Cuento popular: Los músicos de Bremen
Esta historia comienza por un viejo asno que sabía tocar el laúd.
A lo largo de su vida había servido con utilidad a su amo, pero este, percatándose de que ya el animal no tenía el mismo rendimiento, quería deshacerse de él.
El asno era muy listo y comprendió las intenciones del dueño, razón por la que decidió abandonarlo y emprender viaje a Bremen, donde pensaba podría ganarse la vida como músico con su talento en sacar buenas melodías del laúd.
Así, inició su viaje y a los pocos días se encontró con un perro cazador, pero que aparentaba más cansancio y vejez que habilidad para atrapar presas.
Los dos animales entablaron conversación y la similitud de sus historias los unió en su propósito.
Resulta que el viejo perro había escapado también de su dueño, que quería sacrificarlo por su vejez y consecuente inutilidad para cazar.
Al conocer esto, el asno propuso al can que lo acompañase a Bremen, donde ambos podrían ganarse la vida como músicos. El asno tocaría el laúd y el perro, con un poco de práctica, podría aprender a tocar los timbales y hacerle el necesario acompañamiento armónico.
El perro accedió y emprendió viaje a la ciudad con el asno.
No bien hubieron avanzado unos días y se tropezaron con un gato desvencijado, con cara de amarga tristeza.
Tanto el perro como el asno se interesaron por su caso y descubrieron que la historia del minino era idéntica a la suya.
El gato estaba triste porque su dueña había intentado ahogarlo, debido a que él, por viejo, ya no le proporcionaba el entretenimiento de antaño ni tampoco cazaba los roedores que merodeaban por el hogar.
Sensibilizados con su historia, los dos músicos propusieron al felino que los acompañase. Podría formar parte de la banda y tocar el instrumento que mejor se le diese.
El gato confesó que realmente no sabía nada de música. No obstante, sin nada más placentero que hacer, decidió unirse al grupo y acompañarlos a Bremen.
Así, el trío de animales avanzó y tan sólo unos kilómetros más adelante del sitio en el que había estado lamentándose el gato, encontraron un gallo que hacía lo mismo.
La pena de este último, que no estaba tan viejo y tenía una excelsa calidad vocal, era que se había enterado que sus dueños planeaban cocinarlo esa noche, a falta de un mejor alimento.
Solidarizados con él, el asno, el perro y el gato coincidieron en invitarlo a formar parte del grupo. El gallo podía ser el vocalista y con él tendrían más posibilidades de triunfar en la exigente Bremen.
El gallo accedió y los cuatro juntos reemprendieron rumbo a la ciudad de sus sueños, mucho más cerca que cuando el asno había tomado la iniciativa en solitario.
Esa misma noche los músicos no pudieron llegar a Bremen, por lo que decidieron acercarse a una alejada casa que parecía habitada porque de su interior salía una ligera luz.
Cautelosos, los animales músicos se acercaron y por la ventana comprobaron que había gente en su interior.
Se trataba de unos ladrones que se disponían una degustar unos alimentos que a los animales parecieron manjares, dada el hambre que tenían. Por esta causa, coincidieron en que debían expulsar a los moradores para ser ellos los que disfrutasen de tan apetecible festín.
Así, el asno se mostró en la ventana, con el perro encaramado encima de él, el gato arriba de este y el gallo sobre la cabeza del felino. De esa manera, parecían una extraña criatura que inspiraba mucho temor, máxime cuando la extraña visión era acompañada por locos rebuznes, ladridos, maullidos y kikirikíes que de inmediato empezaron a ejecutar sin compás alguno.
Ante el ruido y la visión, los ladrones huyeron despavoridos. Creyeron haber visto un fantasma o cualquier otro monstruo, por lo que no les importó dejar abandonada su cena o su morada, donde guardaban las fortunas recabadas en sus fechorías.
Los aspirantes a músicos en Bremen pudieron saciar su apetito como en largo tiempo no habían podido hacerlo, ni en su viaje ni en sus antiguas residencias.
Debido a la llenura los cuatros cayeron heridos de sueño. El asno escogió para su descanso una loma de estiércol, fuera de la casa, mientras que el perro prefirió echarse tras la puerta de la casa, el gato en las cenizas de la chimenea y el gallo sobre la viga más alta.
…
Pasadas unas horas, uno de los ladrones propietarios de la casa se atrevió a regresar.
Se llenó de valor porque a lo lejos la morada parecía estar desalojada del monstruo que los ahuyentó.
No obstante, apenas llegó a la oscura vivienda y entró, vio los brillosos ojos del gato en la chimenea y pensó que eran unas brasas, a las que intentó avivar con una cerilla. Lastimado, el gato le dio un zarpazo en pleno rostro. Esto provocó un grito de dolor del hombre y su retirada a ciegas hacia la puerta, donde pisó el rabo al perro que lo mordió sin compasión en la canilla.
El hombre corrió rápido pero tropezó con la loma de estiércol y asustó al asno, que le propinó una coz violenta que despertó y asustó al dormilón gallo que, confundido, comenzó a kikirikear desde la viga como si fuese plena mañana.
Por todo esto el hombre fue víctima de un pánico que nunca antes había experimentado, ni incluso cuando pensó, como los demás, haber visto un fantasma.
Así, acudió adonde el resto de los ladrones y les dijo, haciéndoles desistir para siempre de volver a la casa, que en su antigua morada había una bruja que lo había arañado, un hombre violento que lo había acuchillado en la pierna, un horrible monstruo que golpeaba duro con su mazo y otro hombre, al parecer juez, que clamaba por juzgar a cualquier ladrón ¡Aquí, aquí!
…
Debido a esto, ninguno de los ladrones se atrevió a regresar nunca.
Los cuatro animales, músicos de Bremen, hicieron suya la casa y aún hoy, cuando se pasa por ahí, se puede escuchar el raro compás de su música, que tanto pánico provoca a todo el que la escucha.