En democracia

in #cervantes6 years ago

Saludos, amigos todos de la comunidad de Steemit.

Comparto con ustedes otro de los cuentos del libro: Blacamán en Maturín y otros relatos.

EN DEMOCRACIA, aquí lo que parece ficción, es real. Espero lo disfruten. Cuando lo escribí en 2010, viajé en el tiempo hacia los años setenta del siglo pasado, tan recordados por los venezolanos, que respirabamos alegría y buscabamos la paz.

EN DEMOCRACIA

Se me hace imposible no comenzar a pasar páginas, con el constante va y viene de la hamaca. Entono bajito aquellos cantos adheridos como sinapismo a mi cerebro: Viva Caracas la roja! Vivan las chicas bonitas! Viva la que tiene amores, con un joven comunista! Honor a quien me los enseñó. Tenían razón mis padres de estar aterrados, recién egresada del colegio de monjas de Maturín, me alejaba de la casa con apenas 18 años para estudiar Letras en la Universidad Central. Se les partía el corazón de verme suspirando por JR. Un día antes de mi partida para Caracas, su mamá me llamó para preguntarme si sabía algo de él, pues le habían entregado un papelito, de su puño y letra, le decía: Me voy porque no aguanto más este gobierno, como dijo el poeta Andrés Eloy: "Por este anhelo de justicia que hoy desbasta mi horrendo pecado de pereza." Me voy para la montaña, madre, bendígame, JR.

Mi prima Mercedes, al verme angustiadísima, me expresaba su cariño a voces, deja de suspirar por ese ñángara, mírate en el espejo de la tía Antonia, quédate un tiempo, para ver si recapacita y se van los dos al extranjero, pero juntos, no quiero verte como otra alma en pena. Pero, mi corazón siguió cantando su propio himno, con un alias que solo una sombra, JR y yo sabíamos.
Ya en la universidad, seguía enviándome JR, desde la montaña, ni sabía cuál, mensajitos escritos dentro de curiosas aves de papel. Ellas, para mi sorpresa, aparecían bajo la luminosa sombra del monumental vitral de Leger, ubicado en la entrada de la Biblioteca. A los meses dejé de recibir las aves plegadas, algo pasaba, lo presentía, la familia me ocultó la situación de emergencia vivida con JR. Sus compañeros de armas, lo bajaron de la montaña y lo dejaron en la puerta de su casa vomitando sangre. Una vez sanado, su primo le cubrió la salida con un pasaporte falso y una vez que llegó a Bélgica, me lo participaron. A partir de allí, las pequeñas aves atravesaban el océano en la mochila de algún viajero.
Ya para terminar mi carrera, no una tarde cualquiera, me encontraba en el Jardín Botánico impactada por la floración de la palma de Madagascar, las ramas estaban cubiertas de cientos de pequeñas flores blancas, repletas de néctar para los insectos y los pájaros. Dicen que con tal esfuerzo, el árbol se agota y pocos meses después, colapsa y muere. Se me llenaron los ojos de lágrimas. JR y yo esperábamos casarnos cuando la palma se manifestara en todo su esplendor. Estaba sentada frente a ella y me fue imposible sentir la llegada de los "tombos". Esa desagradable fuerza policial me registró hasta el alma. Encontraron dentro del libro “La vuelta al mundo en 80 días” de Julio Verne, el último papelito doblado de JR, allí escribió la posibilidad de entrar al país por Trinidad; además, decía que luego me avisaría la fecha exacta. Y una posdata con un, cuídate mucho, no se lo digas a nadie, me expuso. También llevaba dentro del bolso, gracias a Dios, un paquete de cartas españolas, marcadas con mensajes poéticos, a las que yo recurría para producir textos creativos en mis clases de narrativa. A golpes e insultos me subieron a la jaula junto a otras estudiantes. Por recomendación de una experta nos maquillamos exageradamente para pasar por prostitutas, así saldríamos más rápido de aquello. A pesar de tantos arreglos, nos descargaron, tras un recorrido interminable, en la cárcel de mujeres. Durante ese tiempo compartimos angustias y el futuro incierto. Conseguimos privilegios, con la venta de ilusiones, tras la lectura de las cartas. Jamás nos dijimos nuestros nombres usados en la clandestinidad, pero, gran casualidad, mi nueva amiga se llamaba Merceditas, igual que yo. Nuestros padres envejecieron durante ese tiempo cien años, pero nos sacaron. Llegó el día de volver a soñar despiertas. Intercambiamos los libros de cabecera, después de dedicárnoslos con buenos deseos: "Devela verdades", le escribí yo y ella me colocó, "Reconcíliate con la alegría."

