Eran las cuatro de la tarde cuando Esteban entró al banco. Pidió abrir una cuenta de inversión. Mi compañera lo mandó con la gerente porque le dio miedo el muchacho. Iba descalzo, su short a media nalga, la camisa desabrochada y su cabello enmarañado.

—¿Qué cuenta desea abrir?— Preguntó la gerente.

—Una de este banco. Sí.— Contestó Esteban con un brillo en sus ojos y mojando sus labios. Ese brillo la gerente lo interpretó como burla o lascivia.

Entendiendo que el muchacho no sabía nada de inversiones, la gerente empezó a capturar en su computadora los datos de Esteban.

—Siéntese, por favor, Sr. Esteban.

Esteban pareció que no escuchó a la gerente y siguió ahí parado con las manos entrelazadas pegadas a su barbilla.

Mi compañera y yo mirábamos hacia la oficina, nos daba risa la forma de portar sus pantaloncillos, pero también nos daba temor de que fuera a intentar agredir a nuestra gerente.

Después de pedir los datos generales de Esteban llegó la pregunta sobre la cantidad y el monto a guardar (aquí la gerente no quiso usar la palabra inversión, ni plazo, ni documento). Fue en ese instante que Esteban se sentó casi en la orilla de la silla y empezó a hablar.

—Mire, usted, ese dinero me lo dieron porque…

La gerente lo escuchó hasta el final, aunque ya estaba acostumbrada a escuchar historias de vida, esta la había causado un sentimiento inusual.

—Ya está su cuenta, Sr. Esteban. Ya puede traer su dinero en cualquier momento.

Esteban se sintió importante de que lo llamara «señor».

—Bien, regreso.

La gerente estiró la mano para despedirse de Esteban, pero él solo se inclinó y dijo gracias.

Faltaban diez minutos para que el banco cerrara cuando vimos entrar a Esteban, al parecer se había bañado, traía otro pantalón corto, pero esta vez bien fajado y una playera. Se dirigió a la oficina de la gerente y ella solo con una señal le indicó que pasara a la caja. Después de realizar el depósito salió.

Empezaba a oscurecer, la tarde había caído. En eso vio a la policía bancaria afuera y sintió miedo, se echó a correr y los policías tras de él. El policía más joven lo pudo tirar al suelo y apuntó con su arma. Al disparar, Esteban se movió un poco y la bala no lo alcanzó, esta rebotó y le rozó en la frente al policía causando una leve herida, pero con brote de sangre. Este momento lo aprovechó Esteban para levantarse y correr a la salida. Justo cuando estaba muy cerca de la puerta otro policía apuntó certeramente a Esteban. La gerente gritó que lo dejaran, pero un disparo derrumbó a Esteban, cayendo muerto instantáneamente.

Mataron a la persona equivocada. Con toda la frialdad del mundo, metieron a Esteban en unas bolsas negras y a un pipote de basura. Cargaron el pipote para un lado y para el otro, sin saber qué hacer.

En las declaraciones los policías dijeron que era un loco del barrio…
—¡Claro, estaba loco! Después de muchos años de trabajo solo le habían dado cuarenta mil bolívares de liquidación.