Historias y héroes de Trafalgar. La muerte de Cosme Churruca. II Parte

in #cervantes6 years ago (edited)

La muerte de Churruca:
La furia de San Juan

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El San Juan Nepomuceno se deslizaba con gran velocidad por aquellas aguas, llevándose por delante los escombros de madera y cadáveres que ya flotaban por centenares, entre cientos de truenos artillados y el humo que se levantaba como vapor. Pasaba cerca de los navíos ingleses lanzando andanadas precisas; el Neptune y el Royal Sovereign fueron cañoneados con una brutalidad sin precedentes en aquel combate, pasando al ras y sin dar tiempo a los ingleses de reaccionar, el objetivo era llamar la atención de los británicos y así atraeros sobre si para dar tiempo al San Idelfonso de escoltar al Príncipe de Asturias, la nueva nave insignia. Ya se aproximaba el gobierno de Churruca cuando en la lejanía, vio rendido al San Idelfonso. De repente, frente a su proa, se presentó el Dreadnought dispuesto a barrer la proa. Con presteza, Churruca ordenó virar a estribor, logrando quedar ambos barcos en paralelo.

—¡Fuego! —Ordenó Moyúa mientras los cañones escupían balas, una andanada partía las paredes de madera del navío inglés, que de inmediato respondió al temible fuego hispano. La infantería marina disparaba sus fusiles y obuses contra sus contrarios, el intercambio de balas en todos sus calibres estaba encendido. Mala hora aquella cuando por babor, aparecía el Neptune a cobrar venganza de una andanada acertada hecha por los hijos de Cervantes.

—¡Fuego a discreción! —Gritaban los oficiales mientras el San Juan escupía plomo sin cesar.

José Prudencio luchaba sin parar, disparando una y otra vez. Exigía a los ayudantes de cámara ser rápidos trayendo las municiones y la pólvora, uno de ellos tardaba.

—¿Dónde está Pérez que no llega? —Preguntaba mientras se cubría de una explosión cercana.

—¡Que han matao al pobre crio Padilla! —Respondió otro Contramaestre de apellido Suarez. En efecto, Padilla divisó el cuerpo del joven con los cartuchos aún en brazos, unas astillas segaron su existencia. Con afán, Padilla se levantó de su puesto dejando a dos artilleros en su sitio. Debía recoger aquellos cartuchos, corría entre cañonazos y humo cuando una explosión lo lanzó contra el suelo, se levantó un poco aturdido y lleno de trozos de madera, cuando volvió en sí, su batería había sido desprendida por un cañonazo y sus ayudantes yacían regados por el sitio. Se puso en pie revisando su cuerpo y decidió subir al castillo para informar lo sucedido al Alférez comandante de las baterías.

Funesta sorpresa la de Padilla cuando vio a su superior muerto. Tuvo que subir las escaleras y llegar al alcázar e informar al oficial de cubierta la noticia. Corría cubriéndose entre la cantidad de escombros y cuerpos que yacían en las tablas. A unos metros divisó al Teniente Moyúa quien dirigía una línea de tiro de la Real infantería marina.

—¡Su Excelencia, hemos perdido al Alférez Navarro! —Informó el mulato. En ese instante, una ráfaga de metralla alcanzó a unos cañoneros cercanos a la cubierta del alcázar de popa, matándolos a todos.

—¡Vamos Padilla, no os quedéis ahí paradote, vaya y ponga a ese cañón a escupir fuego de metralla! —Ordenó el segundo, quien, por una extraña razón, reía a carcajadas en medio de la caótica situación. El escenario no podía ser más crítico, por babor se aproximaban dos navíos más: el Achille y el Defiance, quienes venían a cobrar venganza y se unieron al festín demoníaco de la madera sobre el mar.

Padilla, con ayuda de un marino y de un infante, empeñaron disparos sobre los barcos enemigos, como ellos, todas las baterías abrían fuego sin cesar. A los lejos, entre explosiones y alaridos, el Capitán Churruca gritaba órdenes a los 4 vientos mientras las astillas volaban por los aires, bañándolo de madera caliente. En ese momento, sendos balazos impactaron en el trinquete mayor, precipitándose sobre un grupo de marinos.

Churruca sentía el clímax de la vida en aquel épico combate cuando un golpe caliente en su pierna lo derribó, fue tan rápido que no había caído en cuenta que una bala le había cercenado el miembro inferior, siendo auxiliado por Moyúa y otros oficiales, algunos marinos, incluyendo Padilla, —que había sido herido en el hombro y en el muslo por la explosión—, habían visto el hecho temiendo lo peor. El Capitán, herido de gravedad y con su sangre vasca corriendo por las maderas a chorros, seguía en combate. Padilla pidió a sus dos compañeros seguir el fuego mientras corría, adolorido y con dificultad, en auxilio de su Capitán, aquel hombre al que tanto admiraba. En medio del caos, subió al puente y ayudó a levantar a su superior, quien no demostraba dolor alguno.

—¡Seguid disparando hijos míos, seguid disparando, yo estoy bien, seguid el fuego! —Gritaba mientras intentaba ponerse en pie ayudado por Padilla y su segundo.


Justo Jimeno. Trafalgar. La muerte de Churruca

—¡Padilla, id a buscad un cañón, dispare, dispare hasta que ya no quede metal! ¡Hágase matar joder! —Decía el Capitán mientras le veía fijamente. Cuando Padilla saltó del puente, vio por última vez a su admirado Churruca, quien poco a poco se desangraba.

Aquella voraz carnicería no había culminado, el navío Tonnant se había unido al círculo macabro que hacían los navíos ingleses en torno al San Juan Nepomuceno. 6 naves británicas disparaban sin cesar contra el gobierno de Churruca, que resistía como si de un islote encañonado se tratara. Aquel ataque de fuego rayaba en el sadismo de las guerras, no había honor en tan aberrada masacre, pero los hijos de San Juan no se rendían, la lucha sería a muerte. El San Juan escupía fuego por todos sus costados; imponente y orgulloso guerrero ante aquella cobardía inglesa.

—¡Vengan malditos ingleses, vengan a probar la furia de San Juan! —Gritaba el segundo Moyúa mientras seguía ordenando el fuego. Padilla se encontraba disparando metralla cuando una explosión lo lanzó hacia las cercanías del trinquete mayor. Sentía como todo daba vueltas, no soportaba más el ruido de las explosiones. En su delirio, pudo ver la silueta del teniente Moyúa caer al recibir el fuego de metralla a unos cuantos metros, otra explosión lanzaba por los aires a unos 6 infantes de marina, poco a poco, el intenso sonido del cañoneo disminuía.

«Hermano, perdonadme, pero no podré volver, jamás regresaré a casa con la derrota ¡Jamás! Perdonadme, perdonadm......» El Capitán Churruca perdía la vida entre sus hombres, su verdadera familia, desangrado, orgulloso y valiente como aquella nave.

Juan Carlos Díaz Quilen
Extracto de "El Almirante", nueva obra de mi autoría
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tremenda historia, saludos bro

Great post and my Kryptonia account is @ianstevenson

Thanks bro @ianstevenson, I don´t understeand Kryptonia, you can explain me? please, and I help you.

excelente relato juan, espero por la próxima obra!!!

Gracias brother

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