Storytime: La Pasante (o Pobre yo)

in #cervantes6 years ago

Se dispara Fuel, de Metallica, en el celular de Maqui. Son las seis en punto, am. Ella lo apaga de golpe y se levanta. Tambalea hasta el baño, donde se ducha y cepilla los dientes simultáneamente, con los ojos cerrados. Frente al closet, saca ropa al azar, tira la mitad útil sobre la cama y la inútil en el suelo. Al final escoge el mismo pantalón neutro con una blusa neutra y una chaqueta que combine, los zapatos bajos de todos los días y un par cualquiera de zarcillos.

Lista

La brisa que entra por la ventana del autobús la devuelve al sueño profundo, Maqui descansa hasta bajarse en la última parada y tomar el metro. Llega a la oficina a eso de las siete y media. Se mueve ágilmente, enciende la computadora con el pie, se peina con una mano, con la otra recibe las copias que le entrega la secretaria con la advertencia de que son para ayer, mientras la administradora pide la facturación de agosto de hace dos años, y al mismo tiempo llega el motorizado con los recibos que Maqui había pedido. Se hace el café –mitad leche, mitad café, mitad azúcar- y se atraganta una empanada leyendo las noticias. El jefe llega a las ocho, le informa que hay un movimiento extraño en el treceavo de municipio, hay que ir a poner orden “a como dé lugar”.

Suspiro

Se termina el café de un trago, mientras imprime las facturas de agosto y escucha a la recepcionista explicándole la nueva técnica para alisarse el pelo sin secado, “te lo juro que funciona” dice ella con énfasis en el juro y mirada huidiza en el funciona. Se levanta de su silla y mira fijamente su escritorio tratando de recordar alguna organización mental desaparecida. “Las copias, las copias…” recuerda. Las consigue y guarda en la carpeta, aparta los recibos para la tarde.

Su jefa llega en el ascensor e intercepta a Maqui, que está por subirse, “necesito el resumen de la sentencia antes de las seis, porque tengo una reunión”. (Buenos días) Sí, sí, sí, no hay problema.

PB

Otro autobús, de nuevo adormecida. Los párpados se le pegan, los ojos se le cruzan. Maqui llega a destino y consigue la cola para entregar las copias que deben ser selladas. Pasan veinte minutos, treinta, una hora… Impaciente, va por el segundo café. Retoma la espera más despierta. Su mente se pierde en alucinaciones anárquicas, una fila de presos esperando un almuerzo que no les dan ni les darán nunca, y Maqui, bastión del hastío, lanza su bandeja al suelo y grita “¡No me la calo más!” –con muchos signos de exclamación-, pero sólo fue su carpeta cayéndose, y haciendo que el resto de los obstinados de la cola voltearan a mirarla. Finalmente llega a la taquilla, intentó saludar a la funcionaria, pero no llegó al días después del buenos. “Tienes que sacarle tres copias a este, dos a este, copia en oficio de tu cédula vigente laminada, cero coma veinticinco en timbres fiscales y pasas por aquí sin hacer la cola de nuevo”.

Sacó las copias, compró los timbres, se tomó el equivalente a un shot de café más negro que el alma de... y volvió a la taquilla, donde la misma fila de presos la miraba como si le hubieran dado la preferencia de almorzar dos veces. “Te faltó el nombre aquí, tienes que volver a sacar la copia”.

Pues vuelve a sacar la copia, vuelve a la taquilla, se vuelven las cabezas celosas murmurando claramente la palabra “coleada”, como un conato de motín en las filas descontentas del penal. Pero ya. Maqui tiene el sello.

Autobús. Cayó rendida junto a la ventana y despertó dos paradas muy tarde, llega a la oficina sudada y oliendo a calle, su estómago no aguanta un café más y mucho menos un almuerzo callejero. Los jefes no están, la secretaria está atrás almorzando, la administradora se fue ya y la recepcionista ve su novela coreana por internet. Maqui se encierra en una oficina vacía y se acuesta a dormir en el piso.

