"La sangre derramada por muchos”, un sermón de C. H. Spurgeon

in #escapeamericanow6 years ago (edited)

Traducción publicada en La Voz Bautista 21:2 (febrero de 1929), páginas 8 y 15, publicación bautista chilena, el misionero W. Q. Maer, Director.

La sangre derramada por muchos

"Se nos dice en el texto que esta sangre es derramada “para la remisión de los pecados de muchos. En esta gran palabra “muchos” debemos regocijarnos. La sangre de Cristo no fue derramada solo para aquellos pocos apóstoles. En realidad solo once de ellos participaron de la sangre simbolizada por la copa. Nos dice el Salvador “Esta es mi sangre derramada por vosotros, los once privilegiados”, sino “derramada por muchos”. No murió Jesús solo por los ministros. Se cuenta en la historia de Martin Lutero que vio en una de las iglesias un cuadro que representaba al papa, los cardenales, los obispos, los sacerdotes, monjes y frailes, todos a bordo de un barco. Todos estaban seguros; pero los infelices legos estaban luchando en el mar, y ahogándose muchos de ellos. Solo se salvaban los que lograban coger una cuerda o tabla que les arrojaban algunos buenos hombres que iban en el barco. Pero esta no es la enseñanza del nuestro Señor. Su sangre fue derramada “por muchos”, no por los pocos. No es el Cristo de una casta o clase sino el Cristo de todos. Los que estaban aquel día en el aposento alto eran judíos, pero el Señor Jesucristo les dijo: Esta sangre es derramada por muchos” para comprender que su muerte no fue solamente por la simiente de Abraham, sino por todas las razas que pueblan la tierra. “Por muchos”. Su mirada, a no dudarlo, se extendía hacia las lejanas islas y los países más allá del mar de occidente. Pensaba en África, y la India y el país de Siam. Una multitud que nadie puede contar alegraba la mirada del Redentor. Con énfasis gozoso pronunció aquellas palabras “derramada por muchos para la remisión de los pecados”. Creed en los inmensurables resultados de la redención. Cada vez que estemos haciendo arreglos para predicar acerca de la preciosa sangre, hagámoslos en gran escala. La mansión de amor debe construirse para una familia grande. Hay que hacer a las multitudes que entren. Un grupo de media docena de creyentes alegra nuestro corazón, y está bien así sea; pero ¿Por qué no hemos de ver seis sino siete mil almas convertidas a la vez? Arrojemos la gran red al mar. Anunciad el evangelio por las calles de esta gran ciudad, pues es para muchos. Vosotros qué vais de puerta en puerta no temáis abrigar esperanzas exageradas, pues la sangre de vuestro Salvador ha sido derramada por muchos y el “muchos “de Cristo es de inmensa amplitud. Ha sido derramada por todos los que vengan a creer en él. Por ti, pecador, si quieres creerlo, confiesa tu pecado y confía en Cristo, y está seguro de que Jesús murió en tu lugar. Fue derramada por muchos, para que no haya hombre ni mujer para quien sea en vano confiar en Cristo, y para quien no sea suficiente la propiciación. ¡Oh que podamos tener una fe mayor, de modo que mediante un santo esfuerzo alarguemos nuestras cuerdas y fortifiquemos las estacas, esperando ver multiplicarse maravillosamente la familia de nuestro Señor! Meditad en esa palabra “muchos” y que os impide la energía necesaria para más amplios trabajos! Querido lector ¡estas tu entre los muchachos? ¿Por qué no? Que su gracia lleva a confiar en El, de modo que no dudes que estas entre los muchos. “Ah”, dices tú, ¿Cómo podre participar en el afecto de esta sacrificio? Cristo es nuestro simplemente por recibirlo. El merito de su preciosa sangre viene a ser nuestro, mediante esa fe infantil que acepta a Jesús para ser nuestro todo. Cristo es tuyo para siempre si lo recibes en tu corazón. Si quieres estar seguro de que has creído en Jesús, cree de nuevo. Cada vez que te venga alguna duda de que Cristo es tuyo, tómalo de nuevo. Me gusta principiar de nuevo. Con frecuencia he visto que el mejor modo de avanzar es volver a mi primera fe en Jesús como pecador renovar mi confianza en mi Salvador. ¡Oh! Dice el diablo “eres un predicador del evangelio, pero tú mismo lo conoces”. Además solía yo discutir con el acusador; pero no vale la pena ni es provecho para nuestro propio corazón. No podemos convertir ni convencer al diablo; es mejor enviarlo a nuestro Señor. Cuando El me dice que no soy santo, le contesto: ¿Qué soy pues? Un pecador me dice él. Es verdad, tú también lo eres. Ah, dice él, “te perderás”. No, le contesto, “es por ello que no me perderé pues Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores, y confió por lo mismo en el me salvará. Esto es lo que Martin Lutero llamaba cortar la cabeza al diablo con su propia espada, y es lo mejor que podemos hacer. Recuerdo lo que se cuenta de William Dawson, uno de los mejores predicadores que jamás han ocupado el púlpito. En cierta ocasión anunció su texto: “Por este os es anunciada remisión de pecados”. Después de leer su texto se escondió detrás del púlpito, y solo se oyó su voz que decía: “No el hombre en el púlpito, el está fuera de vuestra vista: sino el hombre del libro. El hombre descrito en el Libro es el hombre por quien se nos anuncia el perdón de los pecados. Del mismo modo deseo ocultarme a vuestra mirada, y que tampoco miréis a ningún otro hombre; y os predico la remisión de pecados solamente por Jesús. Cerrad vuestros ojos a todo lo que no sea la cruz. Jesús murió y resucito, y ascendió al cielo, y toda vuestra esperanza debe estar puesta en El. Ven, lector querido, toma a Jesús mediante un acto personal de fe. Que Dios el Espíritu Santo te constriña a hacerlo así, y puedas seguir tu camino lleno de gozo".

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