Los suicidas del faro (Leyendas de mi ciudad: Maracaibo)

in #cervantes5 years ago

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Contemplar el lago de Maracaibo desde la altura del faro es una visión digna de cualquier oleo o postal fotográfica y para quienes tienen la oportunidad de hacerlo un recuerdo imborrable, en una ciudad que va despertando poco a poco a nuevos caminos en los comienzos del siglo 20.

Por las noches su luz guía a las embarcaciones y fabrica promesas a los enamorados, pero también, como un imán diabólico atrae a los suicidas que desengañados o presas de atribulaciones económicas dejan la vida desde donde otros la disfrutan.

La oscuridad de los contornos es un aliado invalorable, sobre todo cuando la luna toma su descanso y no aparece dejando a la ciudad iluminada por viejos faroles y novedosos focos que la magia de la electricidad ha traído.

Juan camina como trashumante del desierto, cabizbajo, confundido, casi arrastrando sus pies hacia el faro, que como amante escondida le estira los brazos y ofrece calmar todas sus penas.

Un cumulo de imprevistos ha hecho que sus bienes casi se extingan y la muerte a llegado para llevarse a sus predios a los progenitores, dejándolo solo al cobijo de su sempiterna novia Rosita, en la calle Pascualito, donde ambos residen, pero esta, por razones que desconoce, ha decidido poner fin a esa relación que desde niños tienen.

Una puñalada que ha perforado su corazón, al que ha tratado de curar con borracheras que han terminado de ahogarlo en el desespero.

Ahora camina sin saberlo hasta el último puerto y cuando llega, con el agua mojándole los pies, mira desorientado la línea de luz que el faro deja.

El ruido del viento y la noche es como un alarido que envuelve el ambiente y como un autómata penetra por la puerta que lo llevará a la altura del faro.

Aunque el cansancio intenta frenarlo mientras sube las escaleras, una presencia sobrehumana le taladra el cerebro y le dice:

-Continúa.

Recuerda la historia que su padre le contaba sobre el muerto del faro y también la de Bartolo, ocurrida muy cerca de allí, pero impertérrito continúa su escalada hasta las alturas.

Logrado su cometido, toma aire y su vista se pierde donde la luz va perdiendo su resplandor, esa misma que logró guiar a muchos sobrevivientes del naufragio de la Ana Cecilia y que ha contribuido al progreso del poblado.

Como clavadista que aspira ganar una medalla, toma aire sin mirar al vacío y por segundos duda de ponerle fin a su atribulada existencia, pero nuevamente como venida de un andurrial imposible de llegar o imaginar la voz le ordena.

-Lánzate.

Y él obediente, como cordero judío del sacrificio, obedece.

Su cuerpo, dado la profundidad de las aguas en el lugar será arrastrado por la corriente lacustre y será descubierto tal vez cerca de la edificación de la Compañía Guipuzcoana o enredado entre manglares de la bahía, dependiendo la dirección y fuerza de la corriente.

Será un número más en las esquelas de los suicidas del lugar.

Historias como estas fueron comunes mientras el faro prestó sus servicios a la ciudad de Maracaibo y también cuando dejó de hacerlo.

Las leyendas invadieron el imaginario popular de esos años, y sus fantasmas fueron haciendo fila en cada hogar para intimidar a los jóvenes a acercarse allí, pero era imposible romper el embrujo de las noches, el romance y la curiosidad y al final las autoridades terminaron demoliéndolo.

Pero quedaron las convicciones que el lugar y sus alrededores poseía una suerte de maldición que llegaba hasta quienes estuvieran cerca, incluso muchos atribuyen la muerte del poeta José Ramón Yepes a esto.

Hoy, en las primeras dos décadas del siglo 21 pocos recuerdan esos episodios.



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