El último día de Albert Camus
“La única manera de lidiar con este mundo sin libertad, es volverte tan absolutamente libre que tu mera existencia sea un acto de rebelión”.
– Albert Camus.
Albert Camus, por esas cosas extrañas que tiene la vida, el día 3 de enero de 1960, comentaba a unos amigos que: “No conozco nada más idiota que morir en un accidente de auto”.
No se imaginó nunca, que ese comentario iba a ser totalmente premonitorio.
Al día siguiente, el gran genio Francés, ganador del premio Nobel de Literatura, nacido en Argelia, a los 47 años, dejaría la vida, incrustado entre el amasijo de un auto.
Un día antes, había jugado futbol con unos amigos a pesar de su salud.
Albert, en una entrevista, cuando le preguntaron que escogiera entre sus dos grandes pasiones: el futbol o el teatro, sin titubear respondió: -“el futbol, por supuesto”.
Debutó con el club deportivo Montpensier, pero una tuberculosis lo alejó de la cancha y terminó convertido en un genio de la literatura y la filosofía.
Albert, había comprado un boleto de tren para ir a París, ese París que los círculos de la izquierda intelectual lo habían execrado, encabezados por Sartre, quizás por eso, para no llegar solo, decidió viajar en el auto de su editor, Michel Gallimard.
Era un viaje largo y por eso prefirió hacerlo con su amigo y su familia.
Caía una ligera llovizna, sería un viaje largo.
775 kilómetros separaban a Lourmarin, de los Campos elíseos.
la joven Anne, hija de Gallimard, insistió en llevar su Skye Terrier al viaje. Janine, su madre, quien era alérgica a los pelos del perro, se opuso.
Albert sentó el animal en sus piernas, evitando una discusión.
El auto de Michel penetró en la bruma de la Provenza francesa, desconociendo el destino final que más adelante les deparaba.
A Gallimard le gustaba correr. Su Facel Vega, deportivo recorría su último viaje. Retaba a los árboles centenarios, que le daban una macabra belleza, a la solitaria vía.
Albert, llevaba en su maletín, el manuscrito de su última novela.
París se derretía con sus ideas y sus ideales. Haber sido galardonado con el Premio Nobel de literatura, siendo tan joven, le daba sentido a la inmortalidad que tanto le preocupaba.
El paisaje se desdibujaba rápidamente por la alta velocidad.
El primer día, pasaron la noche en un pequeño albergue de Thoissey. Al día siguiente, la meta era París.
Albert quería llegar por la tarde para tomar vino con los amigos y reencontrarse con la intelectualidad parisina que lo miraba con mucho recelo.
Seguramente conversaron muchas cosas trascendentales, al fin y al cabo, era un viaje final, sin retorno, aunque no lo supieran. El destino llevaba en sus manos, el auto de Michel Gallimard.
Quizás surgieron temas sobre las desventuras del pasado. Una forma de recoger los pasos.
Siempre se ha dicho que la muerte nos permite repasar la vida, en tan solo un instante.
Albert, seguramente recordó las sutilezas de Catherine, su madre. Esa mujer sordamuda, analfabeta, nacida en la catalana Menorca, que lo había enseñado a interpretar los misterios del silencio.
Nadie en París le podía hablar de pobreza, de las penurias que significa vivir en los barrios. Por eso Albert se oponía al discurso comunista de usar a los pobres, para que los pobres fuesen siempre pobre y esclavos.
El partido comunista se atribuía una lucha que no sentía. Ya no le molestaba tomar un micrófono y denunciar las crueldades de la Unión Soviética.
Haber puesto los dedos en esas llagas, les trajo malos enemigos. Aún se rumora en París, que la KGB cambió los neumáticos del carro.
Mientras pasaban por Villleblevin, el manto oscuro de los que no llegan, hizo que el auto de Gallimard se desquisiera. Dio vueltas en el pavimento y se estrelló contra los árboles.
Los pájaros volaron, el cielo oscureció, la muerte había llegado para hacer su trabajo.
Albert Camus quedó incrustado en el vidrio delantero, se desangró, con los ojos abiertos, consiente del horror que le arrancaba la vida.
Pasarían dos horas para poder retirar su cuerpo.
Michel, Anne y Janine yacían en el pavimento.
El frío aterrador de ese 4 enero de 1960, seguramente fue indescriptible.
Anne despertó, el perro también…
llovía
llovía mucho
siempre pasa cuando los genios se van
RUBÉN DARÍO GIL