Recordemos que a comienzos del siglo XX, la figura femenina tenía poco o nulo valor en la sociedad. Entonces los chistes eran contados por hombres para los hombres, cuyos temas preferidos eran el sexo y las mujeres. De esa manera, el chiste se convirtió en voz del inconsciente y expresión de placer tanto para el narrador como para sus oyentes.

Las normas sociales y morales hicieron que los hombres asumieran el chiste como alternativa para hablar sobre temas no permitidos, y en esto había placer, pues los pensamientos reprimidos afloraban sin mayores gastos energéticos, con lo cual se lograba un éxtasis colectivo que permitía romper con todo tipo de represiones.

Así, los chistes pasaron a ser temas para la sobremesa y “manjar” de reuniones entre caballeros.

Pero no todos los chistes son iguales ni tienen la misma intención. Al respecto, Freud clasificó los chistes, según la técnica, en verbales e intelectuales; y, según la intención, en inocentes y tendenciosos; dentro de estos últimos están los obscenos y los hostiles.

Veamos en qué consisten estos:

Los chistes verbales: Son aquellos en los que encontramos “juegos de palabras”. Mientras que los chistes intelectuales juegan con las ideas y con el contenido.

El chiste verbal tiene en sí mismo su fin y no se halla al servicio de intención determinada alguna, lo cual lo hace inocente; en cambio, el chiste intelectual se pone al servicio de una intención, y eso lo convierte en tendencioso.