su cuchillo talló su nombre por todo mi cuerpo: Lobo de mar. Lobo de mar grabó cinismos de amor en mi intimidad y tatuó en mi alma sus ardores navales. Después de despojarme de mi oro, dijo, volveré otra vez por ti, tal vez, y sentí en mi piel la corrupción del salitre.
Ahora tú estás aquí, tal vez, en este viejo barco escoriado que he convertido en mi guarida, por donde corren libremente las alimañas y donde ejerzo lo mejor que puedo mi antiguo oficio. Tú estás aquí, tal vez, llenándote de mi anís que no se acaba y así como estás tú ahora, tal vez, abriendo el grifo de mi cuerpo, así han estado miles de registrantes como tú antes de ti, tal vez, y miles serán, tal vez, los que pagaran sus monedas por conocer la historia de mi piel oxidada.
Estoy ebria. Escoriada. A ti y a todos los demás les diré siempre lo mismo. Paga. Escudriña. Bebe. Vete. Paga. Escudriña. Bebe. Vete. Paga. Escudriña. Bebe. Vete. Hasta que regrese el que no volverá jamás, tal vez, y borre estas marcas que me imputan, rompa mis amarras al fin y termine de hundirme en la mar oscuramente.

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