2º concurso literario 4cuentos- Una gallina diferente

in #cuatrocuentos6 years ago (edited)
Eran las únicas en todo el pueblo que tenían la suerte de poder andar sueltas, porque la costumbre era tenerlas encerradas en jaulas.

Pero los Martínez Berroterán eran buenas personas, por eso se preocupaban por crearles las mejores condiciones de vida.

Todas se criaron en el patio desde recién nacidas: dos ponedoras (la gente del Mercado las llaman gallinas rojas), dos criollas y un gallo.

Las criollas ponen huevos, pero no los empollan; las criollas sí, ellas ponen sus huevos, se encluecan, se echan y cumplen con la sublime función de transmitirle calor materno a los huevos.

En un tiempo los Martínez tuvieron una pequeña incubadora. Los huevos se ponían dentro, la máquina controlaba la luz, el aire, la temperatura, y de la mayoría de ellos salían pollitos.

Cuando compraron el gallo no hizo falta la incubadora. Lo llamaron Gabriel, un pinto grande y muy lindo, buen montador de su corte y cantante mañanero que despertaba a todo el mundo desde muy temprano para que fueran a trabajar.

Gabriel las montaba a todas, y todas ponían ahora sus huevos de embrión. Pero como las rojas no se echan, entonces, les ponen sus huevos a las criollas; y ellas los empollaban.

Todo ese derroche tecnológico de la incubadora las gallinitas criollas lo hacen de forma natural: calientan los huevos controlando la temperatura paulatinamente, abren y cierran las plumas ventilando solo lo necesario, una magia, un regalo de la naturaleza.

Los pollitos que nacen siguen lo primero que ven, eso quiere decir que todos son hijos de las criollas, porque a las rojas les han matado el instinto maternal.

Pero desde que “La chiquita” llegó al patio demostró ser diferente, le pusieron ese nombre porque fue la última que compraron, tenía seis meses menos que las otras, y eso hacía que se viera más pequeña, y comenzaron a llamarla así: “La chiquita”.

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“La chiquita” era también una roja, una ponedora. Desde el primer día dijo lo que iba a ser, una gallina diferente.

Les dio los buenos días a todos los demás con elegancia y educación. Estiró su pequeño pescuezo lo más alto que pudo, sacudió las plumas y dijo:

—No tengo piojos. Además pueden comer tranquilas, que yo me conformo con lo que quede.

La elegancia y estilo de “La chiquita” se hizo insoportable al resto del grupo:

—Qué carajita tan pretensiosa —dijeron las criollas.

—¡Carajo! —Dijeron las rojas—, esta parientica se las da.

Si no hubiese sido porque en el patio estaban prohibidas las peleas; de “La chiquita” no hubiese quedado ni las plumas desde su llegada al patio, pero todos sabían que su estabilidad dependía del orden, ya que los dueños de casa habían salido de los perros por escandalosos.

El tiempo fue pasando y “La chiquita” creció, y se fue poniendo cada vez más hermosa, siempre apartada, olorosa, con plumas brillantes como el oro, pico afilado y limpio, cresta roja y erguida, ojos aceituna y avispados, cola abundante y sensual.

Además parecía estarse convirtiendo en la preferida de Gabriel, quien la montaba con más frecuencia que a las demás, era a la única a la que le daba besos de piquito, y algo muy importante, quizás definitivo para su inesperado futuro; con ella Gabriel duraba más que con todas las demás, con las otras se montaba y chuquichuqui; y ya, mientras que con “La chiquita” se quedaba chuquichuquichuquiiiiiiii.

El colmo del rencor; lo que unió en un solo puño al pequeño e inquieto corazón de las criollas y las rojas contra “La chiquita” fue cuando se echó a empollar sus huevos.

—Mira —dijo Diana —la más vieja de las ponedoras —la ridícula esa echada — ¿Ella no sabe que las rojas no empollamos?

Las criollas voltearon entre incrédulas y presas de una cólera incontenible.

— ¿Pero, qué, es, esto? —las únicas que empollamos en este patio somos las criollas.

