Cuando la vida te quiere demostrar que no importa cuánto tienes, no importa si el éxito la acompaña o si transcurre en medio de un basurero, lo importante es aquello que el alma no olvida.

TRAS DESPERTAR

Era ya de noche, cuando la luna es la reina del cielo y las estrellas sus soldados, custodiando para que nadie ose apagar su brillo. Y allí me encontraba yo, un poco fuera de foco, intentando encontrarle sentido a cada imagen que ahora frente a mis ojos se proyectaba. No era nada definido, entre las sombras poco se distinguía, sabía que debía preocuparme pero no entendía el por qué.

Me encontraba tumbado en el suelo, a la orilla de un camino de tierra, aparentemente en algún bosque. Desconcertado me senté, evalué poco a poco cada detalle y noté que tenía una camisa blanca, rasgada pero muy almidonada y limpia; Mis zapatos inexistentes eran una muestra de que algo fuera de lo normal había ocurrido;Y por supuesto, un dolor palpitante era lo que enturbiaba mis pensamientos.

Un impulso se desató en mi interior, sabía que debía irme a casa, refugiarme en la tranquilidad de ese lugar familiar. Pero justo en ese momento me di cuenta que no sabía a dónde ir, era como si perdiera de vista quién soy, ni siquiera podía determinar dónde estaba a ciencia cierta.

SORPRESIVAS REVELACIONES

Pude levantarme y noté que el camino era poco transitado, así decidí caminar en busca de ayuda. Unos pasos más adelante, vi la luz de una fogata iluminar la fría noche, una silueta oscura se perfilaba. Era un hombre de unos 40 ó 50 años,con el cabello mostrando algunas canas. En su ropa, la evidencia de un presente rudo, típico de quién vive a la intemperie.

Me acerco silenciosamente, pero el señor hace señas para que me acerqué. Tomé asiento a su lado, agradeciendo el calor de las llamas, ya que era una noche muy fría.

El me ofreció que me quedara con él esa noche. Yo, sin poder aún decidir qué hacer, le escuché contar una historia, hasta que él se quedó dormido allí, sentado al lado de la fogata, pero algo se resbaló de su bolsillo.

Era una cartera, de la cual se habían caído algunos papeles, los recogí y vi mi foto. Enseguida me preocupé y revise el resto de los papeles, era evidente que era mi cartera. Una foto destacada, estaba seguro, era mi familia. Y ese fue el detonante que necesitaba para que me llegaran flashes de recuerdos qué hago me pertenecían... un tronco atravesado en el camino, yo manejando mi auto, deteniéndome para poder mover el obstáculo y la sensación de vacío en el mundo cuando caí con aquel golpe.

Me alejé de allí, corrí sin detenerme, agradeciendo qué pasará por el camino una pareja de jóvenes que muy amablemente me llevaron a la ciudad. Y es que no importa si tienes mucho poco, el tesoro más grande es poder recordar tus amores.