Guacharaca

Quien no conozca el sonido que hacen, le sugiero que escuchen este audio y me entenderán.

Audio de uso libre tomado de wikipedia y subido a soundcloud

6:03 am: ¡Guacharaca!, ¡guacharaca!, ¡guacharaca! 

6:09 am: ¡Guacharaca!, ¡guacharaca!, ¡guacharaca! 

6:12 am: ¡Guacharaca!, ¡guacharaca!, ¡guacharaca! 

Gallinas aladas, primos salvajes de gallos impertinentes.  

Fuente

¡Guacharaca!, ¡guacharaca!, ¡guacharaca! 

Me asomo a la ventana, ahí están, caminan orondas por el aguacate, comen sus flores y gritan: 

¡Guacharaca!, ¡guacharaca!, ¡guacharaca! 

Basta con que llueva un par de veces y entran en frenesí reproductivo, fornicando sobre las tejas, gritando:  ¡Guacharaca!, ¡guacharaca!, ¡guacharaca! 

Vuelvo a la cama, me tapo la cabeza, almohada sobre las orejas, intento retomar el sueño, casi lo logro pero entonces la muy maldita se acerca aún más y grita: 

¡Guacharaca!, ¡guacharaca!, ¡guacharaca! 

O el muy maldito, quien sabe, una vida atormentado por ¿ellas? y aún no puedo distinguir entre macho y hembra, en serio, son una detestable especie de gallináceos contrahechos. 

¿Se comen? Debería cazar una, seguro sirve para una sopa. Y si no sabe bien, al menos estará callada.  

Imposible dormir, no se callan hasta que saben que no puedes seguir durmiendo. Las que están al otro lado de la ventana seguro me miran y gritan cada vez que creen que estoy durmiendo. 

8:17 am: ¡Guacharaca!, ¡guacharaca!, ¡guacharaca! 

Y siguen gritando, créeme, esas cosas no cantan. Imagina un pájaro pardo, feo, que recuerda a una gallina flaca, caminando por el muro de tu ventana con su pareja en celo gritando desde el primer rayo de luz hasta que se les rompen las cuerdas vocales: 

¡Guacharaca!, ¡guacharaca!, ¡guacharaca! 

Intentas dormir, quizás estás trasnochado o peor, andas con resaca. Si tuvieras una escopeta a mano, ¿no la usarías con gusto para abatir al alborotador?  

¡Guacharaca!, ¡guacharaca! Bang, bang… ¡guacha….! Silencio. Al fin. 

Pero no, no dispongo de una escopeta. Lástima. Tan lindo que sería, bang, bang, un grito interrumpido, plumas al aire y un cuerpo cayendo al piso en silencio. Poesía en movimiento.  

De pequeño muchas veces las intenté abatir con piedras, las acechaba en silencio, aprovechaba sus gritos para acercarme, apuntaba con calma y disparaba. Entonces, como si tuvieran un ojo en el trasero simplemente detectaban la piedra, callaban un instante y volaban lo justo para esquivar la fulana piedra y ponerse de nuevo fuera de mi alcance. Una vez ahí sabiéndose seguras, me miraban fijamente por encima del hombro y burlonas repetían su mantra: 

¡Guacharaca!, ¡guacharaca!, ¡guacharaca! 

Y ahí como exhibicionistas en la rama más alta, continuaban su apareamiento escandaloso.  

Son como los gatos. Caminan por los techos, arman sus trifulcas territoriales, organizan sus encuentros sadomasoquistas en los tejados y no les importa un comino el sueño de la gente decente. 

Pero a los gatos se les puede espantar. Y son más fáciles de acertar con cualquier cosa que esté a mano. Callar a un gato es relativamente sencillo. Pero no a las guacharacas. No, esas no se callan por más piedras que les lances. 

Pero disculpen mi odio hacía los gallináceos. Ahora que callaron, supongo que agotadas de tanta actividad sexual desenfrenada puedo retomar lo que pretendía hacer. Llevo unos días pensando en que escribir, buscaba un buen tema para un cuento y no se me ocurría ninguno.  

