Muñeca de trapo (parte I)

El galpón de esquila siempre había sido un lugar vedado para Carry, desde que tenía uso de razón en tiempos que la estancia aún conservaba el negocio de la lana de oveja, su abuelo paterno quien dirigía con mano firme y casi despótica la empresa, se había negado sistemáticamente a su acceso al enorme cobertizo bajo el pretexto de ser un lugar inseguro, sucio y poco recomendable para que la niña de la casa lo visitara.

Pero ahora que tenía 12 años y dado que hacía 3 que todo el edificio estaba abandonado luego de la trágica y aun inexplicada muerte de su abuelo, se había prometido firmemente hacer una excursión hasta el lugar, claro que para ello debería hacer uso de todo su coraje y determinación ya que el estado de abandono, las extrañas leyendas y hasta los ruidos enigmáticos rondaban el establo y lo dotaban de un aspecto siniestro no auguraban nada bueno.

En la fría y ventosa tarde del sábado por fin se decidió y luego del almuerzo se abrigó bien, tomó una lámpara de kerosene y salió resuelta a explorar en busca de algo, no sabía que cosa, pero estaba segura que algunos misterios se revelarían en la excursión.

La primera dificultad se le presentó en las enormes puertas de acceso, una gruesa cadena asegurada con un viejo y oxidado candado impedía el acceso, luego de observar por algunos minutos las grandes ventanas que se encontraban a los costados del enorme edificio no le costó ubicar una sin vidrio y con solo impulsarse con piernas y brazos logró ingresar.

El impacto más fuerte era el olor, daba la impresión de aun estar lleno de ovejas, como si el tiempo y el abandono no hubieran ocurrido jamás, ese hedor particular y penetrante que despiden los ovinos volvió a su mente y la transportó a los años donde siendo casi un bebé las veía y olfateaba a diario.

La luz ingresaba a raudales por los ventanales y hasta le pareció que allí adentro la temperatura era agradable, el piso tapizado de heno descolorido por el tiempo seguramente aportaba el calor retenido de los rayos del sol que aun oblicuos y débiles por la época, alcanzaban para calentar tan imponente lugar.

Dejó la lámpara a un costado y comenzó a caminar observando todo a su paso, no había mucho que ver, solo algunos corrales y un camino cercado por donde las mansas ovejas eran arriadas hacia la zona donde expertos trabajadores las despojaban con el hábil movimiento de toscas y enormes tijeras de la sucia pero costosa lana, luego se juntaba en cestos con pequeñas ruedas que eran llevados hacia un sector con una rampa elevada desde donde tras una gran puerta de bisagras se cargaban las carretas que la transportarían hacia otra construcción donde se lavaba y cardaba para luego, una vez limpia, era enfardada para su venta.

Toda esa operación jamás la había visto pero si escuchó de boca de su abuelo y de varios peones cada detalle del trabajo diario. Si había observado las carretas y el lugar de lavado, por alguna razón que nunca llegó a comprender bien, nadie parecía tener problemas en que mirara esa otra parte del trabajo.

Enfrascada en sus recuerdos de niña apenas alcanzó a escuchar un sonido agudo, como un lamento o un grito ahogado, se dio vuelta de inmediato hacia el lugar desde donde provenía el inquietante sonido pero no vio nada raro, la tarde comenzaba a declinar y la luz que un rato antes alcanzaba para observar cada detalle del depósito ahora mostraba penumbras en varios rincones y volvió presurosa en busca de la lámpara.

Al llegar al lugar donde había dejado el farol notó algo que la hizo dudar e intranquilizarse más, una huella, clara y visible de una bota mucho más grande que la de sus pequeños pies, pensó que probablemente ya estaba ahí cuando ingresó pero en su apuro y excitación no había visto antes, de todas maneras el germen del temor se había instalado en su espíritu y dudó entre abandonar o continuar con el paseo.

Miró con detenimiento el viejo galpón, la calma era absoluta y resolvió continuar un rato más, una decisión que marcaría su vida para siempre.

Continuará.....

Héctor Gugliermo

@hosgug