El amado. Un microcuento.

Es cierto que miraba con curiosidad algo indiscreta a la chica del otro lado de la habitación. El hotel estaba casi desierto. Algunos empleados y yo, detrás del mostrador, estábamos atendiendo a un grupo de ancianos que dormían en los sillones y, mientras me aburría, me fijé en la chica. ¿Sentí peligro, misterio, tal vez? Quizás ambos. Ella tenía la mirada un poco perdida, y la melena revuelta, de una belleza salvaje, tal como bello puede ser un arbusto silvestre.... y en estos pensamientos me entretenía, fingiendo estar ocupada detrás del mostrador cuando su voz me asustó, porque no había sentido que se acercara. "Disculpe", dijo (su voz un poco infantil), "quiero guardar un objeto de valor en una caja fuerte”. Señalé las reglas de custodia de valores del hotel que se podían leer en el cartel a mis espaldas. No hizo preguntas (creo que no me escuchó cuando le leí las condiciones del seguro). Tan solo sacó de su bolsa un paquete cilíndrico y pesado. Le dije que rellenara el formulario y le ofrecí un bolígrafo. Entonces vi cómo su mano comenzó a temblar y su rostro, hasta hace un momento ausente, se tensó en un rictus de llanto.... pero no lloró. Me ofrecí a rellenar el formulario por ella, y, desde entonces, no he podido dejar de mirarlo. La planilla está sobre mi escritorio; nunca la archivé.

Su tesoro era un puñado de cenizas, una pequeña urna de bronce labrado, "Siempre serás amado", decía la inscripción....

No ha vuelto y me temo que no lo hará. Ha pasado un año. No me decido a notificar a la administración el abandono, como debería. Algo en mi alma me duele cada vez que pienso en ello.... Entonces lo dejo como tarea pendiente para el lunes.

Recojo mi melena.... se ha vuelto salvaje.... La semana que viene, sin duda... "Quién sabe, tal vez vuelva", pienso, y siento frío.