Lustrabotas

in #entropia5 years ago (edited)

Nunca supe su verdadero nombre, lo conocía como el cordobés y su acento así lo delataba. Había nacido en “la docta” apelativo con que se conoce a la provincia de Córdoba debido a que tuvo la primera universidad del país fundada en 1613 por la Compañía de Jesus, fue la única en la Argentina durante casi dos siglos y una de las primeras de Sudamérica. Su carácter gracioso y estrafalario era su firma de presentación y por supuesto confirmaba su lugar de origen.



Típico lustrabotas
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Tampoco supe a ciencia cierta su edad, no era un joven, eso es seguro, si me apuran diría que estaba por los cuarenta años largos. Además tenía una deformación de nacimiento de una pierna y el pie de la misma que lo hacían caminar con dificultad.

Pero el cordobés no aparentaba tener mayores inconvenientes con eso, trabajaba en la esquina de Bolívar e Hipólito Irigoyen, era lustrabotas y estaba todos los días laborables con su banquito, sus pomadas y cepillos.
Digo que no aparentaba porque detrás de esa fachada graciosa y despreocupada había una persona resentida y muy irritable, lo que pude comprobar algunos años después.

Este lustrabotas, aunque parezca mentira, se ganaba su sustento diario y con creces aunque siempre andaba sin plata. Tenía una afición complicada, prácticamente toda su recaudación se le iba en juegos de azar, le gustaba la lotería, la quiniela y las carreras de caballos, de vez en cuando también visitaba los bingos y el casino flotante, el único permitido en Buenos Aires gracias a su ubicación sobre un paquebote que lo dejaba fuera de las reglamentaciones y regulaciones de la ciudad.

Lustrando zapatos era un verdadero experto, la forma en que trabajaba aunado a la simpatía que derrochaba contando cuentos e historias fantásticas atraían a una gran clientela. Creo firmemente que de no mediar su debilidad por el azar podría haber llegado a algo, quizás hasta comprarse un departamento, pero de la manera en que planteaba la cosa, solo se permitía una pensión por la zona de Congreso y cada noche deambulaba por alguna pizzería o bar de ese populoso barrio.

Una de las acciones que me dio a pensar que su carácter no era todo lo simpático y bonachón que sugería, eran los días de lluvia, esos días se transformaba porque no podía trabajar, se quejaba del tiempo de la gente y de que no podría pagar la pensión, si el mal tiempo duraba varios días todo empeoraba.

En esos días era cuando se pasaba horas y horas dentro de un local de apuestas que estaba ubicado justo frente al lugar elegido por el para poner su cajón. Allí conversaba con la encarga, le hacía chistes y hasta apostaba a la quiniela de fiado, la chica lo conocía tan bien que le permitía esas cosas porque sabía que pagaría, siempre pagaba, era quizás la ley que mejor cumplía.

Sin mayores inconvenientes el tiempo fue pasando y su vida continuaba en la misma rutina, sin cambios importantes; luego yo cambié de trabajo y dejé de verlo, me contrataron de una empresa cuyas oficinas estaban en Almagro, demasiado lejos del centro y más cerca de mi casa entonces ya casi no iba por sus dominios.

Algunos años después cuando otro cambio de trabajo me trajo de nuevo hacia el microcentro porteño me acordé del cordobés y una tarde soleada de otoño acerté a pasar por el lugar. Me extrañó no verlo pero comprendí que ya nada era igual por allí, la casa de apuestas estaba cerrada, la confitería de la esquina había cambiado de dueños y el cordobés ya no estaba.

Ya no recuerdo quien fue, ni tampoco la ocasión pero me enteré de algo tremendo, el lustrabotas estaba preso, pero no por cualquier motivo, por asesinato!. Según me dijeron finalmente la encargada de la casa de apuestas había sucumbido a sus encantos y se habían ido a vivir juntos, durante un tiempo la cosa funcionó pero el defecto físico y su nunca curada afición a los juegos de azar obraron negativamente. Celoso y sin dinero una noche de furia y frustración porque la chica lo estaba dejando, la estranguló con sus propias manos, luego se entregó a la policía.

Rememoré mis sospechas sobre que su carácter no era lo que dejaba ver, recordé sus cosas buenas, sus chistes, sus historias fantásticas. Sentí pena por ambos, por la chica de la casa de apuestas aunque nunca crucé más de dos palabras con ella y por el cordobés lustrabotas, al que algunos también llamaban el rengo, comprendí muy tarde que quizás nunca tuvo oportunidad de torcer su destino.


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Héctor Gugliermo

@hosgug

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