Emociones que no se han borrado - Segunda Entrega

in #cuentos7 years ago

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Queridos amigos, como lo prometido es deuda, acá les obsequio la segunda entrega de mi novela... espero que les haya gustado la primera entrega...

Capítulo V

-Fue falsa alarma, viste Jean Paul…? No estaba embarazada… - le dijo Isabella un mes después de casados.

-No te preocupes, mi vida – la abrazó – Si es verdad que la posibilidad de un embarazo, aceleró una decisión que yo tenía tomada desde que hicimos el amor por primera vez, que era casarme contigo. Pero no lo hice nada más por eso, sino porque te amo, mi princesa. – la besó y en eso, el timbre del teléfono, los separó.

La relación entre Isabella y Jean Paul, era muy linda. Parecían dos chiquillos, jugando a ser adultos. Se amaban libremente, en cualquier lugar de la casa, reían, pasaban los fines de semana viendo películas, haciendo el amor, yendo a la playa. Se sentían felices…

-¡Yo contesto! – exclamó Isabella. - ¿Hola? Claro que sí, soy yo. ¿Cómo estás, Susana? – rió - ¿Hoy? – esperó - ¡Claro que sí, allá nos vemos! – respondió – Gracias por avisar, besos. – dijo y cortó la llamada.

-¿Adónde vas? – inquirió Jean Paul, abrazándola por detrás y besándole el cuello.
-A una fiesta que nos invitó Susana – respondió ella – se volteó hacia él y le echó los brazos al cuello, pero él se paralizó y se alejó de ella.
-Ah, una fiesta… - repitió él - ¿Y por qué decides por los dos?
-¡Ay no, que va…! – protestó ella - ¿Te vas a poner dramático?
-¿Qué pasa? – preguntó él – No tengo derecho a elegir si quiero ir o no…?
-¿Quieres ir? – lo increpó ella, con impaciencia.
-No – respondió simplemente.
-Yo si - retó la chica. – Y si no quieres ir, no vayas. Quédate aburrido.
-Isa, quedémonos aquí los dos – le pidió él – Ordenamos pizza, sushi, lo que quieras… anda…
-Que fastidio, Jean Paul. ¿Todos los fines de semana, lo mismo? – se enojó ella. – Lo siento, yo si voy.
Jean Paul la miró enojado y se alejó de la estancia, dando un portazo al salir.

Capítulo VI

-¡Ya, carricita! – exclamó Isabella con total ausencia de paciencia. -¡Toma tu muñeca y deja el lloriqueo! – gritó y la niña seguía llorando.
-¿Qué pasó? – inquirió Jean Paul, entrando en la habitación.
-Tu hija no para de llorar – protestó furiosa.
-Ya, Daniella, ven con papá – calmó Jean Paul, ofreciendo sus brazos a la pequeña, quien se lanzó a ellos, sollozando – Ya, mi princesita, ya pasó – la abrazó y la niña se calmó - ¿Por qué tienes que gritar como loca? – la miró –Con hacer un poco de cariño, se calma, ves…?
-La estás malcriando demasiado - le advirtió Isabella.
-Y tú, si sigues así, la vas a convertir en una niña amargada e insegura.
-¡Yo soy quien pasa todo el maldito día con ella, ¿de acuerdo? – exclamó furiosa – ¡No me digas lo que tengo qué hacer!

Jean Paul e Isabella, llevaban ya dos años y medio de casados y una preciosa beba de año y medio.
-Parece que desde tu punto de vista, no estoy capacitada para criar a mi hija – comenzó a decir.

Jean Paul bajó a la niña al coche, la ató con el cinturón de seguridad, se incorporó y se acercó a su esposa, con un suspiro.

