LE GANAMOS A LA INJUSTICIA (cuento propio)

in #cervantes6 years ago

Ese día que engañé a la injusticia yo estaba de visita en un pueblo fronterizo del sur, allí tuve que usurpar el cargo de jurista. Todo sucedió cuando presencié la tortura y humillación a dos niños.

Sentí una inmensa indignación al ver como esos pequeños eran sometidos a trabajos forzosos, como eran golpeados y obligados a limpiar una granja de cría de cerdos. Su fatiga era evidente, las faenas extremadamente agotadoras. Me vi sorprendido ante las condiciones físicas de estas criaturas, sus pieles, infectadas con sarna, estaban también cubiertas de todo tipo de suciedad, incluyendo excrementos. Se pueden imaginar, si así era el trato a los niños, como sería el de los puercos. Las piernas y brazos de los niños presentaban lesiones severas, visibles también en el cuero cabelludo.

No pude evitarlo, sentí una ira penetrante, era como fuego encendido en mi mente. De repente, me armé de valor, de esa fuerza interior qué se despierta y qué se manifiesta contra las injusticias. Averigüé la ubicación de la jefatura civil. Primero pensé en poner la denuncia, pero luego decidí algo arriesgado, pero seguramente efectivo. Lustré mis zapatos y me enderecé, adoptando una postura dominante e imponente. La ira contra la injusticia era mi fuente de poder. Preparé un escrito, así como otros detalles.

Me dirigí al jefe civil, me presenté como un jurisconsulto, conocedor de las leyes y experto en derechos humanos. Me paré imponente frente a él, yo estaba además sosegado, me había metido en el papel. Puse, sobre el viejo escritorio repintado de un gris mohoso, el escrito, esperé que lo terminara de leer y sin darle tiempo a una palabra, le dije: ¡ he aquí las evidencias de ese delito! Fui poniendo una a una las fotos de los niños. Las fotografías, tomadas gracias a la magia de una cámara instantánea que era la innovación en ese momento, mostraban a los niños, sus lesiones, sus condiciones. No podía verse su miedo y dolor, pero se intuía.

Visiblemente atemorizado, el jefe civil me remitió al juez del pueblo, al cual abordé con mayor calma y un dejo de arrogancia. Me presenté con la mentira más grande que he podido inventar: le afirmé que yo era Doctor en leyes, que además desempeñaba un cargo relevante en un departamento de Justicia del país en la capital y que era comisionado de DDHH.

Le indiqué que me encontraba de paso por el pueblo y que por coincidencia observé el caso de maltrato y tortura a estos niños. Volví a mostrar las fotos, esta vez las acomodé frente al juez , en su mesa. Simultáneamente le manifesté que tenía intenciones de dirigir el caso de los niños a organismos nacionales e internacionales. Me erguí nuevamente y me volteé, indicándole que me dirigía al telégrafo con este fin y que le agradecería su colaboración.

El juez me pidió que esperara un momento, inmediatamente llamó a la secretaria. Le ordenó que enviara a unos oficiales de policía a la granja de cerdos. Estos trajeron ante el juez al propietario, el cual era su "amigo". Desde afuera de la oficina del juez, yo escuchaba las acusaciones.

De pronto escuché al juez decir:
-Llámame al doctor por favor
Salió la secretaria hasta las afueras de la oficina y se dirigió a mí:
-Doctor, el ciudadano juez quiere hablar con usted.

Pasé a su despacho, allí estaba el ser sin escrúpulos que maltrata y esclaviza a los niños. Sentí desprecio y rabia al mirarlo. Desvié la mirada y disimulé.

El juez dirigiéndose hacia mí, expresó lo siguiente: - Doctor, el señor está dispuesto a entregar los niños ahora mismo, si usted retira los cargos y las acusaciones en su contra.

Me coloqué la mano sobre la boca. Me quedé por un momento pensativo. ¿Por qué? Porque jamás pensé que se podía resolver tan rápido, además si iba mas allá podrían descubrir mi engaño, yo no era doctor en leyes, ni activista de DDHH, mucho menos funcionario del gobierno.

Tranquilice un poco mis pensamientos, diciéndome en silencio: - ellos son los que han infringido la ley.
Me dirigí al juez y le comuniqué con voz firme:
-Estoy de acuerdo señor juez. Retiraré los cargos, recibiré los niños y se los entregaré a su familia.

Me entregaron los niños, ellos guardaron solemne silencio, sus caras asustadas reflejaban que querían decir algo, aunque sus miradas estaban clavadas en el piso. A los pocos minutos, cuando estuve a solas con ellos, los tranquilice, me agaché y dándoles un abrazo les dije, casi en sus oídos:
- Le ganamos a la injusticia

Ahora, díganme a donde están sus padres, les indiqué
No me respondieron.

Volví a preguntarles y empezaron llorar de una manera tan emotiva que brotaba de su llanto el dolor contenido. Me quedé paralizado por un momento, no sabía que pensar. ¿En que lío me había metido?

Luego, entre llantos, uno de ellos, el más pequeño, balbuceó unas frases qué no entendí. Me acerqué y me dijo entre sollozos:

  • Solamente tenemos papá, porque mamá nos dejó y se fue.

Juntos fuimos a buscar al padre, caminamos mucho, pero afortunadamente los niños recordaban el camino. Se los entregué a su padre, él me abrazó tan fuerte, tan fuerte, que podía sentir su corazón latiendo acelerado. Al separarnos vi como trataba de secarse las lágrimas con sus manos abiertas, pero no las podía detener, seguían, y así me dijo:
-Gracias “dotor”.

Yo sonreí y se me aguaron los ojos.

¡A veces se llora de alegría!

Injusticia.png
Ilustración creada a partir de imágenes de pixabay.com

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