Abierta

(I) (Adormecida en una vieja casa en mitad de la provincia, tendida sobre el piso de tierra barrida y apoyando una mano sobre la fría y limpia cara de cal del muro, con ojos cerrados mira al techo de tramas vegetales y tierra petrificada, huele el mutismo del paisaje afuera y hurga en la conciencia del camino que llega hasta la puerta..., a ver si constata sus pasos. La risa de un río, cerca, le lleva al momento del encuentro, tan marcado, tan sentido como una canción inverosímil; esa misma risa indetenible le trae el penúltimo verso del poema que escribieran juntos: Una vez, ella amó... Sí, amando hasta el dolor, cobró vida. Y es que vivir es morir; ahora que tiemblan sus huellas sobre el recuerdo, lo sabe. Y esa muerte tan vivida le afirma que no entendemos nada, que estamos extraviados, porque muy en el fondo no aceptamos que la miel magma se deslizará por el hilo invisible, por siempre, tocando los labios de las multitudes y dejando el sobrenatural sabor, no más. Esa muerte tan sentida le dice que calle y se someta a la indudable incertidumbre, en vez de tratar de extraerle a las paredes los ecos, los murmullos, las improntas que dejaron cuando eran los más tiernos y cinematográficos amantes.) (II) (Sí, eran los más tiernos y cinematográficos amantes. El penetrar el uno en el otro aconteció de manera tan inesperada como natural, tal como volver páginas y páginas de un libro y encontrar en todas la propia secuencia. Respuestas, no interrogantes. Ella leyó la sincrónica mutación que acontecía en ambos, en ese instante en que coincidieron tanto, en el que tiempo y espacio no existían más que para contenerles... Sublimaron sus rutas al fisionarse en esa intersección y, después, cada quien continuó su viaje sin retorno, desnudo: había caído, finalmente, un ropaje anterior, innecesario, que vistió por lapsos sus fragilidades y que a partir del encuentro no necesitaron más. Ella leyó... Antes de volver cierta página de polvo presintió la estrella y guardó un místico silencio, en tanto se obraba la metamorfosis; cambió su voluntad, cambió su mirada, dentro. Abriendo sus ojos universales, pudo verse tal cual era, con toda compasión y conocimiento, hacedora de su destino, en compañía del sonido inaudible de la rúbrica del poeta sobre ambos... Y, como decía el antepenúltimo verso de ese poema sideral que escribieran juntos, cada uno tomó un signo...) (III) (Cada uno tomó un signo..., un vestigio de la ancestral bifurcación, el más depurado que poseyera, y lo llevó al encuentro; tiernamente anduvieron trechos como suspendidos, tomados de las manos, mirándose con los poros del alma y traspasados por la quietud del pueblo, por la pausa de sus gentes bienaventuradas. Lentamente, bajo una llovizna amorosa que acentuaba sus ansias, se aproximaron a aquella casa. Entraron. Nunca el sonido de una puerta al cerrarse fue tan amable. Tras ese delicado crujir, toda noción abarcada hasta entonces dejó de ser importante, porque se trataba de que la primera mujer y el primer hombre se encontraban juntos, por primera vez, redimiendo la idea original. ¿Cómo describirlo? ¿Cómo ofender con las palabras la belleza de aquella comunión? Se desplegaron las pieles enrojecidas, los ritmos telúricos paulatinamente fueron liberados, los ojos muy abiertos ofrecieron todo el amor, los dedos realizaron viajes ultra terrenos, las lenguas, dulces, ácidas, picantes, amáronse a su manera, redimensionando los cuerpos, llevando a los labios el sabor del amante, para que él y ella se reconocieran en sí mismos; y la acogida que ella le diera, agradecida por él, que, tomándose aún unos instantes más para honrarla con su moderación, haciendo notar su virilidad en un suave pero firme contacto, se hizo poema al adentrarse, finalmente, atraído por el abrazo... Sí, un abrazo genuino, una cadencia que real y verdaderamente tradujo el tiempo a un lenguaje que les pertenecía. Besos, caricias, deleite en cada pendulación, en cada fluctuación bien marcada en las formas, grabada en la sustancia de ambos, una y otra y otra vez... Se amaron de la única manera que podía corresponder al amor inmaterial de sus letras. Al tiempo, estremecidos, él contenido, ella matriz, entregaron su fatiga de amantes a un sueño inmóvil, feliz, inocente...) (IV) (Sueño inmóvil, feliz, inocente, que vino a guardarla de nuevo, mientras se hallaba de vuelta, sola, en la hermosa casa en mitad de la provincia, ave de paso por sus recuerdos. Despertó en paz y se irguió como nunca la mujer desnuda e íntegra en que ahora se había convertido, ataviada no más que de signos comunes y magníficos. Todavía leyó en las estelas de sus dedos, en el entorno de melancólica hulla, en el recinto de cal y de tierra, híbrido, como los amantes, y en voz muy baja, aquel poema que escribieran juntos, cuyo último verso decía: y fue amada por un poeta... Con sus manos por siempre sensibles a los besos pasados, empujó la puerta y la dejó atrás, abierta. Unas gotas de lluvia, rezagadas certezas, se confundieron con la vida en cada una de sus lágrimas dudosamente moribundas, evocación de la miel magma manando hasta su boca, con el gusto sagrado que han de conocer las multitudes. Sobre el paisaje se hizo el silencio del amor.)