[Cuentos de Dictadura] El Jefe de la Seguridad Nacional

in #cervantes5 years ago

Esta es una continuación de un post anterior, donde hablo de un pueblo perdido dentro del estado Falcón en Venezuela, durante la época de la dictadura de Marcos Pérez Jímenez.
Creo que estas historias tienen lecciones para los tiempos que vivimos. Ojalá les lleguen a quienes necesitan escucharlas.

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Al jefe de la Seguridad Nacional del Estado Falcón le llegó una denuncia particular: en uno de los pueblos del estado, la gente no había permitido que se llevaran al médico que se había atrevido a cuestionar las acciones del funcionario que manejaba esa zona, y ya tenía varios reportes de que las operaciones del cuerpo de seguridad política eran particularmente… ”efusivas” allí.

Sin perder tiempo, junto a su comitiva decidió ir al pueblo a ver por sí mismo la gravedad de la situación. Antes de irse, dejó instrucciones listas del número de tropa y las acciones a tomar, dependiendo de lo que encontrase, pues según el subalterno al que desconocieron, la cosa era grave y pedía refuerzos.

Llegaron temprano en la mañana, de incógnito, y así comenzaron a recorrer todas las calles del pueblo. La idea era saber cuántos focos subversivos había, quiénes eran sus líderes, qué tan organizados estaban. Investigaciones de rutina dentro de la dictadura. Sin embargo, luego de estar todo el día haciendo recorridos y averiguando en los mercados, iglesias, comercios, escuelas y pensiones, lo único que encontraron fue a la gente de la localidad haciendo lo que mejor sabía hacer: trabajar honradamente, como cualquier día normal dentro de sus vidas.

Luego de constatar la “excesiva normalidad”, el jefe reprendió a su subalterno. No entendía cómo había perdido el control de un pueblo con gente tan tranquila, que no habían otra cosa que trabajar, cada quien en su ocupación.

-Perdone, mi jefe, pero si hubiese estado aquí la semana pasada, hubiese visto cómo estos desgraciados se burlaron de mi investidura como representante del orden y de la ley.

-Pues orden es lo que yo he visto hoy, y no gracias a usted.

-Todo comenzó con el médico, mi jefe. Y ya se lo tengo ubicado. Acaba de llegar al bar de la entrada. Vamos, y con usted, no va a haber nadie que se nos interponga para llevárnoslo.

-¿Así es la cosa? Bueno, yo voy y me lo traigo. Pero usted se queda aquí. No quiero que la cosa se ponga peor si lo ven a usted conmigo.

Hasta el bar fue a parar, y fingiendo venir buscando al médico, en la puerta le señalaron una silueta que estaba de espaldas sentado en la barra. Con toda la calma que el cargo le brindaba se sentó junto al hombre. Pidió un trago, mientras que mandaba a los que andaban con él a sacar a un borrachito impertinente que gritaba “¡Muerte al tirano!”. Ya antes de que el llegara a la barra, todos sabían quién era. En especial, el médico, que por casualidad había parado a tomarse un trago para bajar la tensión de un día fuerte de trabajo.

El jefe se dio cuenta que el hombre que buscaba no quería voltear a su lado. Entendió que definitivamente su presencia ya no agarraba de sorpresa a nadie. Pero ya eso no importaba: sus hombres tenían todas las salidas cubiertas. Así que sin mucha ceremonia, comenzó a buscarle conversación.

_-Calor apretao el que hubo hoy…-

-Puej…

-¿Y usté? como que viene de lejos

-No de tan lejos como usté – contestó sin voltearse aún.

Al ver que no recibía mucha conversa de parte del médico, se dispuso a terminar con la detención. Hizo la seña de rigor a los que venían con él para que estuvieran listos ante cualquier cosa y cuando se acercó al hombre, vio que sus rasgos le recordaron a otra persona.

-¿Yo a usté no lo he visto en otra parte?

El médico, ya resignándose a lo que venía, se terminó de tomar el trago, se volteó hacia él y le respondió que no. Cuando vio su cara a la luz, le preguntó asombrado:

-¿Usté no será familia de los López de la sierra?

-Víctor Manuel López García – le respondió mirándolo a los ojos.

-¡Ah, Caraj! ¿Usté como que es hermano de Lolo?

-Puej…

-¡Pero si ese es compadre mío!

A partir de ahí, el tono de la conversa cambió. Todo fue amabilidad y camaradería. Los esbirros bajaron la guardia y junto a ellos también bajó la tensión en todo el bar.

El jefe entendió que lo único que quería la gente del pueblo, era que la dejaran trabajar en paz. Lo único que buscaban era defender de lo que ellos consideraban como una injusticia, al que los había defendido de la muerte tantas veces. Y más aún quedó convencido de que la gente tenía razón en este caso, al saber que ese médico era familiar de alguien que era conocido por por su honestidad y rectitud.

Entendió entonces que si bien el tenía el deber de detener a cualquiera que fuese en contra del régimen y de sus funcionarios, el perfectamente podía mirar hacia otro lado y, por lo menos por esta vez, hacer lo correcto y pensar en el bien mayor.

-Cuando hable con Lolo, me le manda saludos. Estamos a la orden en Coro. Ah… y a propósito. No se preocupe más por mi subalterno aquí. Mañana mismo le giro la orden de traslado pa’ que no moleste más a esta buena gente.

Mientras salía, escuchó al médico pedir un trago doble.

En lugar de acumular más rechazo del que ya llevaba a cuestas, el jefe se fue con un amigo más, y con la gratitud tácita de toda una población, que lo que siempre había querido era vivir y prosperar con tranquilidad.

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