PRIMER CONCURSO DE RELATOS EROTICOS PAPIKIWI 07/01/2018 - En la eternidad

En la eternidad

El juego había comenzado esa tarde mientras comían. El leve toque de sus tacones bajo la mesa y la intensa mirada que enmarcaba su copa daban pleno sentido al gesto. La respuesta tardó en llegar; había muchos riesgos que tomar y no era fácil decidirse y actuar. Pero el destino ya estaba escrito desde ese primer momento en que habían sido presentados. A él le gustaba cazar y ésta era una presa valiosa. No paraban de mirarse. Los toques mutuos se hacían cada vez más frecuentes. La ausencia de ropa íntima era visible en ella debido al tono que iba tomando el juego. Mientras, él ya no hallaba cómo reducir y disimular el creciente volumen que iba adquiriendo su entrepierna. Esta tortura debía acabar pronto, ambos lo sabían. La estrategia era conocida y no tardaron mucho en ponerla en ejecución. Primero se puso de pie ella y se excusó alegando una emergencia sanitaria. Pasado un rato, el turno de él había llegado y no vaciló en anunciar su transitoria ausencia. Se encontraron en el baño. Ella había dejado la puerta entreabierta para cuando él llegara. Sabían que tenían poco tiempo antes de que se dieran cuenta los presentes de las intenciones que tenían. Las caricias se trasladaban de arriba para abajo, repitiendo su recorrido frenéticamente. La minifalda reposaba en su vientre y ya no bloqueaba el disfrute. Las embestidas eran vigorosas y solo se detenían cuando los cuerpos se juntaban y unían herméticamente. Los besos impedían que los gritos cantaran la alegría del cuerpo. Ambos querían que el asunto se prolongara, pero la biología impedía las repeticiones seguidas. Había pasado una hora, pero para ellos eran solo quince minutos. Se ajustaron de nuevo la ropa y salieron lo más pronto que pudieron rumbo al comedor. Se les había olvidado que los esperaban y que no podían aparecer juntos, pero ya era tarde para corregir el error: todos estaban conscientes de lo que había ocurrido y se habían retirado por precaución: conocían muy bien el humor del anfitrión e intuían el cataclismo que la traición había desatado. La ofensa había sido mayúscula. Se lo habían jugado todo a cambio de placer, pero la hora de pagar el precio del atrevimiento había llegado. Los guardias de seguridad rodeaban a la pareja y le hacían dirigirse al despacho. Todo ocurrió tan rápido que poco tiempo hubo de tomar conciencia de que sólo en unos minutos todo acabaría para ellos. Los golpes primero atacaron la delicada piel de la mujer. La sangre corría y lo salpicaba todo. La furia de los celos renovaba las energías del agresor. Las lágrimas se congelaban en los pómulos y en la mirada que ella mantenía fija en los ojos de su amado, como queriendo resistirse a romper ese vínculo de placer que los había conectado desde entonces, desde el encuentro de sus carnes. Llegaba el turno de él, pero parecía que ya se encontraba ausente. Su vitalidad había huido al mismo tiempo que se apagaba la de su amada. Ambos habían escapado del plano de los vivos y ninguna venganza podía alcanzarlos en ese lugar, en su nueva eternidad, en el único lugar donde sus quince minutos no iban a terminar.

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