El break, el recreo, el descanso: sus ojos pesan, hace demasiado frío para estar cómoda, su mente está inquieta por el café y el azúcar, y su estómago duele por el hambre. No puede estar boca abajo, boca arriba ni de lado. Logra un sueño intermitente de media hora, aunque sólo está consciente de haber cerrado los ojos y despertado asustada un momento después. Maqui llora sin saber por qué, es sólo el cansancio, quizá.

Llega la jefa. Maqui escucha sus tacones en la recepción y corre a esconderse en el baño, donde se compone la cara, la ropa y el pelo lo mejor que puede. Al volver a su oficina, con su clandestino descanso desapercibido, revisa el correo. Hay una orden de depósito urgente y debe ir al banco. Aprovecha para comprar loquesea de almuerzo, un loquesea frío, insípido y fofo, rechazado y rezagado de la hora verdadera de comer.

Maqui va al banco, deposita rápido, vuelve a la oficina. Recuerda con un dolor parecido a la náusea que no ha ido al treceavo de municipio.

Suspiro

El tribunal cierra en media hora, son tres estaciones de metro y el sol destila rabia. Se toma un refresco de lata en el trayecto entre la estación y el tribunal, como diez minutos a pie, y quedan cinco para el cierre. Al llegar, el ascensor no sirve, sube tres pisos por las escaleras, le pega un dolor en el costado, entra sudada en el tribunal y estornuda. Todos los rezagados como ella que acosan a los funcionarios voltean a mirarla, dicen “salud”, Maqui mira al piso y responde con un ronco “gracias”.

Se puso orden en el treceavo, le costó conversaciones forzadas con dos alguaciles, una taquillera y el secretario. Le informó al jefe por el celular. “Excelente, mil gracias Maqui”.

Por lo menos…

El viaje a la oficina se hace rápido, pero su cabeza nada contra una corriente pantanosa. Se sienta de nuevo en la computadora. Maqui ve con horror la barra de estado del documento que tiene abierto: la sentencia tiene treinta y cinco páginas y dos votos salvados.

Suspiro

Un té… Eso es, un té.

La secretaria está leyendo el periódico junto al microondas, comenta las noticias con vehemencia pero con la nota de desinterés de quien no entiende realmente lo que implican ninguna de las palabras sobre el papel. Maqui lanza dos comentarios neutros, de esos que es imposible malinterpretar –o interpretar-, y suena el timbre del horno. Listo, té de loquesea que había en la despensa.

Hace un resumen escueto de la sentencia, leyendo más las palabras que las oraciones, el brillo del monitor le hace cruzar los ojos de rato en rato. Cuando no puede leer más se prepara otro té. Mientras está listo va al baño, se echa agua fría en las manos, se lleva las manos a los ojos, se recoge el pelo en un moño y va de nuevo a leer, con otro té de loquesea en la mano.

Son las cinco y media, el resumen está listo. Se lo envía a la jefa, pone en orden los recibos y anota en su agenda las diligencias del día siguiente. A las seis en punto está bajando el ascensor.

PB

Maqui va de pie en el autobús, firmemente sujeta a un tubo helado y resbaladizo. La gente alrededor habla animadamente, ella apoya la cabeza en su brazo levantado y dormita a ratos. La despierta el celular, Run to the Hills de Iron Maiden. Es el tono oficial de la jefa. Le dice que está segura que pudo haber hecho un trabajo mucho mejor, “francamente es algo… mediocre, ¿sabes? Tú eres una tipa inteligente, esto no es tu mejor trabajo”. Mañana, sí, sí, mañana lo mejoro. Maqui se traga un grueso “jódase un poquito, por favor”. Realmente, no le importa tanto.

Llega a las ocho a su casa, frita dos huevos, hierve dos salchichas y se sirve un vaso de jugo de naranja. Recoge la ropa que dejó por todos lados en la mañana y se desconecta mirando el televisor un rato. Lo apaga cuando sus ojos se cierran solos.

Suspiro antes de dormir

Por lo menos ya no es lunes.

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