CALLE LUNA, CALLE SOL (Crónica)

in #cervantes6 years ago (edited)

“En Caracas se puede conocer la sorpresa del primer beso, del concierto de despedida, de la primera cama, de la inesperada reconquista, del último amor. Como en cualquier ciudad del mundo. Podría decirse que, como en cualquier ciudad del mundo, en Caracas la gente hasta puede aspirar a ser feliz.
De no ser por el miedo.” -Héctor Torres

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Caracas, julio, 2014.

Estaba llorando en medio de la nada y del todo. El chófer me gritaba, porque no tenía dinero para pagarle el pasaje. La vieja del primer asiento me defendía. Yo lloraba. El chófer seguía energúmeno. La vieja gritaba. Las luces de la avenida eran neón que crecía en mis ojos rojos. Deseaba que el conductor muriera atragantado con sus palabras de la A hasta la Z, que cada letra guillotinara sus alaridos innecesarios hacia mí.

Veinte minutos antes, no estaba llorando y la vieja del primer asiento no sabía de mi existencia.

El chófer cumpliendo con su trabajo, se paraba en cada esquina a recoger pasajeros, su sed por ir con el autobús lleno, crecía. Quién sabe si tenía una familia que mantener (por la dedicatoria en las calcomanías que decoraban la coraza del transporte) o una deuda por pagar. No sonaba salsa, no sonaba vallenato, ni bachata ni reggaetón, solo el cuchicheo de la gente; otros infelices que regresaban de sus trabajos, regañados por sus jefes, hastiados y preparándose para lidiar con las tareas escolares de sus crías (quizá).

Era la quinta parada: Galerías Ávila en La Candelaria, muchos se bajaron. La luz tenue dentro de la unidad me hacía perder la batalla contra el sueño. Al fin el puesto del lado estaba vacío, no tenía intenciones de colocar nada sobre él, pero tampoco tenía intenciones de seguir escuchando al tipo gritando por teléfono todos los preparativos para una reunión llena de licor y juegos hípicos. Era mi oportunidad para dormir.
¿Por qué pensé eso? Fue como si mis pensamientos hubiesen imantado al moreno de gorra gris que se montó y se sentó justo en ese puesto vacío, junto a mí. Su cara parecía una luna; circular y atiborrada por marcas de acné, robusto, podía medir 1.85 cm y seguía siendo insignificante.

Venía hablando por teléfono, otra historia que escuchar, otro hombre que no me dejará dormir.

—¿Sabes dónde quedan los Bloques?

¿Por qué me tiene que hablar? ¿Esto es una maldición para impedir que duerma? –pensé.

—No sé, creo que pasa por Propatria—respondí sin ánimo alguno.
—Te preguntaba por Los Bloques porque voy a robar esta camioneta, dame todo lo que tienes o te reviento la cara.

No podía ser verdad, quizá sí me había quedado dormida y esto era una pesadilla. Mis manos empezaron a sudar, vi al tipo a la cara, acto seguido: sacó su hierro de su cintura y lo colocó en la mía.

Revisó mi bolso con alevosía, sacó mi teléfono con sus audífonos, revisó mi estuche de los lentes -pensando que allí quizá habían lingotes de oro- al no encontrar nada, llevó su pelabolismo a su máximo esplendor al robarme 22 bs de mi monedero.

Mi vejiga fue fuerte al retener orina y mis ojos al no soltar ni una lágrima. El santuario de estampitas viejas empolvadas, el rosario descolorido y el José Gregorio Hernández que el conductor tenía en la parte delantera del autobús, no evitaron que ese miserable me apuntara.

—No me mires a la cara o te la reviento. Quédate tranquilita y no me mires a la cara— repetía en voz baja cerca de mi oído.

Mi camisa no retenía el frío del contacto de la boquilla de la pistola con mi cintura. Al mirar por la ventana pensaba en mamá, en papá, en mis tres perritas y mis amigas. Pensaba en sus colegas que matan a sus víctimas así le entreguen todo. ¿Acaso mi vida era maldita? yo quería seguir viviendo. El miedo recorría cada arteria de mi cuerpo, una sensación que a través de palabras, no puedo ni quiero traspasar.

A la altura del Puente Fuerzas Armadas, volteé y ya la luna se había eclipsado en la calle. Mire a todos lados y los de atrás iban hablando quién sabe de qué. Pregunté por el hombre de gorra gris y nadie se percató en qué esquina se bajó.

Pedí un teléfono prestado, llamé a casa y conté lo que me pasó. Antes de que me fuesen a buscar y bajarme del autobús, ahí estaba el conductor arrebatado y furioso porque al decirle que me robaron hasta lo último que tenía en la cartera, no tenía para pagarle por su servicio.

—Ojalá y usted tuviese una hija y le hicieran lo mismo- refunfuñaba la señora del primer asiento.

Quizá mi sangre había podido quedar impregnada en las fundas del asiento de la camioneta y al conductor solo le importaba que pagase el pasaje. ¿Qué clase de juego era ese?

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Collage y fotografía realizado y tomada por mí.
Esta crónica la había posteado anteriormente (hace dos años) en mi wordpress:
https://michelleozzaa.wordpress.com/2016/02/22/calle-luna-calle-sol/

Sort:  

Hermosa narrativa, la hemos disfrutado muchísimo. ¿el collage también es tuyo? Está genial.

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Hola chicos @celfmagazine, ciertamente esa crónica partió de una experiencia propia y común en Venezuela. Las crónicas a fin de cuentas, terminan quedando como una triste documentación histórica de nuestra actualidad. Gracias por leerme, me encanta que lo hayan disfrutado. Me suscribo a ustedes.

Se nota que te pasó realmente esa "situación". Y es que si no estamos preso nos están buscando. Tenemos conflictos a diario pero hay días en que se unen todos como si se hubieran alineado mal los planetas. Lo normal sería decir como la canción "Pedro Navaja".... tú estas sala'o... jijijiji pero tranquilo que sin los días malos no podríamos valorar los buenos.

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