Al otro lado del río 6/7 (relato propio)

Padre nuestro

Que vida la del pobre, pero es mejor estar haciendo algo bueno que no hacer nada, como decía mi padre, que en paz descanse mi viejo.
Bueno, hoy me toca trabajar una hora más por llegar tarde. Aunque esta zona sea peligrosa, que sea lo que Dios quiera.
(Abren la puerta)
Es una muchacha, joven, muy linda y parece no ser de por aquí, pobrecita. Veo que se sienta en una mesa y ¡ayy! Está llorando, iré a ver qué le pasa.
―¿Qué pasa, hija?― pregunto.
―Un trago amargo, señora.
―Así son todas las noches en San Félix hija, pero no eres de por aquí ¿verdad?
―No, estaba de “trabajo”― respondió.
―Con razón, no te había visto por estos lares.
De repente sonó el teléfono, uno de mis compañeros contestó y al segundo me llamó.
Camino hasta el aparato, la persona que habla del otro lado es un policía o algo así dijo cuando se identificó.
―Señora, lamento decirle esto, pero le tengo una mala noticia.
―Dioos, ¿¡qué pasó!?― digo.
―Lamento informarle que encontramos el cuerpo de su hijo sin vida…

No puede ser, me llevo la mano a la boca y me pongo a llorar. Cuelgo el teléfono y caigo de rodillas. ¡No puede ser! Mi niño, mi bebé está muerto.
Varios compañeros vienen a consolarme.
―¡Mi hijo, mi hijo, lo han matado!― grité.
Una de mis compañeras me abraza, pero el dolor es muy grande. Tengo el corazón hecho pedazos y el alma muerta. Mi pobre hijo.
El gerente de la panadería se acerca, me da el pésame y me dice que me vaya, que no me preocupe.
Trato de calmarme, llamó a mi esposo, pero ese desgraciado no contesta. ¡vago de mierda!
Limpio mis lágrimas, respiro y me levanto de donde estoy. Busco mi cartera, recuerdo que traje la pistola de mi marido. No me gusta caminar sola por aquí, pero esta vez solo pienso en mi hijo.
¡Mi niño hermoso!
Veo que la chica se fue, ella debe estar mejor.
Al salir camino bajando la Gumilla y llego al barrio donde vivo. Muchas vecinas ya saben el suceso, me dan el pésame.

Lloro mucho, no puedo soportar esto, una de las vecinas me abraza.
―Lo siento mucho, mana― dice.
No paro de llorar. En ese momento se acerca un niño, hijo o sobrino de otra vecina, ahorita no tengo cabeza para pensar bien.
El niño me abraza. Qué lindo es, pero dice algo que me deja sorprendida. Le digo que lo repita.
―Vi a su hijo en casa de Jimy.
¡Jimy! Ese carajito siempre le he tenido vaina, él tuvo que ver en esto, lo sé.
―Gracias― digo.
Me pongo a pensar, ir a buscar al Jimy para saber, ¡ese carajito, uuuyyy! Limpio mis lágrimas.
Meto la mano en mi cartera y toco la pistola, pienso un rato y decido salir.
Voy calle abajo en el barrio, según me comentaron, Jimy estaba por la bodega de doña Mela.
Sigo caminando y logro ver una figura a lo lejos.

Es el carajito ese, él se acerca como si nada, se está comiendo un pan de guayaba, viene muy sonriente el coño de su madre.
Logra verme y sonríe de nuevo. Descarado, me la va a pagar.
―Hola señora…
En eso saco la pistola.
Padre nuestro que estás en los cielos.
«Bam»

San Félix, 8:30pm.