Rubi Guerra: la vieja libreta del testigo / Citario del Cardumen, nº 3 / @acostacazorla


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Rubi Guerra: la vieja libreta / @acostacazorla*

Dejo para la consideración de ustedes este trabajo dedicado al escritor-amigo Rubi Guerra, quien merece amplios reconocimientos por su entrega al trabajo narrativo de la ciudad y del país. Reitero mi agradecimiento a @Equipocardumen y a todos los miembros que hacen posible la edición de este citario como proyecto editorial.

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Andar con Rubi Guerra es como salir acompañado con algo de su insomnio; sus ojeras cuentan las horas en vela; la mirada clara y franca pareciera decir lo contrario, el paso largo y seguro contrasta con lo traicionero de su corazón.

Aunque a muchos narradores nos gusta contar de manera oral, y en muchos casos (es el mío al menos) casi no escuchamos a los demás, el de Rubi Guerra es un caso contrario: cuenta más por escrito que oralmente, y es quizás el mejor oyente que conozco.

Hace mucho tiempo que cruzamos el golfo de Cariaco, hasta Manicuare; ya no recuerdo a qué fuimos, pero aprovechamos para ir a la casa del poeta Cruz Salmerón Acosta; era mi primera vez, ya Rubi había ido en muchas oportunidades.

Como pueden imaginar, yo no paré de hablar; recité en voz alta los poemas del poeta, que están colgados en la pared; me tomé unos tragos de ron y conversé largo rato con los guías que amablemente nos acompañaron.

Juré que escribiría esa historia, lloré frente al azul del mar de Salmerón y grabé en mi memoria aquella experiencia.

Rubi se mantuvo callado. Hubo un momento en que se alejó del grupo, tomó una ajadísima y vieja libreta y realizó unos apuntes con una caligrafía ilegible para cualquier mortal.

Regresamos tarde, un poco antes de las cinco; a esa hora ya el golfo cambia de carácter y golpea con saña las pequeñas embarcaciones como si quisiera romperlas.

La actitud de mi amigo me hacía pensar que aquella historia no le había impresionado tanto como a mí; lo imaginaba escribiendo historias ambientadas en París, o en los suburbios de cualquier ciudad del mundo. Pero ¡qué equivocado estaba yo!

Archivo personal

Cuando cayó en mis manos La tarea del testigo y leí:

Alejandro murió de lepra, recluido en su casa, junto al mar que separa su aldea de pescadores de Cumaná. La terrible enfermedad asoló su juventud y lo apartó de la camaradería de los hombres y del amor de las mujeres.

Recordé aquel joven de pelo largo que escuchaba y leía en silencio, que aunque no decía tanto como yo, se organizaba, tomaba apuntes y hacía suya la historia.

Del mismo modo pasó en la Casa Ramos Sucre; cientos de horas compartimos allí: talleres, conferencias, recitales poéticos…, pero no lo recuerdo jamás contándome sobre algo que escribiría relacionado con el atormentado y brillante escritor cumanés.

Notas tras notas, en la vieja libreta iba guardando, diseñando los pasos para fundir a los dos poetas en La tarea del testigo:

Pero antes de eso, antes de que el mal minara su cuerpo, fue el más alegre y bondadoso y valiente de los amigos. Porque aquel muchacho fuerte, sano, que desprendía un aura de vitalidad y confianza, carente por completo, sin embargo, de presunción, escogió como amigo al triste, al callado, al mordaz e irónico, al enfermo, al inseguro de sus capacidades (poseedor, en cambio, de un orgullo satánico que sabía muy bien guardarse), es un misterio que todavía aturde. Acepté su amistad porque no se podía hacer otra cosa. Todos nos rendíamos ante él. En ese claustro de oscuras rencillas y desprecios que fue el liceo, él sabía brillar con el poder de su risa y su buena voluntad. Hasta los profesores lo respetaban. Nunca lo castigaron, que es más de lo que pueden decir la mayoría de los que pasaron por aquellas terribles aulas. A mí tampoco, por otras razones. Yo era el alumno aplicado, respetuoso (y atemorizado), que los profesores ponían de ejemplo. En una condición odiosa a la que nunca llegué a acostumbrarme y que me ocasionó más de un disgusto entre mis condiscípulos.

Mi historia sobre Salmerón Acosta jamás se escribió.

Referencia:

Guerra, Rubi (2007). La tarea del testigo. Caracas: Editorial El perro y la rana.

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@acostacazorla (Carlos Acosta)*. Entrenador de Gimnasia Artística. Actor. Tallador de madera. Escritor. Autor de los libros Me estoy tranquilo (1991) y Chacho: El cuento de una novela prometida (2015).

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Un modo muy singular de hacer este merecido reconocimiento a la narrativa de Rubi Guerra, @acoistacazorla. Hablas desde la afectividad y la autenticidad de tu aproximación a la persona y al escritor, y la entretejes con esos puntuales comentarios sobre esa inquietante novela que es La tarea del testigo. Agradecido por tu magnífica paticipación en Citario.

Gracias por tu comentario.
Nps veremos el proximo año.

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