-No es eso, bella. Es que hay momentos en que estás demasiado intensa… ¿qué te pasa hoy, amor mío?
-Es que ayer todo el mundo se acordó de mí, excepto tu… - lo miró con tristeza.
-No te entiendo, mi amor – la miró confundido.
-Ayer cumplí veinte años y tu ni siquiera lo recordaste – respondió con un suspiro – Todos mis amigos me llamaron y me desearon feliz cumpleaños y algunos me invitaron a salir, pero yo me negué diciéndoles que pensaba pasarlo contigo… pero ni siquiera me llamaste de la oficina, no hubo ni un solo gesto, un detalle…-susurró - Cuánto has cambiado…

Al decir esto, Jean Paul sintió el alma descender hasta sus pies al ver el dolor reflejado en el amado rostro de su bella esposa y sin decir palabra, se acercó hasta ella, rodeándola con sus brazos.

-Mi amada Isa, mi amor… - murmuró con infinita vergüenza - ¿Por qué no me lo dijiste, mi cielo…? He estado tan inmerso en el trabajo, que… ¡Dios mío, esto es imperdonable…!
-Yo esperé todo el día por ti, a ver si me sorprendías con algún detalle – sonrió con amargura – Y el detalle fue que llegaste en la noche y me sorprendiste diciéndome que estabas cansado y te irías a la cama de inmediato…
-Mi amor, perdóname, te lo suplico… - suplicó apesadumbrado y sus ojos se llenaron de lágrimas.
-Bueno, ya no te preocupes… - lo tranquilizó al ver lo apesadumbrado que estaba. – Olvidemos eso… es verdad, sé cómo estás de trabajo. – razonó ella.
-Pero… permíteme reparar mi falta… - suplicó él – Esta noche saldremos a celebrar, ¿si? – le tomó el rostro entre sus manos y le dio un beso pequeño - ¿Qué me dices?
-No te preocupes, Jean Paul, ya pasó…
-Sí me preocupa y mucho, mi amor…! Dame una oportunidad, ¿si?
-De acuerdo – accedió ella al fin con una tímida sonrisa y él la abrazó.
-Prometo que no habrá más confusiones ni descuidos, mi amor – susurró.
-Te hice sentir un desastre, lo siento – dijo ella y él la interrumpió con un tierno beso.
-Te amo, Isabella de Bertorelli – volvió a besarla, ésta vez, con más pasión - ¡Jamás dudes de cuánto te amo!

