Cada tarde, el dueño y gerente de GG, Gerónimo García, se encargaba de contabilizar y cerrar la caja del gran almacén GG. Este negocio había comenzado con una carrucha y las ganas de Gerónimo de progresar. Vendió en su carrucha todo tipo de productos desde víveres hasta carnes y artículos de oficina. La guardaba como un artículo valioso.

De tanto esfuerzo, Gerónimo logró tener un pequeño edificio con nombre su nombre GG. Su negocio tenía reputación. Como hombre solitario, tenía ciertas manías y esas las llevaba al trabajo. Por ejemplo, solo contrataba a empleados cuyos nombres comenzarán con G y fueran de signo zodiacal Géminis. Por lo que en la tienda se podía encontrar a Gardenia, la chica agradable de caja; Gabriel, el mensajero; Granada, la de las frutas; Genaro, el de la pescadería; Graciano, el de la carnicería y así. Todos con G.

Gerónimo era un ser apacible. De carácter afable, hombre alto, piel traslucida, ojos café, cara muy expresiva. No tenía inconvenientes con sus empleados. Cuando la señora Ester lo visitaba solía sonrojarse.

Esa doña siempre aparecía.

Ester pasaba por la tienda una, dos, tres y hasta cuatro veces, siempre con la intención de querer comprar algo, que algunas veces, el 99.9% no había en el establecimiento. Ese era el pretexto para hablar con el señor Gerónimo. Decía falta x o y especie, el arroz b es mucho mejor que el j. Muchos pensaban que era la única empleada del señor Gerónimo sin tener tan raros requisitos y era la encargada de hacer el inventario.

Si, la dulce, tímida y linda Ester.

Ester la del café dulce. Ester la del traje planchado y almidonado. Ester la del exquisito pasticho de berenjena. Ester la mejor jardinera. Ester la más dulce y cariñosa. Ester, siempre Ester.

Al ir al trabajo como todos los días Gerónimo se encontró con un gran alboroto en el pueblo:

Habían entrado a la casa de la dulce y cariñosa Ester. Tirado y desordenado todo como si buscasen un gran tesoro. Ester había desaparecido y nadie sabía su paradero. Así pasaron una, dos y más semanas. Nadie extrañaba a Ester como Gerónimo. Este había cambiado. Ahora se la pasaba cabizbajo, con una media sonrisa y una maleta. Todos se compadecían de él.

Con el tiempo el pueblo volvió a la normalidad. De Ester nadie supo nada. Hasta el día de hoy. Se reabría el caso.

En la cafetería a la hora del desayuno no se hablaba de otra cosa:

Todas las G del pueblo habían muerto en un voraz incendio de la gran tienda de abarrotes GG. Los habitantes del pueblo quedaron devastados. Nada quedó en pie. Los bomberos diligentes trataron de sofocar el incendio, mas no pudieron. Reseñaba la prensa.

***

Alberto, Braulio, Carlos, Diego, Ernesto y Fabián, en otrora, más recientemente Gerónimo, tomó su café y se dirigió a la salida. Se debatía en llamarse Hildemaro, Henry u Homero. En sus manos llevaba una maleta. Había cambiado su aspecto. Su cara ya no expresaba más que tristeza, decía que en su maleta llevaba los restos de su esposa muerta.

La muy maldita Ester había acabado con su paz. Con su buen humor. La muy maldita no había permitido terminar con todos las G del pueblo ni todos los géminis.

-¡Qué mujer tan fastidiosa eres Ester!, solía decirle cuando estaba a solas. De tanto bocadillos que comiste pesas demasiado. La muy maldita, con sus turrones y sus pastichos de berenjena. Por eso estabas gorda, Ester.

No le quedaba otra opción que cargar con los restos de su muy maldita y gorda amada.