Era la tercera vez en esta noche que caminaba en esta dirección.

El viento soplaba en la trayectoria contraria a mi persona, provocando que mi cabello se despeinara por su susurrante silbido, mi mente no paraba de dar vueltas, mis ojos estaban cristalizados y mis manos y piernas temblaban, todo aquello que decían sobre que el tiempo no perdonaba, era cierto.

Ya era muy tarde, no podía salvar aquella vida…

No, yo puedo. Yo puedo salvarle.

Empecé a correr con mis débiles piernas y mis mejillas empapadas en lágrimas, todo a mí alrededor se hacía nublado y distante. No era demasiado tarde para salvar esa pequeña fuente de luz que aún alumbraba débilmente.

Sí, si era tarde.

Mis viejas converse hacían ruidos contra el pavimento cada vez que mis apresurados pasos chocaban contra éste mismo. Ella no puede acabar con su vida, tiene tanto por delante, no… Pensé, su voz, su sonrisa, todo aquello que había vivido junto con mi mejor amiga inundaba mi mente y corazón.

Pero ya es tarde, Ethan.

Mi respiración agitada era lo único que escuchaba en aquella ciudad desolada, nadie podía ayudarme en este momento, todas las personas se encontraban durmiendo y no me detendría a esperar a nadie. Yo solo quería salvarla.

Ya no puedes salvarla.

Llegué a su casa, ella vivía sola ya que sus padres habían abandonado el mundo hace 5 años, sin hermanos, ni ningún ser querido que la pudiese ayudar. No perdí tiempo y entré en el edificio sin siquiera detenerme a observar si había roto algo, la mera oscuridad inundaba el lugar y mis ojos aún no se acostumbraban a tan negro paisaje.

—ALLYA, ¿DÓNDE ESTÁS? —Grité con todas mis fuerzas, pero nadie contestó a excepción del gélido silencio que se encontraba en aquél lugar.— ¿Allya? —Pregunté nuevamente, esta vez mi voz se empezó a hacer más débil… No, no, no…

Ella no puede responderte.

Busqué el interruptor y subí las escaleras lo más rápido que pude para poder llegar a su habitación, notando que la puerta ya estaba abierta… Y la encontré a ella.

Pero no con vida.

—Al, respóndeme… Al…—Mi cuerpo se sintió pesado cada vez que intentaba caminar, ya no podía dar siquiera un paso más hacia adelante, los segundos se hicieron eternos hasta que llegué hasta ella.

Estiré mi mano cuando estuve frente a su quieto cuerpo, se veía tan hermosa, como si aún le quedara vida, su largo y fino cabello dorado, sus facciones tan delgadas y delicadas, su nariz llena de pecas, y sus labios, oh, sus hermosos labios que podían regalarme la más hermosa sonrisa. Una sonrisa que jamás en mi vida podría volver a observar.

Delineé con mi dedo índice sus cejas y sus pestañas, cuando una gota de agua cayó en su frente, luego otra y después otra más. Lo cierto es que no era agua, no precisamente, eran las gotas de dolor que emanaban de mis ojos.

¿Debía llamar a la ambulancia? ¿Debía pedir ayuda? Pero, era muy tarde. Su corazón había dejado de palpitar y su pecho había parado de recibir aire. Lo único que tenía ahora era su cuerpo, sin alma alguna.

Abre los ojos. Pedí en mi mente, los sollozos se empezaron a manifestar en mis labios haciendo que las lágrimas empañaran más mis ojos, nuevamente estaba llorando, cuando ella me pidió que no lo hiciera. Allya, eres la única que amo… No te vayas.

Con un temblor presente, mis manos cálidas tocaron las suyas, más frías que el hielo, al instante me di cuenta que había algo entre ellas, un papel arrugado.

¿Una despedida?...

Tomé aquél papel y lo abrí con nervios y ganas de vomitar.

Para: Mi querido Ethan.
De: La revoltosa Al.

Si estás leyendo esto, es porque al final hice lo que más temías. Y, lo siento, solo… Lo siento.

Hola, amado Ethan, sé que este no es el momento para escribir lo siguiente, pero el tiempo pasa y no perdona. Primero que todo, me gustaría decirte que mi vida junto a ti ha estado llena de caídas y de despegues sensacionales, eres y serás el único amigo que he tenido en toda mi vida.
¿Recuerdas esas tardes de películas y galletas? Todas, cada una de ellas las disfruté.
¿Recuerdas esos abrazos que nos dábamos cada vez que estábamos tristes? De esos en los que no nos despegábamos hasta que ambos estuviésemos bien.
Aún recuerdo aquella vez cuando era niña y me caí que estábamos jugando en el parque, mi rodilla se raspó y tú fuiste el valiente príncipe que me ayudó a levantarme y me llevó hasta casa para curar mis heridas.
Y es que tú siempre fuiste el caballero con armadura brillante que desapareció las cicatrices y eliminó todos mis miedos, defendiéndome de aquellos fantasmas y monstruos que vivían bajo de mi cama.
Secaste mis lágrimas cuando mis padres murieron, silenciaste a mis miedos y me protegiste como si fuera el más brillante tesoro.
Te agradezco por todo, Ethan, por todas esas sonrisas, esas canciones que cantábamos en la terraza de tu casa mirando el atardecer.
¿Aún recuerdas aquello? Sé que lo haces.
Ethan, di algo... En este momento estoy renunciando a ti, a mi vida y a todo. Soy una egoísta y lo sé muy bien, pero este sufrimiento que hay en mi interior no lo puedo eliminar de otra forma.
A cualquier parte te seguiré y te sigo, pero te ruego, que seas el único para mí y que no me olvides.
No te estoy pidiendo que llores por mí, al contrario, te pido que sonrías y rías por esa chica que te acompañó a lo largo de 16 años. Recuerda, que la sonrisa es el mejor accesorio que tienes para conquistar chicas.
Recuérdame cuando mires el amanecer y cuando las estrellas nieven, recuérdame cuando vuelvas a casa y sientas que la música lenta se ha detenido.
¿Sabes de lo que hablo, no?
No deseo despedirme, púes eso significaría que nunca nos veremos y que te olvidaré, eso nunca jamás.
Oh, y casi lo olvidaba Ethan…
¿Estás llorando, chico? No llores, eres una niña si lo haces. No, no es cierto, tú tienes el mayor derecho a expresarte.
Et, eres el único chico que he amado en mi vida, y por ahora te digo Adiós.
Con amor,
Al.

Cuando terminé de leer la carta solté un grito, mi corazón se encogía y el pecho me dolía al recordar todo aquello que viví junto a esa hermosa chica de la que me enamoré.

—Allya… No te mueras, por favor, no… ¡No sin decirte que te amo! Daría toda mi vida por ti. ¡Allya! ¡ALLYA! NO. —Era inútil, mi voz no llegaba a ella, por muy fuerte que hablara mi voz se quebraba y se escuchaba llorosa.

Mi mano temblorosa se dirigió a mi bolsillo, del cual saqué mi celular y marqué al 911.

Lo cual debí haber hecho desde un principio.

—¿Hola?... Sí, lo siento, quiero pedir una unidad.