Capítulo VII

-¿Cómo te sientes, amiguita? – preguntó Janine, semanas después, cuando fue a visitar a la chica.
-Muy bien – sonrió.
-¿Y la bebé?
-Dormida…
-¿Sabes, Isa? – comenzó a decir Janine – Jamás te imaginé en éste rol de mujer casada, de ama de casa…¡Tú!... es tan raro como verme a mí, en ese rol – exclamó e Isabella no dijo nada. Janine la miró con detenimiento – Algo pasa, ¿verdad, amiga?... te noto bastante desanimada, cuéntame qué te pasa. Soy tu mejor amiga… - la persuadió.
-Es que…- alzó los hombros y suspiró – Desde hace un tiempo a esta parte, echo de menos mi vida… - Murmuró – Es horrible esto de pensar en el pasado. Trato de ignorarlo y enfocarme en mi esposo, en la beba, en ser feliz…, caray pero qué difícil se me hace… a pesar de ser muy feliz – recalcó, casi para sí misma.
-¿Feliz? – inquirió Janine – No lo creo. Te estás esforzando por serlo, que no es lo mismo.
-¿Sabes qué pasa? – dijo Isabella, al cabo de un rato – Últimamente me he encontrado con antiguos amigos, que me han hecho cuestionarme mi vida actual… Por ejemplo ayer, me conseguí en el centro comercial con Santiago – le comentó, refiriéndose a un antiguo novio – Y me vio con la beba y… bueno, después de las exclamaciones de incredulidad y las preguntas incómodas, me dijo que él pensaba que yo estaba desperdiciando mi juventud, que debí estudiar en la Universidad, en vez de correr a casarme, pero que aún estaba a tiempo de hacerlo… y siguió recordándome todo lo que hacíamos en el colegio, las fiestas, la vida sana y normal que tienen todos ustedes y a la que yo decidí renunciar al casarme con Jean Paul, a los diecisiete años… - suspiró y sus ojos se llenaron de lágrimas – No puedo evitar recordar todo eso… fue un pasado tan feliz, son tantos los bellos momentos que viví y sé muy bien que aunque los años pasen, voy a seguir recordando todo eso, esos recuerdos siempre van a estar conmigo, sabes?- sonrió con tristeza, secando sus lágrimas – Tantos amigos que jamás voy a olvidar, tantas vivencias, tanta risa, alegría… son emociones que no se han borrado, que parecen estar ancladas en mi corazón. – se dejó caer en el sofá – Y a pesar de que apenas tengo veinte años, parece que mi vida acabó, la alegría se fue para siempre, ya no tengo ganas de reír, solo de llorar… - sollozó y Janine la abrazó, consolándola – Desperdicié mi vida, Janine, no les hice caso a ustedes cuando me aconsejaron que no me casara…
-Isa, no hables así – suplicó Janine - ¿Qué piensa Jean Paul de todo esto?
-Él no lo sabe, no tiene idea de cómo me siento. – respondió – La verdad es que ha sido un esposo excelente, todo parece habérsele dado tan fácil. Me refiero a estar casado, ser papá, trabajar… Y además, me adora. Creo que es feliz…
-¡Ay Isa!- la estrechó con fuerza – Debes ser horrible para ti, cariño…-pausó – Pero debes hablar con Jean Paul, contarle cómo te sientes… debes divorciarte… - aconsejó pero Isabella se puso de pie, mirándola horrorizada.
-¡No! – la interrumpió – Eso sería horrible para Daniella y para él…- respiró profundo- Nada, amiga. Debo seguir aquí, aguantando, asumiendo mi error. – sollozó.
-Que malo, Isa – la abrazó de nuevo Janine – Nunca te había visto tan triste – le acarició el cabello - ¿Qué piensas hacer?
-Nada – secó sus lágrimas con fuerza – Es muy tarde para arrepentimientos, ya no hay vuelta atrás – suspiró y Janine la miró con tristeza.

Capítulo VIII

-¡Isabella Valeri! – exclamó una voz masculina, sobresaltándola.

Ya habían transcurrido varias semanas desde su conversación con Janine. Hoy, estaba en un centro comercial, de compras, mientras la niña estaba en el cuidado diario.

-¡Pablo! – exclamó al volverse y ver de quién se trataba - ¿Cómo estás? – se abrazó a él.
-Isa, ¡estás bellísima! – se separó un poco de ella, para admirarla – No te veo desde hace más de cuatro años… ¡cómo ha pasado el tiempo! – comentó y ella, sonrió. - ¿Qué te parece si nos tomamos algo aquí mismo, en el centro comercial y conversamos? – le guiñó un ojo – Nos ponemos al día, ¿qué me dices? – la instó animado.
-Vale, me parece genial – respondió con una amplia sonrisa.

