La Hora del Burro - Cuento

in #cervantes6 years ago (edited)

Toño mira alrededor, el patio sombreado por frutales duerme. El sol ardiente de mediodía ya ha pasado pero el calor es intenso. Desmonta y amarra a Burro a la sombra de un guayabo. Camina sigiloso, evitando hojas secas y ramitas para no hacer ruido, las huellas le dan igual porque mil veces Burro ha esperado en ese mismo guayabo a que Toño vuelva trastabillando a montarlo. 

Avanza hacia la casita, a esta hora no hay bebedores sentados en los tocones pulidos por el roce de los pantalones recios. Allá y acá, el brillo de las chapas de cerveza destella entre el polvo, lejos Simón canta “…ni cuenta, el cauca reverdece y el guamanchito florece y la soga se revienta”. Toño anhela una cerveza helada para humedecer la boca seca. 

Pero no es por una bien fría por lo que ha venido, aunque serviría de pretexto de ser necesario. La conoce desde niña, la ha visto crecer durante todos estos años comprándole cerveza a Gregory, el dueño de la taguara o a Eugenia, su madre. 


Fuente

Antonio trabajando, días antes de la visita.

La conoció cuando vino con su compadre Lopera, una niña flaca, de piernas y brazos largos, morena de ojos claros y pelo negro azabache. Se asomaba tras las faldas de su madre mientras despachaba botellas cubiertas de escarcha y preparaba arepas de chorizo para los clientes más importantes. 

A cada visita la niña crecía. Toño, aún joven siempre le regalaba una sonrisa, un guiño y a veces, una chupeta. Años pasaron, Toño se hizo viejo mientras que Maigualida florecía, convirtiéndose en la bella adolescente enfundada en vestidos siempre pequeños que luchaban por no estallar. 

Toño nunca jamás tuvo esperanzas, la diferencia de edad era grande y Maigualida era la joya que custodiaba Gregory con su escopeta. Con los años, Toño se ganó la amistad de Eugenia, con quien conversaba mientras atendía las arepas y de Gregory con quien pasaba horas hablando de noticias lejanas, siembras de pimentón o chistes groseros. 

Pero estaba allí, sabiendo que ellos no estarían en casa y que Maigualida lo esperaba sola. Aún no creía en su fortuna cuando Maigualida le dijo: 

–Don Antonio, quiero hablar con usté. 

–Claro mija, dígame… ¿pa qué soy bueno? 

–¿No se va a molestar conmigo? –preguntó Maigualida, jugando con su melena larga y negra. 

–No mija, ¿por qué me voy a molestar con usté? Usté sabe que la quiero mucho y la conozco desde niña, no tenga pena conmigo que la conozco desde que comía moco. 

–¡Guá! Don Antonio, no sea malo, yo no comía moco –dijo Maigualida, con una sonrisa nerviosa en la cara y amarrándose el cabello por segunda vez–. Señor Antonio, ¿me promete que no le dirá a nadie? 

–Claro hija, se lo prometo. Pero no me diga Señor Antonio que me hace sentir viejo, dígame, ¿pa qué soy bueno? 

–Bueno, Antonio –dijo ella dudando un poco después de humedecer sus labios llenos– es que estoy curiosa. Anoche estaba durmiendo y escuché unos ruidos en la pieza de mi mamá. Me desperté asustada pensando que podía estar pasando algo malo pero cuando escuché mejor supe que no era nada malo. Sonaba como un quejido, pero no de dolor. Bueno, me dio curiosidad y me fui en silencio a su pieza, la puerta estaba entreabierta y miré dentro. 

–Ay mija, no debió, eso es mala educación –dijo Toño, curioso a más no poder, pero intentando disimular su interés. 

–Sí, Antonio, me asomé con cuidado, estaba oscuro el cuarto pero entraba luz desde la ventana y no vi a mi mamá. 

–¿Cómo que no la vio? Si me acaba de decir que la oyó. 

–No la vi al principio porque Gregory estaba encima de ella, en la cama –dijo ella, bajito. Un rubor intenso tiño sus mejillas y bajó la cara–. Los vi, Antonio, y en vez de irme a mi cuarto me quedé ahí callada viéndolos. 

