Storytime: La Casa de Mariaca Pt. 2 (Español)

in #cervantes6 years ago

Parte 1:
https://steemit.com/cervantes/@blankcanvas86/storytime-la-casa-de-mariaca-pt-1-espanol


(...)

'Casi todas esas cosas las había escuchado' dijo, exhalando humo. No me ofreció fumar 'Hay una página donde la gente escribe chismes de sus conocidos. Creo que mi abuela y yo hemos llenado más espacio que los ex novios de Oriana'.
Me reí. Oriana era una chica en nuestro salón, de esas que usualmente desaparecen al graduarse, famosa por la larga cola de ex novios de la que se jactaba.
'No puedo hacer nada contra eso' continuó 'Yo sé que soy… Rara. No puedo hacer nada' exhaló otra bocanada de humo 'Soy lo que soy. Pero ¿sabes una cosa? Me gusta mucho mi casa. Me gusta donde vivo. Y me gusta que hayas venido ¿sabes? No eres como las otras muchachas…'
Me atraganté con el pedazo de pizza que trataba aún de engullir. Una ola caliente de vergüenza me cruzó el cuerpo. Me sentía exactamente igual que el resto de las muchachas, hablando mal a sus espaldas, recibiendo y esparciendo chismes que, bien sabía, no podían ser completamente ciertos, sólo por la diversión de hacerlo.
'Eres la primera que viene a la casa' dijo, sonriendo dulcemente en mi dirección. Su cara estaba levemente iluminada por la luz blanca de los faroles del patio 'Todo el mundo le tiene miedo… Y fíjate, vas a tener la oportunidad de ver algo poco común.'
Apagó el cigarrillo en el suelo y bebió largamente de su vaso de refresco.
'Presta atención a las matas, cuando llueve pasa algo divertido. Yo voy un momento a ver si la abuela terminó de comer.'

Le había ocultado el peor de los chismes que corría por los pasillos, no estaba segura de que lo hubiera escuchado, porque era muy reciente: se decía que su abuela en realidad estaba muerta, que Mariaca guardaba el cadáver en la habitación y la vestía y le llevaba de comer como si estuviese viva. Se decía que no se podía entrar en la casa sin desmayarse por el olor de la muerta. Por lo menos eso era mentira, pensé. La casa olía a flores.
La lluvia había parado por fin. Mi mirada se posó sobre los arbustos que franqueaban el muro del patio. Fue entonces que noté las pequeñas luces. Se movían en hilos diminutos, como rayones de escarcha, entre flor y flor. Había varios cúmulos de ellas revoloteando por todo el patio, desde las ixoras, a la gran mata de mango y por los viejos columpios cubiertos de enredaderas. Las luces eran muy débiles para alumbrar a su alrededor, pero eran perfectamente visibles desde donde me encontraba. Observé el espectáculo sin importar lo inverosímil que podía resultar.

Al haber recogido las cajas y botellas vacías, cerramos con llave la puerta del patio y nos fuimos hasta su habitación. Ella insistió en que le diera la mano al cruzar el oscuro pasillo.
'No te alejes mucho' me dijo.
Desde lo que supuse era la habitación de la abuela llegaba el destello y murmullo del televisor. A mi espalda, se escuchaba ruido de pequeños objetos moviéndose.
Al llegar al cuarto, Mariaca cerró la puerta con llave.
'Si quieres algo para la noche' dijo 'Agua o algo así, es mejor ir de una vez. No me gusta salir a la sala muy tarde'.
'¿Por qué no?' pregunté, no sin cierto miedo.
Ella se encogió de hombros y desvió la mirada. Acto seguido, encendió el televisor y ambas nos quedamos mirándolo sin conversar.

Había ya pasado media noche cuando me atacó una sed incontrolable. Le pregunté a Mariaca, que había estado absorta en una película, si podía acompañarme a la cocina a buscar agua. La mirada con que me respondió me heló la sangre.
'¡Ay!' exclamó '¿Es mucho pedir que tomes agua del chorro?'
No. Imposible. Demasiado asco. Ella miró hacia la puerta de su habitación y luego hacia mi, como buscando alguna alternativa.
'Si tuviera ventanas' dijo apenada 'podría ir al patio y sacar agua de lluvia del recolector...'
Tuve que insistir.
'Pero, ¿qué es lo grave?'
'Es que… llovió.'
'Y eso ¿qué tiene?'
'Ay… Que se alborotan.'

Esperamos media hora más, pero mi sed fue más fuerte que el terror de ambas. Finalmente la convencí de salir. Haríamos una incursión rápida, había dicho ella. Lo mejor era pasar corriendo por la sala, tomar la jarra de agua y traerla de vuelta al cuarto.
'Mejor no mires mucho a los lados' insistió 'Y, hagas lo que hagas, no abras ninguna gaveta en la cocina. Mejor no toques nada.'
Acepté asintiendo.