Ya en el lugar, ordenaron un par de cafés…

-Han pasado casi 5 años sin vernos, Isa. Y has cambiado muchísimo, estás más linda, más bella que cuando te conocí en esa fiesta, ¿te acuerdas?
-Por supuesto, Pablito, ¿cómo olvidar aquellos tiempos?
-Me acuerdo que nos conocimos y comenzamos a salir y dos semanas después, nos hicimos novios – recordó él – Pero eso duró poco porque aproximadamente un mes después, rompiste conmigo, porque me viste en el cine con otra – soltó la carcajada - ¡Qué tiempos! – suspiró él. Pero, cuéntame de ti – pidió tomándola de las manos.
-Uy, ¿por dónde comenzar…? – bromeó ella.
-Comienza por decirme, cómo estás a nivel sentimental… ¿sola? – inquirió con picardía – ¡No lo creo, eres demasiado hermosa…! – exclamó – Te veo ahora y me parece que no ha pasado el tiempo… me gustas, Isabella. Si estás sola, espero poder tener una oportunidad al menos para cortejarte - le dijo con seriedad.
-Pues gracias… - comenzó a decir ella despacio – Tengo cuatro años sin ese tipo de problemas – murmuró – Hace cuatro años me casé – dijo al fin.
-¿Perdón? – la interrumpió - ¿te casaste hace cuatro años?¿A los diecisiete años?¿Es en serio?¿con quién?
-No lo conoces…
¿Eres feliz?
Si – respondió con dificultad, apartando la mirada.
-Podrías al menos, mostrar más entusiasmo, Isa… - la miró a los ojos – No, no eres feliz en absoluto. Te arrepientes, ¿no es cierto?
-No, no… no es así… - él la interrumpió.
-Isa, te acuerdas de que nosotros en ese breve tiempo que fuimos novios, aprendimos a conocernos muy bien, a pesar del poco tiempo que duró nuestro noviazgo…
-Pues, si…pero, ¿adónde quieres llegar?
-El punto es, que sé que no eres feliz. Y si no eres feliz, ¿por qué no te divorcias…? No puedes ocultar tu tristeza, Isabella.
-Es que, tengo una hija de tres años – respondió al fin, sintiéndose liberada al poder expresar sus sentimientos con tanta facilidad.- No quiero que ella sufra, ¿sabes?
-Supongo que si.- respondió Pablo - ¿Y él? – prosiguió - ¿Es feliz?
-Creo que si – dijo y tapó su rostro con sus manos – Es horrible Pablo, siento que mi vida se ha basado en cometer error tras error… - sollozó.
-Isa – la abrazó él – No llores – la consoló – Debe haber alguna solución – murmuró pensativo.
-No la hay… es decir…, la hay, pero no puedo tomar ese camino…- susurró.
-Creo que deberías hablar con él – le aconsejó con sinceridad.

Capítulo IX

-¿Quieres tu casita de muñecas, Dani? – preguntó Isabella a la niña, quien asintió con una sonrisa. – Está bien, ya te la alcanzo. – se incorporó, poniéndose de puntillas, tomó la casita de la parte alta del clóset y se la entregó. Al hacerlo, notó que Jean Paul estaba recostado en el umbral de la puerta, observándola. Isabella hizo caso omiso de su presencia, pasándole por un lado y se dirigió a la cocina.

Ya habían transcurrido varios meses desde su encuentro con Pablo.

Jean Paul e Isabella, casi no conversaban, se limitaban a convivir de manera forzadamente cordial, haciendo que la relación se tensara cada vez más; preferían no dirigirse la palabra para evitar discutir.

-¿Quieres desayunar ya, Jean Paul? – preguntó, de espaldas a él.
-Sí, gracias. Buenos días – le dijo.
-Buenos días – respondió ella. Sirvió el desayuno del chico, y se disponía a salir de la cocina, cuando él la tomó por un brazo.
-Isa, siéntate, por favor. – pidió y ella obedeció.
-Sí, dime – murmuró, mirándolo de reojo.

Jean Paul no dijo nada… sólo se limitó a observarla con infinita tristeza. Ella no pudo sostener su mirada y la bajó, mirando sus manos. Entonces el rompió el silencio:

-¿Qué nos está pasando? – preguntó con dificultad – Anoche nos dimos la espalda en la cama antes de dormir, no hubo ni un cortés “hasta mañana” – se puso de pie, acercándose a ella – Ya hace más de dos meses que no hacemos el amor – la tomó por los hombros con delicadeza - ¿Qué está pasando entre nosotros, Isa?
-No lo sé… - comenzó a decir, sin atreverse a mirarlo – Siento que todo se ha ido desmoronando, que apenas queda nada… - susurró – Sólo unas inmensas ganas de llorar al ver cómo se va apagando nuestra alegría, nuestro amor, nuestras ganas de luchar juntos – dijo y sus ojos se humedecieron – Estamos tratando de ser amables por Dani y por no hacer nuestra vida más insoportable – ahogó un sollozo.

