UN POETA DEL SUEÑO Y DE LA NOCHE
Poeta, fundamentalmente del sueño y de la noche ("El sueño es un traje tejido por las hadas, y de un olor delicioso"), en búsqueda de un tiempo mítico, circular, donde conviven pasado y presente, dándose a través de fulguraciones y transfiguraciones.
Traductor del Fausto de Goethe, siendo considerada una de las más bellas traducciones al francés por la crítica, incluso elogiada por el mismo autor alemán, y de un basto conocimiento de la cultura oriental, a pesar de los prolongados momentos de locura, supo hilvanar una obra de una belleza, que cada vez cobra más resonancia.
La mujer en nombre de Jenny Colon, de la que estuvo profundamente enamorado, va creando un modelo de heroína, de guía sagrada, de quimera, la que aún después de muerta, sigue indicándole el camino, unas veces de esperanzas, otras de frustración, de melancolía; pero siempre dejando en su obra un resquicio, una salida, como el expresado en los versos dorados del ultimo soneto que cierra Las Quimeras: "Teme en el muro ciego un mirar que te espía: / A la materia misma un mirar va ligado. / ¡No la utilices para uso impío!/ Suele en el ser oscuro, vivir un Dios oculto".
El poeta Tiene la convicción de que el hombre posee una dualidad, que le permite comunicarse con sus dos mundos, el de la realidad a la que enfrenta en las contingencias, en la finitud, y la dada a través de los sueños que le permite unirse a mundos preñados de fantasías, unas veces, otras como si fuera la única realidad que devela nuestra intima búsqueda y conciencia; lo que nos hace recordar a Jorge Luis Borges cuando decía “Soñar es esencial, puede ser la única realidad que exista”.
Profundamente platónico, cree que todas las ideas están ya dadas. pero cubiertas como con un velo mágico, a las que accedemos a través del recuerdo, incluso el de nuestras vidas anteriores. Su obra Las Quimeras, es tal vez el testimonio más profundo de un poeta que busca en el mito, en la música el único camino que vale la pena transitar, el de la poesía que los unifica, que rescata las íntimas revelaciones que hemos vivido, para hacernos más libres y más auténticos en nuestra existencia. Su poesía que expresa lo eternamente vivido, lo eternamente pensado, la que lleva en su seno el ideal de la mirada de todos los tiempos.
Gerard de Nerval, al igual que el poeta Charles Baudelaire, creía en el mundo como correspondencia. Éste último autor, en su obra capital «Las Flores del Mal» dice que en la naturaleza, no importa que tipo de manifestación ella exprese, existe una correspondencia entre sus elementos que determina su vida, nuestras vidas. Nerval va más lejos y afirma que esta correspondencia, se da también con los elemento del sueño e incluso con las huellas dejadas por nosotros en las existencias pasadas, recordemos que el poeta de las Quimeras creía en la teoría de la metempsicosis que profesaban los pitagóricos. En magníficas palabras nos dice: “¿Cómo me peguntaba yo, he podido existir fuera de la naturaleza y sin identificarme con ella? Todo vive, todo actúa, todo se corresponde; los rayos magnéticos emanados de mi mismo o de los demás atraviesan sin obstáculos las cadenas infinitas de las cosas creadas: es una red transparente que cubre el mundo y cuyos hilos sueltos se van comunicando hasta alcanzar los planetas y las estrellas”.
Hay críticos que sostienen que en las Quimeras encontramos la
unidad profunda del romanticismo. Su lectura es un verdadero
placer y desafío, porque ella expresa la grandeza, de la que decía
Octavio Paz goza la poesía hermética, poesía donde converge lo
simbólico, lo onírico, lo mítico y hasta lo amoroso: “Vuelve otra
vez la trece—¡y es aún la primera! | Y es la única siempre—¿o
es el único instante? | ¿Dime, Reina, tú eres la inicial o la
postrera? | ¿Tú eres, Rey, el último?, ¿eres solo amante? ||
Amad a la que vuelve la muerte nacimiento, | Aquella que yo
amaba por siempre es ya mi esposa, | Es la muerte —o la
muerta—¡ Oh delicia, oh tormento! | Florece entre sus brazos
la regia Malva rosa. || Santa napolitana de manos como flama,
| Flor de extraños violáceas, rosa de soledades, |
¿Encontraste tu cruz en el cielo desierto? || ¡Caed, blancos
fantasmas, de vuestro cielo en llamas! | Rosas blancas, ¡caed!—insultais mis deidades, | Más santa es la que surge del
abismo entreabierto.” De nombre Artemisa, éste bello poema
ha suscitado tanta admiración, tantas exégesis; Artemisa la
diosa griega llamada por el sabio Angel Garibay, la virgen
perpetuamente intacta, diosa cara al imaginario poético de
Nerval. Artemisa, algunas veces la diosa, otras la amante en
ella transfigurada. La Diana cazadora de los romanos, a la
que le escribí un poema en pleno furor poético, siendo muy
joven, pero en pleno éxtasis me acordé de Acteón desgarrado
por los perros de la diosa, por deleitarse en la belleza y
desnudez de ella mientras se bañaba con sus ninfas, y desistí
del poema, pero me quedó la heroicidad de Actéon, porque
ser desgarrado por lo divino lo hacía de alguna manera
inmortal. Leamos a Gerard de Nerval, transitemos una obra
que buscó en la poesía un lenguaje capaz de transitar y
descifrar lo íntimo y más puro de los sueños.