Mariaca llevó consigo una linterna, a pesar de que había electricidad, también su celular y unas cintas de amarrar zapatos de goma. Al pasar junto a la puerta del cuarto de su abuela pude notar que el televisor continuaba encendido. Aunque cargaba medias, sentí el piso helado bajo mis pies.
A mitad de camino entre la habitación de Mariaca y la puerta del pasillo, la chica, que me llevaba agarrada de la mano, dio un brinco y encendió la linterna. Algo se había movido, vi claramente una figura pequeña deslizarse hacia unas cortinas en la pared a nuestra izquierda.
Mi amiga suspiró, no sé si de alivio o de resignación, y abrió la puerta del pasillo. Antes de salir, sacó la cabeza y atisbó en la sala; acto seguido, encendió la luz. Un rumor de telas proveniente de la siguiente habitación llenó nuestros oídos.
'Ven' dijo, con una mirada de pupilas diminutas 'Pasa rapidito y no te me alejes'.
Mariaca corrió a través de los muebles desordenados, franqueando montones de telas a punta de brincos. Yo hice lo posible por seguirla, pero la falta de costumbre me hizo tropezar con un sillón, me golpeé en la rodilla y segundos después comencé a sangrar. No pude reprimir un leve gemido. La chica, al ver la sangre, palideció. Me tomó de la mano y me llevó hasta la cocina en penumbras de un tirón. Encendió la luz, tomó una servilleta que había quedado de la cena y la mojó en agua fría; con ella, limpió mi herida hasta que paró de sangrar, lo que tomó varios minutos.
Nadie dijo nada durante ese tiempo, por lo menos ninguna de las dos, ella arrodillada frente a mí, sosteniendo la servilleta húmeda contra mi piel, y yo de pie apretando mis muslos para que el dolor no se expandiera. A pesar de estar ambas calladas, escuché algo. El sonido parecía provenir de la ventana. Lo que era peor, parecía una voz, masculina, que susurraba mi nombre.
'¿Escuchaste eso?' le pregunté, sintiendo que la sangre abandonaba mi rostro.
'No' dijo ella secamente 'Y tú tampoco.'
El miedo se apoderó de mí. Aunque había hecho amistad con Mariaca, muy a pesar de mi misma estaba comenzando a creer que algo bizarro sucedía en aquella casa, algo no tan agradable como las luces en el jardín. Mi corazón latía con fuerza y mis manos temblaban.
'Mari' pregunté '¿Tu abuela no sale de su cuarto?'
Ella se levantó y, dirigiéndome una mirada dolida, me dijo: 'Sírvete tu agua'.
Había olvidado su advertencia. Cuando ella fue hasta la papelera a botar la servilleta llena de sangre, abrí una puerta del gran mueble para buscar un vaso. Adentro,sin embargo, no había ningún implemento de cocina, sino una figura de hombre, de borrosos contornos, acuclillado entre estante y estante, devolviéndome una siniestra mirada.
Grité. Tropecé con una silla detrás de mí y caí de espaldas en el suelo, tumbando en el trayecto la maqueta que tantas horas nos había llevado armar. Escuché risas a mi alrededor, risas humanas, de hombre, de mujer, risas de seres que no podían haber existido. Mariaca había reaccionado inmediatamente cerrando la puerta del mueble. Ella también cargaba una expresión de pánico en su rostro. Me ayudó a levantarme. Traía en su mano libre la jarra de agua helada recién sacada de la nevera. Me tomó por el codo y me guió, corriendo, hasta su habitación. Allí, me dejó sola y salió diciendo que tenía que apagar las luces o todo sería peor.

Para cuando Mariaca entró de nuevo en el cuarto, sudorosa y pálida, yo estaba agazapada sobre la alfombra. Había olvidado que tenía sed, lo único que quería entonces era irme de esa casa y no volver jamás. Sentía a la vez una profunda pena por la chica y un profundo desprecio. El sólo pensar que deberíamos repetir todo el trabajo, que quizá significara pasar más horas en compañía de esta extraña muchacha en su espantosa casa, me llenaba de desconsuelo.

Pasamos el resto de la noche en silencio, sin poder dormir, con la televisión encendida y escuchando, a pesar de ella, los murmullos que penetraban desde la sala.

Despertamos juntas en la cama. La computadora indicaba que eran las 8 am. Mi rodilla había sanado, de hecho, no mostraba señas de haber sangrado la noche anterior. A lo lejos, se escuchó una campanilla.
'Mi abuela hizo el desayuno' dijo ella, sin mirarme.

La abuela de Mariaca era una viejecita enjuta y arrugada. Podría tener cualquier edad entre los ochenta y los trescientos años, pero sus ojillos estaban vivos y atentos. Había preparado una crema de vegetales cuyo sabor me fue imposible identificar, pero que reconfortaba muy bien el cuerpo. También hizo un excelente café, todo esto sin quitarse un grueso y oloroso tabaco de los labios. Comí con gusto. Lo primero que había notado al entrar en la cocina esa mañana había sido la maqueta, intacta y en el mismo sitio donde había quedado la tarde anterior.
Me sentí más tranquila al ver que la abuela de Mariaca existía y estaba viva y cocinando, no gatos con moho, sino comidas de abuela, comunes y corrientes. Podría por lo menos ayudar a limpiar su reputación en el colegio. Sabía que me acribillarían con preguntas al llegar el lunes, pero no pensaba contar nada, por lo menos nada más allá de que su abuela nos había invitado una pizza, que su casa era, en efecto, extraña, y que ella era atenta y estaba al corriente de las cosas horribles que se decían por ahí, sin que le importaran en lo más mínimo.
Sobre los movimientos de seres en la oscuridad, las voces, las risas y las presencias en los cajones, no contaríamos nunca nada, ni ella ni yo.

Fin.

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