Andrés Bello, el aventurero

in #cervantes7 years ago

Corría el tiempo del predominio de una inteligencia matemática en la que se asomaba la posibilidad de una cultura mecánica, tecnológica, globalizada. Se presentía el mundo como hoy lo conocemos. El más grande exponente había sido Newton. El microscopio, ese ojo mágico, penetraba audazmente los misterios de la vida pequeñita. Pero la naturaleza, siempre inquieta, requería la atención de los hombres de pensamiento. Más si esos hombres se inclinaban por la literatura y las ciencias de manera equilibrada. El método descriptivo iba a ser su mejor expresión. Andrés Bello el aventurero, fue el hombre que se elevó por encima de sus propias discapacidades, el hombre que dispuso su verbo generoso al servicio del entorno. En el primer párrafo del cuento El hada del Gran río, de mi autoría, bajo la compilación Relatos en un Reloj de Arena, ubicable en físico o digital en Amazon a través de https://www.createspace.com/5954655, notamos este lado de Andrés Bello:

En el campamento, hubiera sido muy fácil escuchar
el vuelo de una mosca. Todos dormían a pierna suelta.
El bosque enmudecido, silencioso, arropado por la
sombra inerme, tras la fuerza de un viento vástago de
tifón y de una pesada lluvia, ahora estaba en calma.
Cada gota se había enredado entre las breñas de la
selva. Las mojadas tiendas de campaña habían sido
levantadas a pocos kilómetros de San Carlos de Río
Negro, a orillas del río Casiquiare.
Los jóvenes exploradores, Alexander y Aimé,
habían estado jugando a los naipes, antes de que el
chaparrón los obligara a resguardarse. Durante el día,
el calor había sido intenso; pero al ocultarse el sol,
la fresca brisa abanicó el ambiente. Ambos europeos,
de diferentes países, se comunicaban entre ellos
en francés. Esa tarde, habían estado recordando la
más reciente aventura en las intricados senderos del
enorme cerro caraqueño. Con los cuadernos abiertos,
compartieron datos.
—Estoy seguro de que a Andrés, le hubiera gustado
acompañarnos —dijo Alexander mirando seriamente a
su amigo Aimé.
El maestro venezolano, les había causado una
grata impresión como compañero en la expedición
de El Ávila. Ahora, mientras el inclemente aguacero
aporreaba fuertemente las ligeras casuchas, el grupo
de ocho hombres, incluyendo al cura, los dos guías y los
tres cargadores indígenas, se retiraron a descansar, no
sin antes asegurar las mulas bajo un rústico cobertor
de tela impermeable, levantada muy de prisa.

Así comienza el cuento, ganador de un concurso de ficción histórica breve, publicado por Editarx, editorial española en el 2014. Con el relato exploro la teoría de que esa amistad con los naturalistas extranjeros perfiló el gusto por la filología de aventura que tan bien cultivó Andrés Bello. Sus libros, poemas, estudios críticos, lo sobreviven pero hay más de él, de ese viajero que asomó el colorido del Mundo Nuevo en la Europa romántica de su época:

Contempló tu padre un día

las envidiables escenas;

violas en luto tornadas,

tintas en sangre las vegas;

desde entonces solitario

en sitio apartado reina,

de la laguna distante

que baña el pie de Valencia.

Un Saman, es el canto apacible a la naturaleza, un sentimiento calamitoso, matizado de evocaciones, coloreado de ecológica tristeza. Pero también un toque de esperanza del viajero de tierras inéditas, del cronista de las maravillas que nos rodean, del mismo que hizo llave con otros como Bombland y Humboldt compartiendo las mismas inquietudes. Ellos entendían que la civilización y el progreso no podían divorciarse de las tradiciones del pasado, de lo primigenio. Gracias a esta amistad comprendió Andrés Bello que también el hombre era libre, moralmente libre. Así que era justo que apareciera una literatura científica, para la cual la naturaleza sería un dilatado escenario y el ser humano su verdadero dueño.

