Ramos Sucre o la muerte transmutada

in #cervantes6 years ago (edited)

Saludos, apreciados amigos de Steemit. Como les decía en mi presentación, me dedico a la literatura, sea a la docencia o al estudio crítico de ella. Quiero compartir con ustedes uno de esos trabajos (crítico-ensayístico) sobre uno de los escritores más importantes para la literatura de habla hispana del siglo pasado, José Antonio Ramos Sucre (Cumaná, Venezuela, 1890 - Ginebra, Suiza, 1930), y uno de mis preferidos, además de paisano (cumanés de nacimiento). Es un texto un poco extenso; espero que no les resulte tan pesado. Seguramente, en otro momento, compartiré otros trabajos escritos por mí sobre este autor


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RAMOS SUCRE O LA MUERTE TRANSMUTADA

He sentido el estupor y la felicidad de la muerte.
Ramos Sucre

El escritor es el que escribe para poder morir
y que obtiene su poder de escribir
de una relación anticipada con la muerte.

Maurice Blanchot

Una presencia de siempre

Dualidad inseparable la de la vida y la muerte. Piedra angular sobre la cual el ser humano ha edificado su cultura, como bien lo auscultó Freud en sus estudios. No obstante cambiar de rostro y ropaje, la muerte permea el decurso humano, y aunque expulsada a veces del concepto de la vida en algunos momentos de la historia, vuelve a metérsenos por la ventana. Ella es una inmanencia, un atributo inexorable de lo humano. Al respecto, Cioran (1977), ese lúcido destructor, reflexiona:

[…] hay algo que viene de nosotros mismos, que es nosotros mismos, una realidad invisible, pero interiormente verificable, una presencia insólita y de siempre, que puede concebirse en todo instante y que no nos atrevemos jamás a admitir […]: es la muerte, el verdadero criterio. (p. 27)

La meditación sobre la muerte está en el centro de la conducta de la vida. Ha llegado a dominar el pensamiento y la obra de filósofos, religiosos y poetas (en sentido amplio) en toda la historia de nuestra cultura. Philippe Ariès (1987), en su estudio El hombre ante la muerte, nos da cuenta de la compleja evolución de ese pensamiento desde los primeros tiempos hasta nuestros días. Vale destacar, por ejemplo, la meditación de un hombre religioso como Calvino (siglo XVI), quien expresa en sus palabras una concepción de la muerte con rasgos que se muestran muy contemporáneos:

Sentimos horror por la muerte porque la aprehendemos no tal como es en sí, sino triste, macilenta y repugnante […] Huimos ante ella, pero es porque […] no nos tomamos la molestia de mirarla. Detengámonos, permanezcamos firmes, mirémosla abiertamente a los ojos y la encontraremos completamente distinta a como nos la pintan y de un rostro distinto a nuestra miserable vida. (citado por Ariès, 1987, p. 251)


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Este vivir pensando la muerte lo encontraremos en diferentes autores y en diversos momentos de la cultura. Alcanzará una expresión y fuerza fundamentales en la época romántica, cuando la muerte y el sueño ocupen la médula poética y vital de sus más conspicuos representantes, como lo podemos observar en el siguiente fragmento de Lamartine (citado por Ariès, ob. cit., p. 343):

Yo te saludo, oh muerte, liberador celeste.
No te apareces a mí bajo este aspecto funesto
Que durante mucho tiempo te ha prestado el espanto o el error…
Tu frente no es cruel, tu mirada no es pérfida.
Para socorro de los dolores un Dios clemente te guía;
Tú no aniquilas, liberas: tu mano
Celeste mensajero, lleva una antorcha divina…

La muerte, pues, se personaliza, se reviste de un sentido liberador y salvador. Este sentido sobrevivirá, adquiriendo nuevos sesgos en poetas más cercanos como Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont y Mallarmé. Será una esencia reencontrada en la vida, en el yo, hasta anidar en el reto mismo de la creación como una agonía de la obra. Un ejemplo en Baudelaire (citado por Ariès, ob. cit., p. 393) nos ilustra:

Es la Muerte quien consuela, ¡ay!, y quien hace vivir.
Es la meta de la vida y es la única esperanza,
que como un elixir nos sube y nos embriaga
y nos da ánimo para caminar hasta la noche…

Esta presencia definitiva de la muerte, inmanencia de lo humano, es resumida por Rilke, hacedor de una obra sesgada por la muerte, en una frase de conmovedor temple poético: “La gran muerte que cada uno lleva dentro de sí” (citado por Blanchot, 1969, p. 116).

Una obra habitada por la muerte

La crítica ramosucreana ha señalado a la muerte como una dimensión capital de la obra del poeta de La torre de Timón. Constituye un campo semántico amplio y diverso donde interactúa la dimensión temática de la obra y la territorialidad personal del autor. Así, Guillermo Sucre (1985, p. 71) indica que “prefigurar, soñar o desear la muerte es una de las experiencias dominantes en esta poesía”; o como expone Víctor Bravo (1981, p. 166): “El poeta penetra en el espacio de la muerte a través de la escritura”.

