Los sueños de Aurora

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A la primera persona que conté la idea de irme a vivir a algún lugar donde la gente no fuera estúpida fue a la tía Aurora. Le expliqué los motivos por los cuales consideraba que la gente era necia en su gran mayoría y luego de escucharme pacientemente me dijo sin alterarse y sin mostrar signos de sorpresa:

- Querido sobrino, no existe ningún país en el mundo donde no haya gente como la que acabas de describir.

- Tía, como puedes saberlo si tu jamás has salido de este pequeño pueblo – respondí inmediatamente.

La hermana de mi madre cuyo parecido con ella no dejaba de sorprenderme, me miró largamente, puso su vieja y ajada mano sobre mi mejilla y contestó:

- He viajado Robertito, tanto como no te imaginas aunque no de la manera que lo hacen todos sino a través de los sueños.

La tía Aurora era una persona especial, tenía un aura que irradiaba algo difícil de describir, sabiduría decían todos y yo siempre supe distinguir ese don característico de sapiencia. Su bondad hacia el prójimo era infinita y todo el pueblo la amaba con locura (me incluyo). La lista de personas que la visitaban diariamente era enorme y su prestigio rebasaba los límites de nuestro pequeño poblado por lo que también venían de lugares lejanos, incluso me han mencionado casos de extranjeros que se han llegado hasta aquí solo para hablar con ella.

Debo aclarar que no era una curandera ni una vidente, no al menos de la forma en que conocemos muchas, no vendía su don, no comerciaba con sus conocimientos ni engañaba a nadie, solo contaba sus experiencias adquiridas por los sueños, muchos de las cuales alcanzaban para dar indicios, consejos, en ocasiones respuestas a aquellos que la consultaban por los más diversos problemas. Jamás cobró una consulta ni aceptó un regalo, no vendía preparados, imágenes ni estampas. Vvía de la pensión del tío Osmar, fallecido un montón de años atrás y parecía que ese dinero le alcanzaba, subsistía tranquilamente sin grandes lujos aunque tampoco parecía pasar necesidades, además en el pueblo no había donde gastar la plata.

Yo me permití dudar de sus palabras en algunas ocasiones para volver luego a pedirle perdón por no haber creído en ella, así que ya estaba acostumbrado a sus aciertos y con esto no me permitiría dudar, si ella decía que no había un lugar donde la gente no fuera estúpida, pese a que jamás había salido del pueblo, yo le creería a rajatablas y me iría de todas maneras pero sin esperanzas de encontrar ese lugar que ansiaba.

La tía Aurora pareció leerme el pensamiento, no me sorprendió, en muchas ocasiones sospeché que eso era realmente lo que hacía, antes que yo terminara de pensar me dijo:

- Si de todas maneras estás decidido a irte de aquí te recomiendo que vayas a Rhoetenia, un pequeño país en el corazón de Asia, no es conocido y no te salvaras de conocer gente que se crea cualquier cosa, pero son bondadosos y no tienen maldad, sus dirigentes son escasos y tienen las mismas características de todo el pueblo y pasarán años antes que el germen de la codicia y del poder los deteriore al punto de ser irrecuperables. Ve tranquilo pero firmemente decidido a evitar que eso pase.

Unos días después tomé mis escasas pertenencias y comencé un largo viaje hasta Rhoetenia, un país del que jamás había oído hablar y del que sospechaba que no existía. La tía Aurora se despidió amorosamente de mi y me aseguró que estaría siempre que la necesitara, solo debía dormirme pensando en ella.

Seguí su consejo y así lo hice durante mucho tiempo, nunca me falló, estuvo cada vez que la necesité, en mis sueños y también en los suyos.

Olvidé mencionar que luego de peregrinar durante años finalmente llegué a un pequeño villorío sin nombre en pleno centro de Asia y me establecí, a falta de un nombre para ese minúsculo pueblo olvidado de todos le puse Rhoetania, mote tan bueno como cualquier otro.

Héctor Gugliermo

@hosgug