En aquella Caracas de 1799, de menos de 29.000 personas. (el moderno estadium universitario tiene capacidad para 25.000 personas), Humboldt y Bompland, fueron cordialmente acogidos por familias de abolengo como los Ustáriz, los Torres, Ávila, Soblette, los Montillas, Sanz y demás personajes notables que los festejaron en sus residencias y casas de campo. Andrés Bello, hijo de un reconocido abogado y músico de la catedral de Caracas, estaba emocionado. Fue el 2 de enero del año 1800, cuando el barón Alejandro Von Humboldt realizó la primera ascensión a la silla de Caracas en el Waraira Repano, en compañía de su fiel e inseparable colega Aimé Bonpland. El muchacho universitario que era Andrés Bello -reconocido desde temprano como un precoz sabio, al punto que muchas familias le encomendaban a los hijos casi de la misma edad, caso de los Bolívar con Simón- ya tenía conocimientos firmes de temas literarios y científicos, pero la compañía de estos naturalistas que le llevaban diez años de edad y mucha experiencia en el área, era una aventura que no podía dejar pasar. La silla de Caracas es una clásica excursión de media montaña ubicada en el tramo central de la cordillera de la costa. El nombre viene por la depresión entre los dos picos antes mencionados, dándole cierto parecido a una silla de montar. En la excursión realizaron anotaciones sobre la fauna, flora, minerales, así como mediciones de altura, barométrica, y de temperatura. La data recogida así como otros comentarios de fenómenos ocurridos en El Ávila en el tiempo en que Alejandro de Humboldt estuvo en Venezuela, serían señaladas por el célebre explorador alemán, llamado en su época "el Aristóteles moderno", en el libro «Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente», en el cual narra gran parte de su permanencia en Venezuela. Cuentan las mismas crónicas de Humboldt que la condición física de Bello no le permitió llegar a la cúspide en esa oportunidad, pero sí los acompañó en otras menos exigentes como a la laguna de Tacarigua o Higuerote. Sin dudas, tuvieron la oportunidad de socializar bastante. De hecho, Humboldt lo llegó a apreciar tanto que se tomó la libertad de hablar con sus padres para persuadieran al joven en estudiar menos intensamente en aras de cuidar la salud (Ivan Jacsik Andrés Bello: La pasión por el orden, 2001).

A lo largo de su vida, tanto en Inglaterra como en Chile, Bello tuvo problemas de salud, seguramente agravados por las carencias económicas que sufría. De hecho en su oda a la vacuna, se ve la rica imaginación del creador. Se confunden la poesía y la ciencia:
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Suprema Providencia, al fin llegaron
a tu morada los llorosos ecos
del hombre consternado, y levantaste
de su cerviz tu brazo justiciero;
admirable y pasmosa en tus recursos,
tú diste al hombre medicina, hiriendo
de contagiosa plaga los rebaños;
tú nos abriste manantiales nuevos
de salud en las llagas, y estampaste
en nuestra carne un milagroso sello
que las negras viruelas respetaron.

Hay que ponerse en los zapatos de esta alma sensible, preocupada por el bienestar común ante la terrible epidemia. Ese cuadro sombrío de dolor y muerte en un momento en el que a la humilde choza no llegaba la ciencia. Un retrato premonitorio de la Venezuela del 2018. El 21 de diciembre de 1826, Andrés Bello le escribe una carta a Simón Bolívar donde le dice:
“Mi destino presente no me proporciona, sino lo muy preciso para mi subsistencia y la de mi familia, que es algo ya crecida. Carezco de medios necesarios, aun para dar una educación decente a mis hijos; mi constitución por otra parte se debilita… y veo delante de mí, no digo la pobreza, que ni a mí, ni a mi familia espantaría, pues ya estamos hechos a tolerarla, sino la mendicidad.”

Así y todo, Bello vivió ochenta y cuatro años. No obstante, lo que notó Humboldt era cierto: sus piernas eran débiles. Años antes de su muerte, había comenzado a usar bastón y luego las perdió. Tras mes y medio de agonía por una bronquitis, murió el 15 de octubre de 1865. Sobre el dolor y la enfermedad dijo: Sin esta mezcla de placer y de dolor, no pudiera existir la más bella de las obras de Dios, la virtud. Sus textos fueron su particular forma de viajar a través de la palabra escrita. A Bello no lo abandonó nunca la fe. En toda su prosa hay notas melancólicas, producto de las limitaciones físicas o económicas; del pasado sangriento de nuestra temprana historia; de los cuadros sombríos de la Colonia; de las escenas sublimes y trágicas de la Independencia; pero también hay una persistente voz de esperanza nutrida de naturaleza y aventura: «Ya vendrán otras edades -que más lozano te vean», le escribió al samán.

Imagen: Portadilla de Relatos en un reloj de arena (El hada del gran río, autor Xiomary Urbáez) Editorial Editarx, España. 2014

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