La muerte, la huída y el destierro componen los ejes estructurantes y temáticos de la obra de Ramos Sucre, como formula Rosanna Boadas (1989) en un interesante estudio sobre el escritor cumanés. Ellos configuran una dialéctica que parece coincidir con lo meditado por Cioran (1984, p. 113) en esta aforística frase: “[…] volverse hacia la muerte para instalarse en ella como ciudadano de un nuevo exilio”. Las historias, personajes, espacios y voces de sus poemas/relatos reescriben constantemente, con el ritmo de una monotonía poética, la obsesión de la muerte.

Al tratar este asunto, Rosanna Boadas (ob. cit.) ha precisado:

La concepción ramosucreana de la muerte ha edificado en el marco de su obra el espacio en que convergen todos los pesares humanos, de suyo encaminados hacia el fin inestable […] la muerte no es una realidad angustiante sino la proclamación de una forma de trascender. El pesar se encuentra de este lado del abismo. El espacio del allá viene a representar el sitio de la victoria sobre el morir que es la vida misma. (p.44)

Ramos Sucre explora y prefigura el territorio posible de la muerte desde una subjetividad alucinada. Con la videncia rimbaudiana, imagina la reacción y la fisonomía de un espíritu trascendido, su tránsito por el sendero de lo inasible, el no-lugar primigenio para la estancia reposada.


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La muerte: metáfora de la escritura ramosucreana

La generalidad de la crítica, al abordar la muerte en la obra de Ramos Sucre, ha centrado su atención en un sentido temático que hablaría de la concepción de la vida que posee el poeta. Si bien este enfoque es válido y su formulación cierta, pueden hallarse otras connotaciones y sentidos a la imagen de la muerte. Es uno de esos sentidos el que se intentará captar en adelante. Para ello se ha elegido el poema “El lapidario”, de su libro Las formas del fuego:

El sentimiento del ritmo dirigía los actos y los discursos de la mujer. Dante habría señalado el valor de las cifras mágicas al criticar la fecha de su nacimiento y la de su muerte.
Volvieron sus cenizas del destierro en un país secular. El amor deshojaba, desde la nave taciturna, un ramo de azucenas en el mar de las olas fúnebres.
Yo divisaba desde una altura el arribo de sus reliquias y la escolta de los dolientes y me retraje de incorporarme al duelo.
He dibujado a golpes de cincel un signo secreto en la frente de una piedra volcánica, respetada en medio de la erosión del litoral y vecina del puerto del regreso.
El signo comprende mi nombre y el de la muerta y ha sido esculpido con la exquisitez de una letra historiada. Lo he inventado para despertar en los venideros, porfiados en calar el sentido, un ansia inefable y un descontento sin remedio. (Ramos Sucre, 1980, p. 401)

La escogencia del título del poema nos precisa la voz del hablante. Se trata de un personaje: un lapidario. La voz del hacedor de lápidas nos ubica desde el inicio ante una situación vinculada a la muerte.

Pero, ¿quién muere en la historia presentada en el texto? A conciencia de la ambigüedad e indeterminación características de los textos de Ramos Sucre, podríamos atrevemos a decir: nos habla de la muerte de una mujer. Se nos proporcionan los datos para identificarla: esta mujer ha estado relacionada con Dante, puesto que él “había señalado el valor de las cifras mágicas al criticar la fecha de su nacimiento y la de su muerte”. Si conocemos algo de la obra de Dante Alighieri, sabemos que una mujer ocupó su visión poética: Beatriz; en su libro Vida Nueva, en gran medida autobiográfico, construido sobre la base de símbolos matemáticos de resonancia cabalística (el 3 y el 9, como lo hará también en la Divina Comedia), canta al amor por esta mujer y el presentimiento de su muerte. Así lo han indicado estudiosos como José María Valverde y Martín de Riquer (1968, pp.372-376).

Cabe destacar en este aspecto cómo Ramos Sucre vuelve, una vez más, al acercamiento entre amor y muerte, como ya lo había hecho en poemas tales como “Preludio” y “La tribulación del novicio”, por citar sólo dos de los numerosos ejemplos que pueblan su obra.

Pero no es esto lo que nos interesa considerar en el poema, sino lo que puede percibirse en sus segmentos finales. Este lapidario, observador de la muerte, esculpe “con la exquisitez de una letra historiada” “un signo secreto”. Aquí debemos señalar el juego que hace Ramos Sucre con las acepciones del vocablo “lapidario”, el cual, según el DRAE, también alude al oficio de grabar piedras preciosas. La inscripción realizada es caracterizada por la “exquisitez” y se hace “en la frente de una piedra volcánica”.

Y nos dice la voz que el signo comprende su nombre y el de la muerta. El lapidario, si se retrae de incorporarse al duelo, se inscribe en la unidad con la muerte. De algún modo puede también postularse la muerte del personaje.

Todo ello nos permite formular una doble metáfora, en la que el lapidario sería imagen del escritor y la obra de aquél imagen de la escritura, en particular, del escritor Ramos Sucre y de su escritura de y para la muerte (Cabe señalar que Gustavo Luis Carrera –1996, p. 110– sostiene que este poema podría tomarse como “un manifiesto estético ramosucreano”).

