Work in progress: El encuentro (10)

rjguerra (60)in #equipocardumen • 5 years ago

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–Debí enfrentar la evidencia de mi incapacidad para hablarle de los problemas que le interesaban con claridad y sensatez. Mientras más lo intentaba más descubría que yo mismo no los entendía. Su preocupación principal era la gravedad. La gravitación universal. ¿Recuerda la tercera ley de Newton? Dos cuerpos se atraen en relación directamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. Es una buena definición; todavía se enseña. Lástima que las cosas se hayan complicado bastante desde Newton a este tiempo. Mauricio tenía un interés particular sobre este tema. No sobre la ley de Newton, sino sobre la naturaleza de la gravitación. Hablaba de la geometría del espacio de Einstein y de las partículas de gravedad, los gravitones, aunque nadie ha visto uno. Tenía necesidad de saber estas cosas, no era un caso de simple curiosidad.

A medida que nos reuníamos para hablar esto se hizo evidente para mí. De alguna manera, consideraba que comprender, o simplemente saber, era vital para su vida y para su literatura. No, nunca me lo dijo. No con esas palabras. Es algo que fui atisbando a medida que pasaba el tiempo; de hecho, podría decir que es algo que estoy entendiendo por completo ahora, mientras converso con usted.

Nuestras reuniones se hicieron amargas, tormentosas. Se culpaba por no entender, aunque estoy seguro de que sabía que yo tampoco estaba a la altura de lo que deseaba. La situación resultaba más bien patética y diría además algo cómica, si no hubiera ocurrido algo que me alarmó de verdad.

Fue un domingo alrededor de las ocho de la noche, lo recuerdo bien porque yo acababa de llegar a mi casa luego de perder una semana de sueldo en el remate de caballos y aún no había comenzado a escuchar los reclamos de mi esposa cuando tocaron a la puerta. Estaba de mal humor, aunque no tanto como yo sabría que estaría una vez mi esposa recordara todo el dinero que perdía semana tras semana, así que abrí con cierto alivio: cualquier interrupción era bienvenida.

Mauricio entró con rostro serio, como si viniera meditando largo tiempo y aún no pudiera alejarse de lo que tenía en la cabeza para acceder a las formas sociales. Mi esposa saludó sin ganas y luego dijo que tenía que corregir muchos exámenes y se retiró a nuestro dormitorio. Olvidé decirle que también es profesora. De química. Luis no se sentó y me pidió que saliéramos; había pasado el día encerrado, me dijo, y no quería sentir más paredes a su alrededor. Yo también deseaba estar fuera de mi casa.

Nos sentamos en unos viejos bancos de cemento que hay frente al edificio, cerca de las veredas que conducen a las canchas de básquet (eso fue antes de que los drogadictos las tomaron por completo).

De vez en cuando pasaba algún vecino del edificio y me saludaba. Después de un rato en silencio comencé a inquietarme. Él no parecía tener ganas de hablar y mis intentos rutinarios habían sido recibidos con monosílabos. Creo que estaba esperando algo, no sé qué. Algo que yo debía decir o hacer para que nuestra actitud de adolescentes ociosos tuviera un sentido. Debo haberlo defraudado. Tras unos minutos de silencio incómodo se levantó y se despidió. Antes de marcharse sacó unas hojas de papel dobladas del bolsillo trasero de su pantalón. Aquí se las he traído. No creo que expliquen mucho.