—Ah, no, ya esto es demasiado, ¿qué se cree esta?

—Cuack cuack cuack cuack —gritó Petra, la criolla piroca. (Cuack cuack, en gallinas quiere decir: reunión urgente).

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El mediodía pica y duele. El viento llora ausente, en la atmósfera se cuela una música de tensión.

Están cerca del bebedero, la palabra la toma Diana:

—Esto tiene que acabarse ya, esto es insoportable. Es una creída: está bien me la calo. No tiene trato con nadie: está bien me lo calo. Se la cree mejor que todas nosotras: está bien me lo calo. Pero ya esto es demasiado, y para colmo: también quiere empollar; pues, no; no me da la gana. Cuando los señores se den cuenta, hasta es posible que le den más comida a ella; de repente les dé por sacarle cría y nos maten a todas por su culpa.

—¿Y tú, qué propones? —dice Petra. No plantees solo el problema, plantea también la solución, porque es muy fácil venir aquí a cacarear cuatro cosas: el problema es esto; el problema es aquello; ¿di, qué es lo que vamos a hacer y más nada?

—Bueno —dice Diana —seré clara y concisa, yo sí tengo mollejas, hay que matarla, de una; le caemos entre todas y fuera, fin de la estirada esa.

Gabriel, que estaba escuchando, intervino:

—Yo no me meto en asuntos de pluma, pero déjenme decirles que están cometiendo un error muy grave. ¿Qué le está haciendo ella a ustedes? Nada. Déjenla quieta. ¿Qué le gusta limarse las uñas de las patas? ¿Qué le gusta tener sus plumas brillantes? ¿Qué quiere empollar sus huevos? ¿En qué les perjudica eso a ustedes? En nada.

Están creando un problema donde no hay, es una envidia colectiva lo que reina en este patio. Aquí todos somos felices, tenemos todo lo que necesitamos, los Martínez Berroterán son buenas personas, somos libres, dejen las cosas como están, no echen todo a perder.

—Tú te callas —dijo Diana.

Y todas hicieron fila, engrifaron las plumas y lo enfrentaron mal encaradas.

—Tranquilas, tranquilas —dijo Gabriel—. Yo no me meto en nada. Solo les estoy advirtiendo, después no digan que no se los dije.

Es de tarde, los últimos rayos de sol se despiden, la chiquita cuenta sus huevos, abre las alas, se posa delicadamente y comienza a entibiarlos. Mira a lo lejos con cierta coquetería. Voltea y ve que todas vienen hacia ella en marcha amenazante, ojos de furia, pisadas de guerra.

Trató de huir lo más rápido que pudo, pero era muy tarde, le cayeron encima con toda la furia que la envidia colectiva provoca. El primer picotazo le voló un ojo, otras patadas rompieron los huevos, pronto su pescuezo rodó destrozado en la tierra.

Gabriel se montó en una rama y contempló en silencio.

El alboroto llamó la atención de los Martínez Berroterán:

—¿Qué escándalo es ese —dijo la señora.

—Mataron a “La chiquita”; tan buena gallina, caramba. Esto nunca había pasado, aquí hay que hacer algo —dijo el señor Martínez.

Una mañana más en el patio de los Martínez Berroterán. Pero ya nada es lo mismo. El sol sigue contemplándolo todo, aunque parece calentar de espaldas, como si no quisiera conversar con ellos.

La brisa ya no sopla como un suave abanico, sino que se ha antojado en hacer pequeños remolinos que levanta un polvillo que quiere cubrirlo todo.

El monte ha crecido demasiado, y aunque siempre lo cortan se siente realengo y parece ganarle la pelea al hierro.

Los Martínez Berroterán están cada vez más metidos en sus casas y se asoman solo lo necesario.

Las chulingas se sienten dueñas del territorio, se pavonean, caminan, danzan, comen todo lo que quieren y se ríen del mundo.

Ya no hay gallinas sueltas, han traído cuatro jaulas grandes, de hierro y tela metálica. Los bebederos están pegados a ellas como cárceles donde los presos deben sacar las manos con un vasito de agua para poder tomar. Así asoman sus pescuezos, con sus pequeñas cabezas en gota, jadeantes, encerradas, condenadas a beber de sus propias hieles, fastidiadas y estresadas para siempre.