Como el lapidario, Ramos Sucre ha grabado un signo secreto, una obra hermética, atravesada por el misterio, que aún hoy despierta “un ansia inefable y un descontento sin remedio”. Una obra, como él mismo lo refirió, trabajada con un sentido acendrado y refinado, con un exigente y duro esfuerzo (“a golpes de cincel”), como el artesano que labra una piedra preciosa. Permítanme una digresión y conjetura: también aquí encontraríamos por qué Dante se manifiesta como una referencia en el poema; recordamos que el poeta Eliot, al dedicar La tierra baldía, esa indiscutible obra de la poesía del siglo XX, al también poeta Ezra Pound, usó la frase “il miglior fabro”, es decir, el mejor artesano, tomada de la Divina Comedia de Dante). Una obra grabada sobre la materia recia (como toda materia) de una vida severa y apartada, ajena a “la erosión” del mundo y en permanente búsqueda de un viaje, de un destierro interminable, aunque a la espera del retorno, como situada en “ese puerto del regreso”.

Este lapidario/escritor constituye su obra para eternizarse (“He creado una obra inmortal”, declara Ramos Sucre en una carta a su hermano Lorenzo), y su inscripción en ella supone el acto de la muerte, la asunción de un destino común que lo convierte en “signo secreto”.


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La creación de la obra implica la exigencia radical de la “aniquilación del sí mismo”, en palabras de Blanchot (ob. cit., p. 82), que quizá no habrá que entender como el self propuesto por Jung, sino como el ego, o el yo, tan duramente cuestionado por Rafael Cadenas. El poeta se aparta del mundo para escribir, y en la hechura de su obra trasmuta los materiales de su vida. Exilado, muere a la vida normal, transfigurando la obra, transfigurándose en la obra. Al respecto expresa Blanchot (ob. cit., p. 138): “la verdadera muerte se vuelve verdadera en la intimidad de la transmutación”.

Como Mallarmé, Kafka y Rilke, Ramos Sucre crea una obra que es una metáfora de su muerte, porque en aquella se aniquila y se trasmuta en signo secreto. Su escritura comporta una experiencia de la muerte, ajena y propia, comprendidas en el mismo signo. Ramos Sucre pareciera decirnos, con Blanchot (ibíd.):

Escribo para morir, para dar a la muerte su posibilidad esencial, por la que es esencialmente muerte, fuente de invisibilidad, pero, al mismo tiempo, sólo puedo escribir si la muerte escribe en mí, hace en mí el punto vacío donde se afirma lo impersonal (p.139)

REFERENCIAS

Ariès, Philippe (1987). El hombre ante la muerte. Madrid: Taurus.
Beguin, Albert (1978). El alma romántica y el sueño. Madrid: FCE.
Blanchot, Maurice (1969). El espacio literario. Buenos Aires: Paidos.
Boadas, Rosanna (1989). Ramos Sucre y el espacio del poeta maldito. Caracas: edición mimeografiada.
Bravo, Víctor (1981). Ramos Sucre: la escritura como itinerario hacia la muerte”, en Ramos Sucre ante la crítica. Caracas: Monte Ávila.
Carrera, Gustavo L. (1996). El signo secreto. Para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Cumaná: Universidad de Oriente / Fundación Ramos Sucre.
Cioran, E.M. (1977). Breviario de podredumbre. Madrid: Taurus.
Cioran, E.M. (1984). Silogismos de la amargura. Caracas: Monte Ávila.
Ramos Sucre, José A. (1980). Obra completa. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
Riquer, Martín de y Valverde, José M. (1968). Historia de la literatura universal. Tomo I. Barcelona, España: Planeta.
Sucre, Guillermo (1985). La máscara, la transparencia. México: FCE.

Sort:  

Saludos,@josemalavem. Profundo tratamiento de un tema de tanta profundidad como la muerte. Y fijación de nuestro poeta Ramos Sucre. La cita de Blanchot me lanzó a recordar cuestiones. Saludos.

Agradecido por tu lectura, @antoaristi.

Es inevitable leer este ensayo y no volver la mirada hacia lo que somos y dejaremos de ser. Aquí, como dice la canción de Serrat: "La vida y la muerte bordadas en la boca" tenía Ramos Sucre en su pluma; y tú, en la tuya. Te felicito por tan excelente trabajo.

@solperez, gracias por haber leído ese texto (que sé que es un poco duro) y tu comentario. Saludos.

uno de los mejores escritores, todavía en la actualidad leer a Ramos Sucre requiere de esfuerzos creativos para entender su estilo. lastima que lo hayan reconocido 60 años después de su muerte. saludos.

El recuerdo y la poesía de Ramos Sucre los tengo ligados con la infancia y tardes que se oscurecían con cuentos y juegos. Gracias por este recorrido. Lo disfruté. Muy bien escrito.

Gracias por tu lectura, @sandracabrera. Aunque, obviamente, en otro tono, otra función y sobre un escritor en particular, está en ese campo existencial y temático que habías tratado.

Leido, :)

Habia varios críticos que no conocia :')

Gracias.

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