Las piñatas y el cuento redundante

in #cervantes6 years ago (edited)

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Las costumbres se adquieren, se mutan, trascienden o se pierden en el tiempo. So como el amor si se quiere encontrar parangón que ilustre este fenómeno social, incluso vale destacar que amor que se pierde no se recupera. Así son, pues, amigos míos, las costumbres. Existen malas costumbres y en las cuales el sentido de la espontaneidad, la cultura y el conocimiento pululan, hay buenas donde el perfeccionamiento va implícito dentro del contenido de algún estándar concebido. De igual modo, las costumbres generan procesos de fusión, escisión y discordia entre una masa de personas que, motivado a fuerzas interiores de empatía deciden unirse de acuerdo a la complejidad, naturaleza o cofradía que se considere necesaria. Tal es el caso de los maracuchos, quienes por usar algunos términos comunes consideran al territorio zuliano una nación independiente, superior y hasta única en el globo terráqueo –sin alusiones personales-. En fin los seres humanos nos hemos inventado tantas costumbres que el cuento nunca acaba en nuestras diferencias, pica y se extiende como humo de incendio en el período de sequía venezolana.
En Venezuela, como nación integrada por intereses, costumbres y cultura peculiar, siempre se dará este sistema de reconocimiento de figuras, objetos y tonteras de contar infinito. Dentro de este universo de símbolos típicos, me llama profundamente la atención la piñata, como elemento disuasivo y necesario en cada fiesta infantil de la República de Bolívar. La piñata nunca pierde vigencia en el tiempo, permanece tan fiel a sus recuerdos, a sus principios de diversión pueril, los caramelos, el papelillo y los valiosos juguetes –de segunda mano por lo general- crean una atmósfera propicia para la competición, la avidez y el repartimiento de botines y recompensas que se disfrutan como una riqueza dignamente peleada en la batalla campante, donde una piñata personificada en cualquier héroe de alguna comics de pública transmisión, representa un hito en la creación de un niño sibarita que enriquece sus bolsillos de golosinas y de cuanto perolito existe en el mercado infantil. Ellos son, no obstante, el futuro promisorio de un país cómodo, millonario, próspero, digno para todo luchador que crezca en sus pampas y se desarrolle en sus Ministerios o Instituciones Públicas productoras de nuevos ricos ávidos de esas golosinas y regalías de fácil acceso y repartición válida, según los entendidos intelectuales de este país. Se necesita sólo un palo de escoba y atinar el objetivo para acertar certeramente un palazo firme y sólido que permita la salida de los recursos y la súbita incorporación en bienes y patrimonios particulares. Es obvio, amigos míos, que Venezuela es una piñata donde los nenes han atinado hartos palazos, unos más exitosos que otros. Me han contado que algunos sólo han perforado pequeños hoyos por donde sólo han obtenido algún caramelito, otros se han llevado premios gordos como una rica chupeta Ambrosoli y han salido airoso y pregonando como patriotas de la nación mostrando su recompensa por su ardua labor. Lo cierto es que una piñata no soporta tanto piñazos tan seguidos y en la historia democrática cada día la tecnología permite colocarle unos parchitos mediáticos pero el instrumento es más efectivo y algún día, estimados, la piñata termine de romperse y salga su contenido intempestivamente y recuerden esto: sólo los más ávidos y robustos toman la mejor parte, quizá cuando llegues sea tarde y sólo te quede el papelillo pateado, sucio y algunas sobras en estado de descomposición. De esta forma, amigo, si estás identificado con esta costumbre, colócate en la fila y apúrate, se acaban la piñata.

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