En un extremo donde antes quedaba el bebedero hay un rosal, brillan rosas rojas y blancas. Una pequeña lápida y un epitafio se destacan con claridad; las finas letras se nota que fueron talladas a mano:

“Aquí yacen los restos de “La chiquita”, una buena gallina asesinada por la envidia colectiva de sus hermanas”.

Comienza a anochecer, las criollas y las rojas escandalizan dentro de las jaulas, pelean por algún espacio, y luego se agrupan para dormir una cerca de la otra.

Las chulingas recogen los últimos desperdicios que están debajo de las jaulas, y en un instante imperceptible desaparecen en el follaje de los árboles.

Ya es de noche, los cocuyos salpican la oscuridad. La brisa ahora es fría. La luna comienza a mirar desde muy lejos, pero promete venir a hacer presencia.

En una rama está Gabriel, silencioso. El tiempo parece haber hecho mella en su canto, pero aún abre sus alas, aletea dos veces, canta una melodía triste, aletea, canta, y luego calla.

Salta inesperadamente a tierra, se acerca a la jaula y las mira. Ellas bajan la mirada y hacen silencio aparentando estar dormidas. Luego se desplaza pesadamente hacia el rosal, como si usara un bastón, como si su cuerpo ya no pudiera con sus plumas; se detiene, ahora canta muy suave, emite un sonido gutural como un lamento, cierra los ojos, contempla el epitafio, y salta de nuevo a la rama para quedarse dormido hasta que llegue el nuevo día.

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Si deseas participar en este concurso organizado por @steemitficcion. Dale click a este link: https://steemit.com/spanish/@steemitficcion/2o-concurso-literario-4cuentos)

Sort:  

Prof., es un cuento bastante completo, aunque terrible en sus hechos. El tema de la envidia es un arquetipo en la literatura, sin embargo usted lo llevó a un conflicto de graja. Muy suelta la pluma, el ritmo bueno. Me gustó y me dolió al mismo tiempo. Saludos.

Gracias por tu comentario tan completo. Ojalá que al jurado del concurso le guste también. Te has ganado mi voto. Un abrazo, cariño.

Me gustó mucho tu cuento, @solperez. Me divertí mucho leyéndolo. Tiene un buen ritmo, tan jocoso por momentos y poético en otros. Suerte en el concurso! Abrazos

Gracias, cariño. Las gallinas de mi casa y mi gallo Gabriel me inspiraron para escribir esta fábula. Observarlas día a día da para escribir una novela. Jajaja. Te abrazo.

Hermoso relato, @solperez. Los personajes, perfectamente bien delineados, reflejan el lado humano que a veces percibimos (o queremos ver) en los animales y denuncian el lado animal que tenemos los seres humanos.
Es una linda y triste historia. Las imágenes, el complemento ideal.
Suerte en el concurso.

Gracias por tu acertado comentario, mi querida @eudisdiaz. Un símil entre las mujeres y las gallinas; Gabriel, como casi todos los hombres, trata de apaciguar nuestras miserias, pero qué va, con esa fuerza maligna nadie puede, jajaja.

En una granja la vida pasa así. Un abrazo amiga @solperez.

Creo que la vida es una granja inmensa, mi querida @antolinamartell.

Me gusta mucho este cuento, mi querida @solperez. Es una historia muy triste, pero aleccionadora. La envidia es un sentimiento horrible que solo daña a quien la siente, como vemos en el cuento. Me da dolor "La chiquita." Espero que en tu granjita no pasen estas cosas. Un abrazote, querida amiga.

En mi granjita, tuvimos que separar a "La Chiquita" de las demás. "Gabriel" la extraña. Las otras se pavonean en su jaula grande. Jajaja.

Esta historia dan ganas de llorar! Me hizo recordar un par de gallinitas que tuvimos recientemente en casal. Hasta les puse nombre!
Suerte en el concurso, @solperez.

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