Recuerdos de epifanía | Poesía

Lugares que vienen y van, tranquilas rocas en la arena, feroces olas que se las llevan, un sol inclemente, distintas pieles que se broncean, brisa áspera, sedosos cabellos que bailan, personas que vienen y van, recuerdos perennes, tú y yo.

De aquella aventura frecuentemente recuerdo tu sonrisa, como se combinaba con la brisa, y nuestros cabellos danzaban en el aire, sin forma, sin prisa.

Recuerdo nuestras miradas, que si bien no estaban flechadas, encontraba en ti una gran calma, como cuando nadas en agua salada y suavemente una ola te acaricia, o como cuando ferozmente te revuelca y te deja restregado en la arena, así, así me sentía cada vez que me mirabas.

También recuerdo tu risa, escandalosa, a veces excesiva, pero que para conveniencia mía, la oía como el sonido más melifluo de la naturaleza, me susurraba el alma, encontraba paz en aquellas notas inigualables, te reías y simplemente le regalabas a mi vida otro año de vida.

Tu sonrisa, imperfecta, fugaz, sublime, compuesta de esos dientes, rebeldes y subversivos que hacían equipo de esos labios rojizos, gruesos y tiernos, me llevaban a otro plano, escapaba, podía sumergirme en ellos y quedarme allí un largo rato, perdida, atrapada en ti.

Recuerdo tus manos, vigorosas, con dedos largos, espontáneos, distintos, que intentaban llevarme al cielo, sin saber que yo ya estaba en él.

A diario, recuerdo tu piel, morena, de diversas tonalidades canelas disparejas, con sublimes manchitas y uno que otro tatuaje caribeño y a esos ocasionales lunares que completaban dicha poesía, haciendo la composición perfecta de tu cuerpo, que junto al mío, hacían una composición perfecta como el sol y la luna unidos en eclipse, Adán y Eva con ganas de venirse, o del dulce azúcar diluido en el amargo café.

Pero lo que más recuerdo de toda aquella epifanía, es a mí misma, tan chiquita, inmiscuida en tu mundo, sonreía y reía, y simplemente sentía que no tenía alcance alguno, nadie podía superarme en dicha, ninguno. Y ahí estaba, a tu lado, junto a ti, y fue cuando comprendí que no era más que otra víctima de ti, de tu forma de ser indomable, violenta, impredecible y tan desenfrenada como la mía.

No me resistí.

Verme reflejada o complementada en otra persona.

Fuiste mi espejo, mi portal, me encontré, sin embargo, jamás pude encontrarte a ti, solo a mí y a mis ganas de quedarme allí para siempre.

No es un secreto para nadie que mi alma dominaste, no es un secreto que allí quedó mi salvaje alma, dócil a tus pies.