La leyenda del Lahuán
Una de las tantas tardes en que nos juntamos con amigos en mi “segundo hogar”, allá en Esquel provincia de Chubut, los cuentos y anécdotas surgen espontáneamente y siempre hay alguno que deja una enseñanza, una emoción o un recuerdo.
Fuente
Lamentablemente ya no contamos con la casa de la anfitriona por antonomasia, se mudó lejos pero el espíritu de sus tertulias y de la charla franca durante la ronda de mate con masas y facturas permanece en el tiempo.
Roberto Mañke Jones, un viejo habitante del pueblo de Trevelin mitad mapuche y mitad mestizo de ascendencia galesa comenzó a contar una leyenda sobre el alerzal milenario del Parque Nacional y el relato se puso más que interesante.
Un bello día de primavera el abuelo Kallfü Kura invitó a su nieta Lig Rayen a recorrer el sendero de los ancestros, lugar reservado solo para los grandes sabios ancianos que se ganaron su derecho a transitar por allí gracias a su experiencia, sabiduría y entrega por su pueblo. La niña no lo dudó un instante y acepto acompañar al anciano que había sido como un padre para ella ante la temprana muerte del suyo.
El camino fue arduo pero hermoso, recorrieron sendas nunca antes pisadas por otros, enormes montañas nevadas, ríos de agua cristalina y lagos cuyos límites casi no podían distinguirse. Lig estaba fascinada, jamás creyó posible tanta belleza. Para el anciano fue un gran sacrificio, su avanzada edad le estaba pasando la cuenta y solo continuó porque la alegría de la niña no merecía ser interrumpida.
Llegaron a un claro que parecía mágico, los árboles altos y frondosos, la luz del sol filtrándose entre las ramas, un pequeño arroyo cantarín e infinidad de aves sobrevolando todo el terreno. Era la imagen exacta de la perfección, la niña comprendió rápidamente que era el lugar que estaban buscando. Para refrendar su pensamiento el anciano dijo que ese era el límite y más allá no se podía continuar o despertarían la ira del espíritu del guardián de la montaña.
Se sentaron sobre piedras para descansar y contemplar las maravillas de la creación, la vuelta sería casi tan ardua como el viaje que los depositó allí. Mientras la niña jugaba y observaba con asombro todo lo que la naturaleza ofrecía el abuelo comenzó a sentirse desfallecer. Inmediatamente comprendió que su hora había llegado, se sintió feliz porque su dios había decidido tan magnífico y sacro lugar para su última morada, pero también sintió una profunda pena y congoja por tener que dejar sola a su nieta. Sabía que nada le pasaría pero no era bueno para una niña ver el final de su abuelo.
Lig Rayen observó al anciano y comprendió que estaba mal, se acercó y sin pedirle permiso ni darle tiempo a reaccionar le dijo:
- yo te salvaré abuelo, voy en busca de ayuda – y se fue corriendo.
Dos días y sus noches pasaron hasta que la pequeña Lig volvió guiando a varios miembros de la tribu, traían a la Machi y una camilla de troncos por si era necesario transportarlo.
El anciano no estaba, en su lugar un imponente árbol había crecido de la nada, tenía un tronco enorme, tanto que se necesitaban 5 hombres agarrados de las manos para cubrir su circunferencia, ni siquiera se podía ver donde terminaba su copa.
Buscaron al anciano por los alrededores, gritaron su nombre pero jamás apareció, sin embargo Lig Rayen sabía dónde estaba o mejor dicho que era ahora su abuelo Kallfü Kura.
A partir de ese momento el majestuoso árbol fue llamado Lahuán, en su idioma significa abuelo, el que guarda toda la sabiduría.
Por muchos años Lig Rayen contó esta historia a sus hijos y a los hijos de sus hijos quienes a su vez la siguieron trasmitiendo de generación en generación hasta el presente.
Nota: El parque Nacional Los Alerce debe su nombre al alerzal milenario donde mora el Lahuán, llamado así por ser el más viejo Alerce conocido hasta el presente, se calcula en más de 2600 años su antigüedad. Se encuentra en una zona intangible del parque donde existen normas y reglas que por ejemplo no permiten pisar el suelo a los visitantes, solo se pueden acercar a este y otros enormes y antiguos árboles transitando por plataformas especialmente construidas para evitar cualquier tipo de contacto del hombre con la vegetación que es historia viva e invaluable.
Héctor Gugliermo