El Valle sin Sombra. Un cuento (2 de 3)

in #cuento4 years ago (edited)

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Valle de México, Velasco


“¿Quién es superior de todo cuanto existe, Maestro?”
“Superior a todas las criaturas que existen, superior a la caza, a la guerra, al yacer, al nacimiento, a la muerte; superior a los ríos, al mar, a los montes, es el tiempo, y Baelis es el padre del tiempo. Él lo da, y Él lo quita. El tiempo es el tesoro de Baelis”.
¿Cómo podía, pues, su flaco nieto cara de rata, pecar contra Baelis? Finalmente entregó su secreto a los chamanes. El chico estúpido hubiera podido hablar antes con ella y cuidar un poco su dignidad; después de todo ella había cuidado su parto, lo había cargado, había cuidado sus fiebres; era un bebé débil y ella lo había fortalecido con friegas y baños. Pero no, privó su necesidad de ganar el favor de los Maestros, y la delató.
Y aquí se hallaba entonces ella, Madre Masía, una belleza en sus días mozos, gran talladora de agujas y anzuelos, había llegado a su tiempo y no lo había declarado a los chamanes… ¿Qué excusa tenía para haber robado del tesoro de Baelis? ¿Cómo podía defenderse?
Ante los rostros amados y conocidos que se habían congregado alrededor de su petate quiso explicar la maravilla de los últimos acontecimientos que había vivido, que había visto a través de la bruma de sus días: el ruido de las marmitas, el chillido de las gaviotas lejanas, el llanto de un bebé rompiendo el silencio de la noche, el murmullo de las confidencias de sus nietas, el trueno de la voz de su hijo mayor al llegar de la cacería por los montes… Hubiera querido explicarlo a ese grupo apretujado y ansioso, a esa masa de sudor y excitación por ver rota la miasma espesa de sus días, a esa multitud increíblemente estúpida en la que estaban sus vecinos, sus amigos, y su familia… En su lugar, dijo que estaba “ciega, pero no muerta, y tal vez podía ver más que muchos”.
Y así estuvo a un pelo de ganarse la maldición de los chamanes.
Intercedió su nieto, de rodillas. Ignoraba si con ese gesto intentaba rascar la parte de su espíritu que le recomía por haberle negado una oportunidad a la dignidad de su abuela...
Bien, Madre Masía, se dijo, estás aquí y aún tienes tu sombra pegada a ti. Sigues con hambre. Sigues medio ciega. Sigues renca. Definitivamente, no estás en el Valle. Tal vez este es el castigo de Baelis para los ladrones: seguir robando días tormentosos y enormemente aburridos.
Afuera, la tormenta borraba la línea del horizonte.
Madre Masía cambió de postura para aliviar una nalga entumecida. Recostó la cabeza en el polvo fino de la cueva en la que se había refugiado y cedió al cansancio y al hambre. Soñó.
Soñó un pájaro que iba lejos, lejos. Soñó un buey que hundía la pezuña en un charco de barro. Soñó un pez que nadaba hondo, hondo, para desovar en una cuenca oscura, y fría. Soñó sus propios pies hace mucho, mucho, cuando eran pequeños y firmes. Soñó su primera talla. Soñó una pregunta, pero la olvidó al despertar.
Abrió los ojos a un día despejado. La luz la cegó y lanzó un manotazo molesto al viejo que la sacudía, pero inmediatamente dejó de prestarle atención pues tenía ante su nariz un cuenco de carne asada. La saliva le llenó la boca y expandió hasta el límite sus fosas nasales. Ese debía ser el olor del Valle. Sin embargo, aún sentía la pierna muerta. El viejo le indicó por señas que comiera. La carne estaba dura y deliciosa, como debía ser. Sus encías se resintieron, aunque nunca le había huido a un buen pedazo de carne por eso. Pero jabalí, no. Nunca más jabalí para ella.
Decidió, casi con miedo por encima del deleite de los tropezones de grasa crujiente, que no trataría de preocuparse demasiado por saber con exactitud con quién estaba, pues no era mucho lo que podía cuestionar la voluntad de Baelis. Aquella parecía buena compañía para estar por el momento. El pequeño grupo de ancianos la miraban de lejos pero parecían haber acordado no molestarla mientras comía.
Entonces entró un niño a la cueva. Y luego otro y otro. Así entraron muchos, acompañados por un grupo de gente joven, y la risa y las voces se redoblaron en ecos animados. Los niños la señalaban sin pudor.


Amigos, espero que hayan disfrutado de esta segunda parte. Si no has leído la primera, puedes leerla aquí.
Pronto publicaré la tercera parte, su final.
Hasta la próxima.

Gracias por la compañía. Bienvenidos siempre.

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