¿Por qué a mí, Dios mío?

En la década de los años 60°s apareció un joven de descendencia afroamericano, se destacó en el deporte blanco, fue el primer deportista de color en ganar el Gran Slam del tenis mundial (US. OPEN) ganó en la misma década 4 Copas Davis y por supuesto Wimbledon; importantes triunfos para un jugador del tenis mundial. Me refiero a Arthur Ashe, abnegado y orgulloso por causa de su raza. En aquellos entonces, aún prevalecía la xenofobia en algunos escenarios deportivos, sin embargo, él gano su público y un puesto para representar a la nación americana.

En 1975, a pesar de sus opositores racistas, rompió todos los récords que da esta disciplina. A sus cortos 36 años sufre un paro cardiorrespiratorio, y en el hospital, a través de una transfusión de sangre es infectado del sida -VIH – Como es de pensar, al principio recibió críticas de una vida íntima desordenada; cuando se comprobó la verdad, sus fans le enviaron toda suerte de cartas de consolación y oración, pues era fiel creyente en Dios - Eterno. En una de esas cartas un admirador le dijo:

Él en medio de la agonía, sintió que debía responder esas palabras, -Le dijo- en las disciplinas deportivas son muchos los niños y jóvenes que se inician; unos cuantos, logran destacar y profesionalizarse, pero unas pocas decenas logran triunfar y vivir dignamente con el pago profesional. Yo nunca en mis oraciones dije: ¿por qué Dios me hiciste tan bueno? Y ahora en mí lecho de muerte, tampoco me voy a quejar: ¿Por qué a mí me paso esto Dios mío?

En honor a su humildad, servicio y gallardía en esta disciplina deportiva, se construyó: el “Arthur Ashe Stadium” el más grande del mundo, en New York.