En uno de los talleres de poesía que tomé con el poeta Carlos Ildemar Pérez, cuyo propósito fue analizar la estructura de un poemario como un conjunto de textos con cierta unidad, temática o forma poéticamente coherente, al finalizar el taller, cada participante debía elaborar una propuesta o poemario prototipo.

Si bien, inicialmente completé algunos ejercicios, estos resultaban aislados en fondo y forma, hasta que un día conversando con el poeta y maestro Carlos Pérez, comenté la existencia de cierto álbum de fotografías que pertenecía a mi difunta bisabuela y a su hermana, a quienes no alcance a conocer, por cierto, pero de quiénes había escuchado variadas anécdotas.

Fue así como, a efectos de la propuesta que exigía en este taller de poesía, me fue sugerido poetizar esas imágenes antiguas, esos recuerdos familiares olvidados en un depósito que en mi terruño llamamos "cuarto de chécheres". Así surgió el poemario, aun inédito, "Dueña del álbum".

La intención nunca fue ser fiel a la historia, al fin y al cabo, los protagonistas ya no estaban para exigir o pedir cuentas y poco sabía particularmente de las anécdotas que rodeaban las fotografías, solo conocía el punto de partida de un viaje impuesto, la razón de ser del alejamiento, la necesidad de pasar la página y empezar de cero lejos de un pasado incómodo y doloroso, que dos mujeres y una niña (mi abuela materna), llegaron a la costa oriental del Lago de Maracaibo, en los tiempos del inicio de la explotación petrolera, donde juntando sus ahorros -provenían de una familia acaudalada- lograron abrir una pensión, y en ese contexto histórico peculiar y fotográficamente exquisito, tejí un imaginario, con las anécdotas que escuche de mi madre, intentando dar sentido a lo sugerido por imágenes completamente ajenas a mi realidad, intentando crear un discurso poético con la unidad y coherencia suficiente para llamarlo poemario. Y como mas allá de cualquier acierto o desacierto poético, la belleza de las imágenes era única, decidí incluir algunas, considerando que de por si tienen más poesía que cualquiera texto que pudiera surgir a partir de las mismas.

Contemplando las fotografías surgían miles de preguntas, ¿quienes eran esas personas?, ¿de dónde eran?, ¿cuál era su historia?, ¿cuál es la anécdota detrás de aquellas imágenes?

Un día, escudriñando una de las fotografías en particular, se me ocurrió sacarla del álbum y para mí sorpresa, en el reverso encontré un nombre escrito a lápiz. Aquel hombre tenía nombre, y ya eso era mucho tomando en cuenta las probabilidades.

Luego, analizando con más detenimiento, descubrí que aquel rostro aparecía en varias fotografías, la mala noticia es que los muertos no contestan preguntas capciosas y menos los desconocidos, no obstante, agradezco ese tránsito, esos pequeños descubrimientos, el misterio que dio origen a textos que espero publicar algún día y de los que dejo una pequeña muestra, a seguidas: