Escribir

Escribir en un espacio público es un acto arrogante. Es imponer tu presencia. La escritura privada es ilimitada pero cobarde. En la privacidad el insulto sale fácil, pero las ideas no. Escribir para un espacio público es escribir para Decir algo que todos deben leer. El que escribe no lo hace para un público, lo hace para quitarse ese peso, esa carga. Es un acto egoísta, es un acto político. El cuento, la opinión, el ensayo, el artículo, el poema, la novela, expresan algo que debía salir del cuerpo del escritor. Pero esta escritura no debe satisfacer a ese alguien, ya que no se escribe para alguien sino para ese espacio público. ¿Qué se escribe? Pues evidentemente de todo.

Esta concepción de la escritura como espacio de intervención en el espacio público es pueril ya que es por parte de una persona que a duras penas tiene contactos. Que aborrece del carisma y la pasión romántica. Que teme quedar reducido por mis enemigos y malos lectores a posiciones o cuestiones que no son de mi verdadero interés. En esto la escritura está politizada y comprometida pero no está en la vanguardia ni en la retaguardia sino al alcance de todos: en el campo de batalla. El que escribe lo hace para comunicar. Pero lo importante es qué comunicas no a quién. Si escribes pensando en relación a un quién pues bien y si no también. Es deleznable escribir textos que apuntan a una demografía adaptando todo tu estilo, genio e ingenio para lograr la captación fácil. Por esto es que quiero que más escriban. Desde el pathos más potente y carente de frío pensamiento pero con algo que debe ser dicho hasta el texto fríamente hecho, con calma y debida acumulación de datos que sustenten ese escrito. Escribir para el espacio público es una responsabilidad de toda persona. No es un acto del intelectual. No hay que ser Zola para indignarse y escribir un texto como Yo acuso pero sí hay que saber indignarse, hay que saber atreverse. Al final eso es lo que es importante, saber atreverse. Escribir sobre lo que acontece desde lo ves. La mayor vergüenza del mundo contemporáneo es que nadie sabe quién escribe. El riesgo de escribir es alto y los atrevidos pocos. Al que escribe sin adular se lo tiene por detestable o por loco, no muy diferente del que quiere ser un honrado profesor.

Si pudiera obligaría a cada persona que siento que puede escribir algo que deba ser soltado al espacio público abogaría por que lo hiciera. Ya que este silencio en el que son unos cuantos quienes pueden decir y cuando dicen es para reiterar, me sofoca. El pensamiento común hoy vacía las cosas. Se usan las palabras para volverlas consignas en lugar de escribirlas para esclarecerlas como ideas. Y como nadie escribe entonces las palabras que tenemos que usar son las de la vida diaria. Es sorprendente cómo para escribir hay que darse cuenta de cómo nos hablan, cómo nos hacen decir, cómo nos hacen significar. Nuestra imagen del mundo es hecha desde afuera y nuestras palabras son pocas porque no pensamos cómo escribir más.

Desde luego que esto suena a que el escritor es necesariamente político; y lo es. Porque escribir en el espacio público afecta a la convivencia. Escribir para aligerar las cargas del alma del afectado es tan vital como escribir para exponer la diferencia ante lo que acontece en una determinada época. Pero nunca hay que escribirle a nadie más que a la sensación descargarte de eso que querías transmitir