Pido disculpas a todos los muertos.

En una cadencia extraña de ritmos me entregué a la muerte.
Como cada persona a diario creí llegar a casa entero.
Todos desperdiciamos años, guardamos
lágrimas y soltamos miles de adioses.
Decidí entonces tomar acción al respecto.
Partí en busca de respuestas y me encontré volando lejos.
Creí vivir en una oración.
Me salí de mí mismo.
Recordé las cosas que no dije.
Comprendí que la distancia me hacía invulnerable. Esto es la muerte.
Me temblaban las manos, me temblaban las manos solo.
Pensé en esto del deceso no como algo eterno.
Me hice a la idea que el dolor es menos y puede devolverse como en una tienda.
Pensé en todo.
Creí que la vida era una película temprana y corta de
Scorsese y la muerte una larga de Bertolucci donde
la gente baila a mi alrededor ensangrentada, olvidada y alegre.
Nadie se imaginó que la solución estaría ligada al sinsentido.
He probado otra sangre y me supo distinta a la mía.
No hay oportunidad de escapar a lo que es el ahora.
Ni siquiera muerto.
Siempre sentí que todos tenían algo grande que reclamarme.
La muerte también es irónica.