Desayuno en la isla (con tedio y apatía)

Entre rebanadas de pan tostado (con excedente de mantequilla), tortilla de huevos revueltos con vegetales (y tocino), mermelada de membrillo y té de manzanilla, una mujer y un hombre no saben (o no quieren saber) durante el desayuno que están frente a frente por última vez y voltean los ojos para no mirarse al trasluz (en la mesa-isla). La pareja simula la compañía después de haber hecho (o consumido) por mucho tiempo el deshojado amor.

La mujer tiene la mitad de una llave (¿qué cerrojo la habrá partido?) entre las manos estropeadas (por haber mezclado durante tantos años cloro y pasión). El hombre refriega el piso con la mirada (chamizas de algún incendio vecino manchan las losas) mientras su taza de manzanilla (para apaciguar los nervios) alcanza el último grado de aburrimiento y frío. Un sinsabor en la boca (un resuello de asma) es lo que queda entre ambos más allá de lo que conocen (o creen conocer) del otro (de la otra) que respira al frente.

Fuente

(Convertidos en esfinges de piedra) el hombre y la mujer han derramado la sal (y el azúcar también) sobre el desteñido mantel. Pugnan en el combate con pesados monosílabos (si-no-tal-vez). La mujer y el hombre se ahogan en naufragios diferentes (los remos están rotos para intentar salir en busca de lo perdido en la inaccesible otra mitad de isla que queda allá lejos, en los confines lejanos de la mesa). Tampoco hay señales de salvamento para el tedio y la apatía que gravitan sobre ellos (¿cuántos días, cuántas noches, cuántos ciclos astrales soportarán sus corazones la intemperie?)

Las moscas (voraces) zumban victoriosas sobre los restos de huevos (donde ponen sus propios huevos) provenientes del banquete. Posan sus patas ligeras (cual lujosos tenedores de plata) sobre las sobras de palabras que (en el feroz accidente) resultaron desangradas de languidez sobre la mesa.