Los Hicacos

in #cervantes6 years ago

Buenas noches, a todos los que leen esto-y a los que no también. El presente texto forma parte de una recopilación de historias, anécdotas, cuentos de camino y vivencias experimentadas en casa de mis abuelos. Muchos de ellos están escritos en forma de viñeta ya que no dan mucho para hacer un cuento o quise conservar las palabras de quienes contaron la historia sin hacer demasiadas modificaciones, a veces solo rellenando los espacios.

Los Hicacos

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Una de las cosas maravillosas de mi infancia fue crecer en casa de mis abuelos. El hecho es que allí producto de los años de experiencia de los viejos y sus gustos por las frutas, había un verdadero jardín que rodeaba la casa. Todavía me acuerdo de la emoción con la que solía regresar en las tardes después de la escuela y las tareas, por afuera no era la gran cosa. Una gran pared blanca y una puerta y un portón hechos de madera. Pero cuando estos se abrían, el verde de la grama y de los arbustos y las copas de árboles se extendían por una porción hasta llegar a las paredes de la casa.
Mi madre me contó que antes de que esta generación—la de mis primos, de mi hermano y mía—caminara por ese verde, había mayor variedad de frutas en el jardín. En esa casa abundaban por motones: naranjas, mandarinas, nísperos, guanábanas, mangos, cocos, jobos y los favoritos de mi abuela, los hicacos.
Cuando nosotros llegamos, varias de esas plantas habían sido removidas por pestes o porque ya no daban frutos. Sin embargo, todavía seguían en pie la de níspero, la de mango, la de coco y la de hicaco; a éstas se le sumaban otras que mi abuelo plantó, una de cereza y una de pomalaca.
Todos tenían su fruta favorita. Donde estos se diferenciaban había algo en común, los hicacos. No había nadie en la casa a quien no le gustaran. Por eso, mi abuela ponía más empeño en cuidarlos.
Si esto le suena raro a alguien, debe ser por dos razones. Primero, esa persona no debe saber lo que es un hicaco—cosa bastante común. Segundo, no han probado el dulce que se hace con ellos. Caso particular, no han probado el dulce de hicacos que hace mi abuela.

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Remediar lo primero es fácil. Los hicacos son frutos tropicales. El árbol del que crecen es de estatura mediana, tiene hojas redondas y el tronco es tan grueso como para aguantar a un adulto promedio. Esto lo digo porque el tronco siempre se dobla de manera tal que siempre hay un lugar para sentarse en él. De las finas ramas del árbol, al pasar el tiempo, salen unos cuescos verdes—esta fruta es así, crece primero por el hueso. Éste se infla o al menos eso parece porque le van saliendo unos chichones amarillentos hasta que la semilla queda cubierta. Pero todavía no está listo. Hay que esperar a que la piel del hicaco se ponga rosada. Ahí se sabe que está maduro.