  • Me duele escuchar la verdad – susurró él, con un nudo en la garganta – Nos está costando mucho vivir así, cuando el vacío y el dolor es lo que se está apoderando de nuestras vidas – al decir esto, Isabella se echó a llorar y él la abrazó – Ya no somos los mismos, Isa…
    -Es que creo que nos casamos muy jóvenes – dijo entre lágrimas, sin dejar de abrazarlo – Tenemos que asumir que nos equivocamos… y debemos separarnos antes de hacernos más daño y por el bien de Dani – al decir esto, él la abrazó con más fuerza. Ella supo que él estaba llorando en silencio.
    -Todo debe cambiar, Isa…tenemos que poner de nuestra parte…no quiero separarme de ti, yo te adoro…
    -Es inútil – lo interrumpió, alejándose de sus brazos – No podemos cerrar los ojos y seguir tratando de vivir, porque nos estamos haciendo daño…

Capítulo X

-¡Isa! – exclamó Janine al verla en la puerta de su casa - ¿Qué haces aquí? – preguntó asombrada, viéndola a ella y a la maleta que traía consigo – Pasa – se hizo a un lado e Isabella entró.
-Gracias – apenas se le escuchó la voz.
-¿Te fuiste de tu casa? – preguntó, sabiendo la respuesta - ¿Pelearon?
-No, no peleamos – respondió en voz baja – Disculpa que haya venido a ésta hora de la noche, pero tenía que hacerlo…
-Deja de decir tonterías, no tienes por qué pedir disculpas – la interrumpió - ¿Qué pasó?
-No peleamos, repitió – Lo dejé… mientras él dormía… habíamos hablado en la mañana de nosotros y le dije que teníamos que separarnos y él, por supuesto, me dijo que no y me pidió que lo intentáramos, que valía la pena hacerlo, porque nos queríamos – explicó – Le dije que era inútil, pero insistió y le dije que sí, que lo intentaríamos. Pasamos un lindo día y en la noche, hicimos el amor… como hacía meses que no pasaba…
-Entonces, ¿por qué lo dejaste? – la miró sin entender.
-Porque sé que no va a funcionar, Janine… me siento asfixiada con ésta relación – continuó - Mientras él dormía, me levanté en silencio e hice esta maleta con pocas cosas para salir antes de que él se diera cuenta…
-¿Y Daniella?
-La dejé con él… - dijo en voz tan baja, que Janine apenas la escuchó. Sin decir una palabra, se levantó de su asiento y la abrazó con ternura.
-Bueno, vamos a esperar que pase el tiempo… Mañana lo llamas. – le dijo, pero Isabella negó en silencio – Por Dios, Isa. Debes hacerlo…
-No – negó moviendo la cabeza con tristeza – Necesito tiempo… necesito estar sola…
Janine la miró pensativa, sin decir una palabra.
-¿Puedo quedarme aquí por unos días? – inquirió Isabella.
-Claro que sí, tonta – respiró profundo – Y en cuanto a Jean Paul y Dani, voy a respetar tu decisión, pero no la comparto, ¿vale?
-Vale, vale. Sólo necesito estar sola unos días y que él no sepa en dónde estoy… - la miró suplicante.
-Está bien – le dijo al fin.

-¡FELIZ cumpleaños, Isa! – exclamó Verónica, entrando al departamento de Janine, junto con el resto de sus amigas.

Ya habían transcurrido unos meses e Isabella no había vuelto a casa, ni se había puesto en contacto con Jean Paul. Supo mantenerse a la sombra y él no supo dónde encontrarla. Sus amigos la ayudaron a guardar el secreto de su ubicación.