Pero anoche tuve un sueño, el inconsciente salió en mi auxilio tras unos días con muy poca inspiración. Vagaba por regiones oníricas cuando surgió una idea que con algo de suerte podría recordar en la mañana, me aferré al sueño procurando asimilar todo y despertarme directo a plasmarlo. 

¿Les ha pasado? Sueñan y dentro del sueño saben que deben recordar lo que experimentan, saben que si logran recordar y llevar esa experiencia fielmente al papel lograrán algo trascendental. Bueno, lo más seguro es que no les haya pasado, la gente normal no pretende solucionar sus problemas creativos con quimeras oníricas. 

Pero yo me sentía así, en pleno sueño, creía que mi gran obra estaba al alcance de la mano, que bastaba con recordar algo de ese sueño y que escribirlo me abriría nuevos horizontes. 

Aún recuerdo algo, te lo contaré a ver qué opinas. 

Estaba en una gran pradera de hierba dorada por el sol, la brisa era fresca y venía cargada del olor de una lejana tormenta que amenazaba sobre las colinas lejanas. Caminaba junto a alguien, en dirección a un pequeño lago de aguas tranquilas en medio del prado. El estanque era mi destino, sentía en el sueño que en sus aguas encontraría algo valioso.  

La tormenta se acercaba desde el otro lado, amenazando interceptar mi marcha. Apuré el paso acercándome a buen ritmo; cada vez más cercanas, las nubes preñadas cargaban el aire de electricidad. Me pareció curioso que pudiera avanzar sin problemas, en sueños las carreras siempre terminan con uno caminando sobre una cinta giratoria. O sobre fango. O pegado al piso. 

Caí. Quien me acompañaba me sostuvo y me ayudó a levantar. Era una silueta parda de extraño andar. En los pocos momentos que permanecí en el piso, la tormenta no avanzó, como si estuviéramos destinados a coincidir en las orillas opuestas.  

Un prado, una tormenta, un lago, una silueta y yo. Destinados a encontrarnos. Freud tendría mucha tela que cortar. Retomé mi marcha, cada vez más ansioso por llegar al agua. Mis pies aplastaban la seca hierba que esperaba ansiosa la tormenta por venir. La silueta estaba y no estaba ahí, la percibía por el rabillo del ojo pero cuando intentaba verla desaparecía ante mí. 

Al fin llegué a las orillas del lago. Las aguas besaban mis pies descalzos. La tormenta también llegó, pero se detuvo en la otra orilla. Parecía como si ambos supiéramos que para poder ser, debíamos encontrarnos en medio del lago. Pero ambos teníamos miedo. 

Avancé, la tormenta avanzó conmigo. Cada paso en el agua me llevaba más cerca de ella, primero los tobillos, luego las rodillas desparecieron bajo el agua. Distinguí entre las negras nubes una forma evanescente, podría ser un rostro o miles de ellos formados por torrenciales gotas que aún así no me tocaban, pues lo harían justo cuando llegara al medio del lago. 

La cortina de agua que caía desde el cielo estaba al alcance de mi mano y el agua del lago me llegaba al cuello cuando entendí que debía ahogarme entre lago y tormenta para resurgir transformado. Un paso y cumpliría mi destino, saldría renovado y sabio de esta muerte onírica, volvería como un fénix después de la muerte, resurgiendo más fuerte de mis propias cenizas. 

Levanté mi pie derecho del lecho del lago, avancé mirando a la tormenta cuando vi su forma; un rostro iracundo sobre un cuerpo de dios mitológico. Me detuve expectante a mitad del paso definitivo, levantó su brazo y señaló justo a mi lado. 

Giré la mirada, al fin vi la silueta parda, trastabillé, un pico enorme se abrió junto a mi oreja mientras caía y gritó: 

 ¡Guacharaca!, ¡guacharaca!, ¡guacharaca!