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Al morder te puedes dar cuenta que la comida del hicaco tiene una textura de algodón mojado. Sólo que este es dulce. Debajo de este almidón está la semilla—ahora marrón—,y dentro de ésta hay una almendra—que sólo sabe bien cuando se hace dulce.
Si agarras un hicaco en una mano, lo más probable es que lo puedas cubrir todo al cerrar el puño. De niño yo pensaba que eran grandes porque no podría esconderlo con una mano.
Lo segundo es más difícil de remediar. El dulce de hicacos es un tesoro familiar. Si lo has probado—el de mi abuela—, siéntete afortunado.
La razón de que mi abuela cuidara con tanto empeño los hicacos no se debía sólo al dulce. Era en parte culpa de mi primo y por otra parte, culpa mía. Recuerdo que, todos los domingos, ella se ponía nerviosa cuando nos veía ir cerca de la mata a batear chapas. No le preocupaba que rompiéramos un vidrio porque nunca lo hacíamos en dirección a la casa. Su preocupación era que cuando las chapas se acaban y terminaban en la calle o en los patios vecinos, siempre recurríamos a los vecinos. Porque a diferencia de las otras frutas, ellos no se destrozaban cuando los conectábamos con el palo de escoba y no son muy grandes ni muy pequeños.
Para suerte de ella, su preocupación acabó el día en que mi primo cambió sus gustos deportivos. Ahí los hicacos dejaron de ser parte de las prácticas de bateo dominicales. Por mi parte, empecé a ayudar a mi abuela a cuidar de sus plantas. Tanto que, al crecer, no sólo me encargaba de podarlas, también se me encomendó la tarea de descargar la mata de hicacos cuando había suficientes maduros para hacer dulce.
Lo malo es que al crecer más surgen otras responsabilidades. Los estudios y, luego, el trabajo me alejaron de mis abuelos y de los hicacos. Ellos, como ya no podían encargarse de tanto jardín por su cuenta, cambiaron poco a poco los espacios verdes por cemento y cerámica. Ya no quedaban niños que corrieran por la grama ni disfrutaran en pleno de los árboles y las frutas. Incluso decidieron pintar de amarillo la pared de la fachada—porque el blanco se ensucia mucho—y cambiaron la puerta y el portón de madera por unos hechos de latón.
Un día cuando por fin tuve un respiro entre las obligaciones, me di una vuelta por aquel lugar apreciado. Me quedé viendo por un largo rato la pared amarilla. Estuve a punto de no pasar pero resolví hacerlo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que vi a mis abuelos y caminé por el jardín. Al abrir la puerta, me percaté de que el verde ocupaba mucho menos espacio. Sentí la nostalgia trepando hacia los recuerdos como en otros tiempos me había subido a los árboles. Los recuerdos de aquellos días siguieron escalando, me veía revolcándome en la grama con mis primos y mi hermano en donde ahora una larga capa de cemento cubría el suelo; cerca del lugar de las prácticas de bateo en lugar de tierra una capa de cerámicas rojas se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
Desde donde estaba parado no podía ver los hicacos. Los hicacos. Esto me hizo salir de trance y caminé rápido hacia la entrada frontal de la casa.
Me encontré con varios helechos colgando del techo. En el suelo habían jardineras—apenas unos cuadrados de tierra entre las cerámicas. Reconocí el lugar que antes ocupaba la mata de cereza. Estaba vacío. Ahora el gusto por las frutas parecía haber cambiado por plantas ornamentales. En el otro espacio, rodeada de macetas, se alzaba el tronco doblado de la mata de hicaco. En sus ramas las hojas y los frutos colgaban como en los días de mi niñez.

¿Qué se puede decir de las casas de los abuelos? Para mí, son lugares mágicos que redefinen las convenciones del tiempo y tienen su propio estado de ánimo. Por ejemplo, en la casa de mis abuelos es muy difícil quedarse dormido porque todo suena: las sillas crujen; los sapos cantan toda la noche, a veces, un grillo, o un pájaro de no sé qué tipo; el viento silba entre la ramas de los árboles; y lo más aterrador; hay un murmullo que mueve las cerámicas desde abajo. Sin embargo, sigue siendo uno de mis lugares favoritos para pasar un rato sin hacer nada o escuchando un cuento sobre Cumaná, o la época de Pérez Jiménez, o los regates de mi abuelo en las tiendas de los turcos, o los cuentos de mi abuela sobre el remedio tal.

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"¿Qué se puede decir de las casas de los abuelos?", me gusta tu pregunta... Apunta a ese "No se que" del Abuelo... De su palabra... De su cariño. Y por supuesto de su casa. Espacio que parece reunirlo todo: Viene a ser como ese axis-mundi en donde nos conectamos con lo que somos como materia de la historia y con lo que seremos como fuerza de voluntad.

@chretien Gracias por tu comentario. Es así. Cada quien puede tener una visión distinta sobre lo que representan los abuelos. Pero todos llegan al mismo punto de esa belleza de presencia en nuestras vidas.

@bertrayo, me encanta este texto. Su tono calmado me lleva a mi propia infancia en casa de mis abuelos. Gracias por compartir.

@marlyncabrera, es que a steemit le faltaba un poquito de dulce de hicaco.

Complacido con tu texto, @bertrayo. Es de una gran nobleza hacia los abuelos y esa poco conocida planta e igualmente fruto. Me parece muy hermoso que enaltezcas al hicaco (fruto que he podido probar al natural, pero también en dulce; así es como me gusta más, pues al natural me resulta muy astringente), pero sobre todo a los abuelos.

@josemalavem Y ahora que lo comenta esto tiene la función de darle una muestra de lo que leí aquella vez en la casa Ramos Sucre el año pasado. Gracias por comentar.

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