Apenas pude, me vine a contemplar el tranquilo horizonte de la playa Los Uveros en Cumaná. Al volver a la capital para terminar mis estudios, una que otra tarde decidí hacer terapia con un psicoanalista para superar las pérdidas y vaciarme de las miserias humanas encadenadas a mis emociones. En las compartidas antesalas, encontré el sentido de un antiguo proverbio: "Yo me quejaba porque no tenía zapatos, hasta que vi a un hombre que no tenía pies." Entablé amistad con una pareja de jóvenes artistas muy viajados y de amena conversación. Con ellos, recorrí las galerías de arte los domingos, asistí eventualmente al teatro y a muchos conciertos; ellos me proporcionaban la compañía necesaria para sobrellevar mi solitaria espera. Con el tiempo, la confianza expuso a la pareja comentar su peculiar manera de equilibrar las cargas y sin querer revelaron el porqué de sus años en terapia. Tras sus peleas se podía entrever un reto: el de asumir una relación sado masoquista. Contaban que, cuando recuperaban el aliento empezaban a repartirse los corotos, la disputa terminaba en un punto en el que ninguno de los dos cedía la custodia de la perrita Linda, de raza pequinesa, había sido un regalo del padre de Mechu. Tras aquellas confesiones descubrí que hay parejas de a cuatro: Mechu y el marido, junto a Linda y obviamente el psiquiatra eran incapaces de vivir unos sin los otros. Superada a duras penas la última de tantas discusiones, un día preparamos juntos un viaje para ir a bailar tamunangue en Sanare, por lo que le dejaron las llaves del apartamento al padre de Mechu, para que le espantara alguna pulga a Linda. El padre se propuso liberar a su hija de esa locura de matrimonio. Tomó a Linda y la llevó al taxidermista, el mismo que la momificó al morir. Lo convenció, por la salud de los muchachos, de picarla en dos mitades exactamente iguales, longitudinalmente. La parte del corte debía pegarla a una tabla, así tendrían Mechu y el marido una vista parcial, aunque en dos dimensiones, de Linda. A nuestro regreso, superada la primera impresión de ver a dos Lindas enmarcadas, ellos se separaron como pareja en sana paz, inclusive, al psiquiatra le dejaron una fotografía de ellos, con la doblemente Linda.

Luego de la feliz despedida con nuestro psiquiatra, me propuse a mediano plazo visitar a mis queridas tocayas. Comencé por Maturín, allí estaba la prima Mercedes, la generosa, premiada con los hijos más altos de toda la familia. Era diciembre, y la atmósfera de la prima olía a pino, al aroma de sus mil hallacas, tortas de chocolate y nueces. Cuando era una niña, ella me llevó al campo petrolero de Quiriquire para que conociera a San Nicolás y me regalara un traje de Peter Pan, azul y rosa. Todo eso lo revivimos, gracias a su longevidad.

Luego visité a Merceditas la experta en encubrir amigos y dejar en la memoria de la guerrilla urbana, un ejemplo de nobleza, de cómo también las mujeres venezolanas supieron pelear y también guardar silencio. Ahora escribe cuentos para niños en vez de remembranzas políticas de los años 60. Me mostró recuerdos de casi todos los rincones del mundo, deberían permitirle pagar medio pasaje, no por entrar a la tercera edad, sino por el record de usar todas las páginas de los pasaportes durante más de 40 años. Al verme me dijo: "Gracias a tu libro tome la decisión de viajar por el mundo en vez de dejarle, como has hecho tú, mi dinero a un psiquiatra". Esta Merceditas ha visto todo lo que hay que ver, incluyendo la decapitación de un hombre en la plaza pública de un país árabe. Entre un viaje y otro, entre un amor y otro, ella vive en su nido a los pies del Ávila.

Siguiendo aquel recorrido emocional, llegue al lugar de mi querida Mechu en Loma Curigua. Allí encontró una mina de arcillas sonrosadas y blancas, entre sienas mostazas salpicadas de carmín. Con sus propias manos construyó dos inmensas tetas de barro. Una de ellas la dejó para que fuera un gran horno y la otra, la acondicionó con lo estrictamente necesario, apenas tenía la comodidad de una mujer que abandona para siempre la ciudad. Linda también quedó atrás, me comentó que la incineró junto a su padre. Por aquel apartado lugar pasa el cadencioso viento, silbando entre los sauces llorones, aromatizando sus sueños. Le va muy bien con la producción y venta de unas inmensas vasijas parecidas a las de Alí Baba, sus mejores clientes son las alcaldías municipales de todo el país.

Y yo, aquí estoy reconociendo mi huella en la arena frente al mar azul. Delirio de Salmerón. Tres líneas veo en el horizonte, sobre ellas escribo poesías a los últimos cangrejos azules. El mayor de mis nietos se llama JR. Ellos me llaman Mecha.

¡Hasta un próximo encuentro!

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