Un metro de locura

En aquella ciudad la expresión hora pico había perdido sentido. En todo momento había atascos en el tráfico, y especialmente en el transporte subterráneo, conocido como metro, los retrasos y aglomeraciones sucedían prácticamente en todo el día. Por eso, las historias dentro de sus instalaciones ya formaban parte de las leyendas urbanas, por lo cual resultará difícil dar crédito a las narraciones que seguidamente leerás.
Por aquellos días la crisis económica asustaba a los habitantes de ese país. Todos coincidían en el diagnóstico, pero diferían al explicar esta situación. Por un lado, el gobierno y sus seguidores denunciaban una presunta guerra económica; por el otro los opositores políticos y sus acólitos insistían en las erradas políticas económicas del gobierno. Posiblemente la verdad era una combinación de estos argumentos.
Los andenes del metro se habían convertido en verdaderos mercados ambulantes. Ya no sorprendía que tres o cuatro personas al mismo tiempo contaran dolorosas historias de muertes, enfermedades, discapacidades etc., tratando de sensibilizar a los pasajeros y recibir ayuda económica. Otros se dedicaban a vender chupetas, caramelos, útiles escolares; algunos más atrevidos, especialmente jóvenes, se dedicaban a rapear con lo cual molestaban a unos pasajeros, mientras divertían a otros.
Aquella tarde el tren estaba atestado de personas. En situaciones como ésta es frecuente que algún la mujer diga, en voz alta, aquí una queda preñada y no sabe de quién, pues esta situación se prestaba para que algunos hombres aprovecharan y restregaran su miembro viril a algunas damas, valiéndose del poco espacio que existía. Pero, para Marisol, ya la paciencia se había agotado. Estaba harta de sentir penes erectos entre sus nalgas, y que alguna que otra mano se dejarse caer sobre sus senos protuberantes. Porque de Marisol se podía decir que le faltaba culo, pero nunca que no tenía tetas.

(Continuará)