Ya había transcurrido una semana desde el angustiado tipo asistió por primera vez al programa. El tiempo había pasado tan rápido como sucede en la hora del almuerzo. Figueira se encontraba bastante a gusto dentro del círculo, más de lo que quería, a decir verdad.Se quitaba la sortija para evitar que le hicieran preguntas acerca de temas que buscaba olvidar, así que no conversaba con nadie más de lo necesario. Ademas, tenía un pequeño capricho al ver los fenotipos vecinos; todavía era temprano para cambiar eso, pero era una idea que difícilmente se alojara entre sus orejas después de algunas malas pasadas.

Eran días difíciles en la oficina, y un poco más difíciles en casa. Bueno, sin eufemismos, la semana de Anthony había sido una total mierda. Por razones ajenas, algunos oficinistas abandonaron sus puestos a principio de mes, y las responsabilidades que tenían los disidentes quedaron distribuidas de manera (no)equitativa en el departamento de administración, conformado por Anthony, Harold y un par de pasantes –sobrinos del supervisor- que no tenían otra función que no fuera la de girar una silla. Anne, ya se había cansado de abrirle la puerta a un tipo ebrio la mayoría de las noches, era una imagen tan mala para los chicos que decidió llevarlos a casa de su madre después de una discusión en la que no había argumentos válidos. Anthony sentía en el paladar el remordimiento de ser lo que tanto criticó a lo largo su vida, y aun cuando intentaba cambiar... solo era miércoles y nada cesaba.

fuente

Trataba de realizar una inspección de su situación cada vez que llevaba su presencia al centro de “Alcohonon”; clasificando en una línea de hechos todo lo que pasaba por su mente. Sucesos banales, golpes de meñique en la oscuridad o charlas de taxista, no omitía nada; y así deducía si era un buen día para “Anthony”, o no; refiriéndose a sí mismo en tercera persona para auto-engañarse, y así idealizar sus desdichas de alguna manera irónica, como en la que se acostumbra a mover la vida, y las situaciones que conllevan el estar compuesto por carbono, y oxidarse al respirar.

Se hizo de tarde en la calle, ya había comenzado de manera habitual la charla que congregaba a los que se dejaron llevar por Baco. Había varios rostros nuevos, de los cuales a Anthony le parecían familiares, era una ciudad pequeña, nada de qué preocuparse al respecto, te podrías topar con un primo segundo en el metro y no te darías ni cuenta. Pronto, cuando ya todos bebieron su café y comieron los bocadillos de la señora margarita, apareció un tipo bastante bien vestido, con unos folletos del mismo color que pintaba los muros exteriores-extraña coincidencia para asociar la paleta decorativa-, y se sentó a leer una agenda bastante alejado del grupo, con un semblante bastante rígido que no dejaba escapar escapar ninguna señal de sus intenciones.

Francis, el sujeto gritón con imagen evangelista que usualmente abría las charlas, le dio la bienvenida a los nuevos; y como de costumbre se abrió la sesión hasta llegar a cierto punto en el que ya muchos se miraban las caras. Sin otra oportunidad que perder, aprovecho un parpadeo plural, e hizo una breve introducción hacia un tema que no le quedó muy claro a nadie. La “Dianética”. Por lo tanto, sin llevar más allá la carreta, hizo una seña hacia el sujeto que se encontraba distante para que se acercara. El hombre de la gabardina y los folletos arreglo sus anteojos para adaptarlos nuevamente a su cara con el dedo medio, se levantó de su silla y camino hacia el epicentro de la algarabía. Le estrechó la mano a Francis, y en cuestión de un instante hicieron una especie de saludo específico, sin que los demás se percataran de ello, ya que no podían levantar la mirada que yacía en la superficie del maletín con look ostentoso.

fuente

Su nombre era James Howard, vocero de una organización bastante peculiar. Era un personaje de apariencia acartonada, pero bastante carismático a primeras impresiones. Empezó su discurso con una frase un tanto esotérica; “Hermanos y hermanas, su propia alma es el origen de todos los pesares que reposan sobre sus hombros”. Afirmó esto con tal certeza, que muchos de los que estaban en ese salón vieron una salida en lo que iba a decir la boca de ese desconocido anunciando esa especie de ciencia, la cual netamente hablaba de curar enfermedades a través del alma. ¿Pero de qué manera? ¿En qué clase de juego espiritual o macabro trataba de involucrar este tercero que apenas conocían?

Howard vio rostros interesados, entre esos el de Anthony; que a pesar de sentir la prontitud de ser engatusado, decidió extender su mano cuando se repartió los folletos celestes. Ya era tarde para irse de esa espiral de satisfacción efímera; toda la sala estaba comprada a base de café, galletas y conversaciones sin apellido; algo de lo que no se percataron hasta que ya era demasiado tarde.

Prosiguió la charla, el delgado ponente alzo la voz para dar algunas indicaciones sobre de que trataba el folleto. Se aclaró la garganta en un breve instante y vociferó ante el grupo:

Quisiera comentarles algo a todos los presentes. La depresión y el sufrimiento son enfermedades del alma...

Pero estas se pueden curar a través de una terapia, un método exclusivo de nuestra iglesia, el “grande” desde un principio la llamo Auditación.

En el cual un especialista se encarga de hacer un trabajo con su mente reactiva, para así descartar las causas que originaron sus males.

Pero esto requiere de cierto compromiso, tu alma y espíritu deben estar dispuestos a dejar ir todo lo malo que te aflige.

Por lo tanto... los invitamos a un retiro espiritual en el templo de cienciologia!!!

Dentro de su folleto encontraran la dirección de nuestra sede, en el mismo les esperan muchas sorpresas.

Espero ver sus caras nuevamente...

¡HASTA LUEGO!

Y sin decir más de ese discurso libretado, abotono su gabardina desde el medio y salió con maletín oscilante por el portal, el cual ya se encontraba iluminado por el neón de las calles.

fuente

Figueira miraba hacia el folleto con incertidumbre, como si todas las respuestas pudieran estar dentro de sí mismo, pero él no era capaz de encontrarlas -¿Qué clase idiotez es esta? ¿Será otra artimaña de los testigos de jehová?- . Su instinto le decía que no se acercara a ese tipo ni a su iglesia sin nombre... pero si algo había probado Anthony estos últimos días, era aceptar ayuda de desconocidos; algo que se convertía en una nueva costumbre, quien sabe si para mal. Los programas de esta índole lo tenían en una expectativa alta de confort, por lo que con cierto visto bueno de su parte no le dio muchas vueltas al asunto. Así que antes de levantarse de la silla, tomó el ultimo sorbo de la botella de agua, revisó una vez más la minuta de su “yo” en tercera persona, y se dijo bastante decidido:

Ya que...

Voy a acercarme... a ver qué sucede.