Una pequeña presentación

in #criptomonedas6 years ago (edited)

Iba a escribir esto sin ninguna presentación, pero cambié de parecer. Tomaba un vaso de Coca-Cola, por la ventana abierta el frío llegaba hasta mí como el rumor del invierno. Me levanté para cerrarla. Entonces lo vi. Verán. Ustedes no me conocen, ni yo los conozco a ustedes y dudo de que eso cambie algún día. Pero ambos hacemos parte del 99 % de las personas que vive presa de las desiciones financieras de un sistema mezquino. Y todo esto se está poniendo peor. De alguna forma soy como aquel viento que entra y dice que algo está cambiando, que es hora de levantarse y cerrar la ventana. Un viento que ha recorrido treinta años entre la desesperanza y la prosperidad.

Conocí la bolsa de valores cuando era un niño, mi padre me llevó allí. Él había sido un inmigrante que logró el título de abogado, amaba hacer bien su trabajo y me llevaba de la mano. Hizo un amigo en Wall Street que lo invitó a conocer cómo funcionaba la bolsa. Yo era un niño que estaba a punto de entrar a la adolescencia. En aquel entonces no era más que un adicto a las caricaturas y el cereal de chocolate. Pero aquel día en la bolsa mis ojos se abrieron, era algo nuevo y excitante. Los hombres iban con prisa de un lugar a otro. Había vitalidad, ambición, el eco de los engranajes que movían al mundo. Fue el mejor día en mi infancia.

Me obsesioné con la bolsa, con el precio de las acciones, con los cambios en las gráficas. Esto fue por los ochenta. Era dedicado porque anhelaba ser trader, cosa que logré diez años después luego de trabajar sin paga en una oficina -en la que prácticamente viví- durante seis meses. Debía ganarme el puesto y la confianza. Estaba tan orgulloso. Mi padre también y lo estuvo hasta el día en que murió. Este fue el momento de quiebre. El trabajo de trader puede ser gratificante, o tu peor pesadilla. Siempre van a exigir más de ti y mi jefe era un verdadero cabrón que culpaba a todos por sus perdidas. Las perdidas en el mundo financiero son como la muerte, no hay forma de volver a la vida. Nadie volverá a creer en tu nombre ni en el proyecto en el cual te involucres si piensan que eres un perdedor. Créeme, no querrás el título de perdedor en Wall Street, es la razón por la cual todos mantienen una apariencia prospera, se asemeja a la de los clérigos en el vaticano.

Todo esto se ve bien, pero está podrido por dentro.

La compañía en la que trabajaba mi padre fue liquidada para fusionarse con otra, esto elevó el precio de las acciones al mismo tiempo que dejaba sin empleo a algunos cientos de personas. Una de esas personas era mi padre. Las cuentas por pagar se fueron acumulando y a la muerte de nuestro padre nos vimos en dificultades mi madre y yo para cubrirlas. Los bancos nos acosaban con llamadas. Los acreedores tocaban a la puerta. Nos escondíamos, huíamos. Era el infierno. Entonces comenzó a nacer en mí la convicción de que tenía que lograr algo en mi vida. Lo intentaba, debía surgir. Pero entonces, cuando apenas alcanzaba a ver la salida de aquel hoyo, vino el terrorismo, la crisis y la muerte de mi madre.

Me sentí sólo y vacío.

El sistema del que hacía parte había destruído a mi familia. Yo era sólo un peón. El primero en ser sacrificado en el juego que mueve al mundo. Mi padre también lo había sido. También mi madre que vivió sus últimos años bajo estrés a causa de los bancos. Me uní a la ocupación de Wall Street luego de leer cientos y cientos de libros que enfocaban el problema en mi falta de aptitud e ímpetu para lograr lo que quería. Tenía las deudas hasta el cuello. Cada día me levantaba con menos ánimos de vivir, y lo que escuchaba venir de todos lados era el canto de sirena: todo era mi culpa. Y me culpé. Cuando me cansé de ello, salí fuera y me uní a la ocupación de Wall Street. Grité, liberé cierta presión. Había conocido el mundo financiero desde muchos lados. Estaba cansado de ver cómo sucedían las cosas. Estaba cansado de mi vida. Estaba cansado de absolutamente todo.

Conseguí un empleo normal en un barrio tranquilo. Comencé a hacer trading desde casa cuando los sistemas informáticos comenzaron a permitirlo. No me hice rico, pero tampoco empobrecí más. Encontré un equilibrio con el que me sentí satisfecho. Fue en aquel momento en que escuché del Bitcoin. Compré algunos por mera curiosidad. Los repartí en un par de billeteras, no valían mucho y los compré por la increíble filosofía que tenía detrás. Descentralización, libertad, transparencia, control del dinero. Perdí la llave privada de una de las billeteras. Y los que tenía en la otra no eran tantos, pero los vendí y me mudé al país del que habían emigrado mis padres. Era la única forma de recuperar un poco de lo que había perdido.

Nunca había sido muy expresivo, de mi tiempo en agencias de inversión, de crisis y de ocupar Wall Street nunca levanté mi voz, salvo cuando era una tarea colectiva. Aceptaba las cosas de la vida como venían. Lo aceptaba todo. Por mucho tiempo me culpé. Y ahora, que ha pasado el tiempo, sólo tengo ganas de sentarme a escribir. porque de nuevo todo va irse al demonio, y hemos olvidado la filosofía de las criptomonedas. Hemos olvidado el valor de la autonomía y los sistemas financieros. Soy el frío entrando por la ventana que dice, hey, ciérrala si no quieres enfermar. Hey, vienen tiempos difíciles. Hey, es tiempo de volver a reconocernos como el 99 % de la gente. Somos los perdedores. De alguna manera todo este mundo nuevo que se está creando nos está haciendo creer de que esto no es así, de que somos ganadores en un mundo del que prácticamente no tenemos ningún control sobre sus reglas.

Somos el 99 % de la gente, no hay que olvidarlo.

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