–Ay mija, usté es mala. ¿Cómo va a hacer eso? –dijo un Toño que sin querer estaba confirmando chismes viejos sobre Eugenia y Gregory. 

–Sí, don Antonio, pero recuerde que prometió no contar nada. Le cuento a usté porque siempre me ha caído bien y sé que me va a ayudar. 

–Pero mija, que no me diga don. Le voy a dar un consejo, no vuelva a hacer eso, es malo estar espiando a la gente.

–Yo sé, Antonio pero es que me dio curiosidad –dudó por un largo momento– y quiero que usté me enseñe –dijo al fin, Maigualida, mirándolo a los ojos y luego calló, ruborizada y mordiéndose el labio.

Eso fue ayer, recordaba Antonio y ahora estaba en la casita donde jamás había entrado. Maigualida lo esperaba en uno de sus vestidos apretados, el pelo suelto y unas gotitas de sudor en la frente. Se miraron, Toño aún no creía su suerte. La acercó, le preguntó bajito: 

–Mija, yo la quiero mucho, pero, ¿está segura que quiere hacer esto? 

Ella no respondió pero se apretó más contra él. Antonio la besó, ella pareció sorprendida pero luego respondió al beso. Toño pensó que era el primero en besarla en la boca. 

–Venga Antonio, venga a mi pieza –le dijo en un susurro y le tomó la mano, guiándolo. 


Fuente

Burro, esperando aburrido (valga la redundancia) a Toño.

Toño sudaba, Maigualida estaba en la cama desnuda y con mala cara. De otro lado de la ventana Burro lo miraba parpadeando aburrido bajo el guayabo. Antonio no sabía dónde meter la cara, la edad le había pasado factura.  

–Mija perdóneme pero la edad pega –dijo sorprendido, pues jamás le había pasado eso, siempre había respondido y se preguntaba si fueron los nervios los que causaron el chasco. 

–Pero Toño, ¿qué le pasa? Pensé que le gustaba. 

–Claro que me gusta niña, usté es lo más bello de estos montes. Pero la edad pega, dijo un apesadumbrado Toño.

–No entiendo, ¿por qué no se le para? 

–Mija, yo tampoco entiendo –dijo un casi lloroso Toño. 

Miraba a Burro dormitando bajo su guayabo. En ese momento el animal despertó, miró a su dueño a los ojos, su miembro se infló y con él, empezó a golpearse el vientre una y otra vez al ritmo de sus rebuznos. 

Toño dio un salto de la cama, recogió su ropa, se vistió y salió al patio maldiciendo por lo bajo.  


Han pasado años desde ese día, Maigualida ahora es gorda, está casada, tiene 4 muchachos barrigones y atiende con su marido una bodega dos pueblos más allá. Toño por su parte es un viejo amargado de pelo cano y cerveza en mano. Ya no cuenta chistes ni regala chupetas.  

Y aún hoy, tantos años después, la gente del pueblo se pregunta ¿qué carajos le picó a Toño la tarde que capó a su burro en el patio de Gregory?  

Sort:  

La hora del burro tomó otro significado con esto, lo que pasa por perder oportunidades, se dan cortas y en el momento las tomas o las dejas, luego, viejo, canoso, amargado, y matando la frustración con el pobre burro. ¡Ja ja ja!

La foto de Burro me hizo recordar a un perrito que tuvimos en la casa, era de la calle y estaba tan feito que lo pusimos Burro. Creció en la casa, era cariñoso pero no dejó de ser feo. Hasta hubo un episodio en el que "resucitó", y ahora que leo tu cuento me provocó relatar la fantastica historia de la resurrección de Burrito.
Muy bueno tu cuento, @jcalero. Buenos detalles que recrean la vida en el monte y la ruralidad.

(risas) Muy bueno de verdad hacer reír en estos tiempos es de mucho valor. Muchas gracias @jcalero.

No, gracias a ti por leer, comentar y votar. Me alegro te haya sacado unas risas, ¡ya con eso me siento satisfecho!

Cuentos llaneros... Muy bueno.

¡Gracias! ¡Espero lo hayas disfrutado tanto como yo disfruté escribiéndolo!

Jajajaja tú y tus finales, no esperaba menos.

Son la especialidad de la casa! 😂

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