-¡Gracias, Vero! – exclamó Isabella, abrazando a su amiga.
-¿Qué tal, como va todo amiga? – inquirió tomando asiento, junto con las otras chicas.
-Bueno, va… - fue su respuesta.
-¿Cuándo vas a llamar a tu esposo y a tu hija? – inquirió Karin.
-Tal vez hoy… - comenzó pero Karin la interrumpió con una carcajada.
-Todos los días dices exactamente lo mismo – se burló. – Volviste a ser la de antes, sales a fiestas, te diviertes… pero no olvides que estás casada y que tienes una hija… ojalá ella no se olvide de ti… - murmuró pensativa.
-Hoy lo llamaré – prometió – Y le pediré el divorcio… - dijo y ninguna de sus amigas comentó algo al respecto.

-Hola, Jean Paul – saludó Isabella, al otro lado de la línea telefónica.
-¿Quién es…?
-Isabella – respondió. Pasó un incómodo silencio y entonces, él dijo:
-¿Dónde estás? – preguntó.
-No puedo decirte eso – susurró - ¿Y la beba?
-Preguntando a cada rato por ti, Isabella – respondió – No sé qué decirle… porque no sé qué pasó – le dijo muy seriamente – Pensé ese día que nos habíamos reconciliado y de pronto…, me despierto y ya yo estabas allí… Y nadie sabía dónde estabas, te supiste esconder muy bien… - reprochó.
Isabella no respondió y al cabo de un instante, él dijo:
-Feliz cumpleaños, por cierto.
-Gracias…

Otro silencio incómodo. Al cabo de unos instantes, Jean Paul lo rompió, exclamando:

-¡Por Dios, Isa…! ¡Ya no soporto más! – ahogó un sollozo – Vuelve a casa, te lo ruego… - suplicó – Siento que ya no puedo más con esta soledad…
-Dile a Dani que la amo – lo interrumpió ella, con los ojos llenos de lágrimas.
-Eso puedes hacerlo tú misma, cariño – le imploró él, una vez más. – Vuelve mi amor, por favor…
-Adiós - murmuró Isabella, cortando la llamada. Acto seguido, se echó a llorar.

Capítulo XI

Dos meses más tarde, Jean Paul recibió un citatorio de parte de un tribunal porque Isabella había establecido la demanda de divorcio.

Al llegar al lugar, Isabella ya estaba ahí, esperando. Él la miró con dolor, pero no dijo nada. Al poco rato, los hicieron pasar al despacho de la juez.

-Aquí dice – comenzó la juez – Que la señora Isabella Valeri Santana de Bertorelli, de veintitrés años de edad, solicita el divorcio – pausó – Vamos a ver si hay o no, alguna posibilidad de reconciliación. – miró a Isabella – Usted dirá, señora Bertorelli.
-Yo… - comenzó a decir, sin atreverse a mirar a Jean Paul – Quiero divorciarme de él, lo antes posible… por mi parte, no hay reconciliación – dijo al fin.
-¿Por qué solicita la separación?
-Porque no hay amor – dijo después de pensárselo un poco – Sólo una extraña e incómoda situación que tratábamos de sacar a flote por nuestra hija.- concluyó.
-Qué tiene que decir al respecto, Señor Bertorelli? – inquirió la juez.
-Yo…, sí, es verdad que durante un tiempo, existía una situación muy tensa entre nosotros, pero sí hay amor – miró a Isabella – Y mucho – expresó con dolor – Yo la amo y sé que no podría estar sin ella; creo que esta tensión, desaparecería con el tiempo…con amor y paciencia… no creo que debamos divorciarnos – concluyó sin dejar de mirarla.
-Muy bien – dijo la juez – Ahora van a firmar sólo una separación de cuerpos, cuyo período es de un año; si durante ese lapso de tiempo, ambas partes desean establecer una reconciliación, ésta separación de cuerpos, quedará sin efecto. Ahora bien, si por el contrario, no hay reconciliación posible entre las partes, se procederá al divorcio – concluyó.

Continuará...

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